Disculpen la excepción. Esta crónica no tendrá nada de hipocondríaca, como lleva por título mi colección de opiniones en estas páginas. Esta crónica habla de un problema real, un problema en el que, con crueldad espeluznante, se han etiquetado de enfermos e impuesto tratamiento a personas equivocadas. Vivimos días en los que esto empieza a repararse, tarde y lentamente, pero de manera imparable. Se abre un proceso de reconocimiento de la dignidad y los derechos de personas valientes, y repito en cada frase “personas” porque de eso va esta crónica, de personas que han sufrido y sufren mucho, que han sido marginadas y humilladas cuando uno tiene que ser sencillamente feliz: de niñ@s, de adolecent@s... Hay días, últimamente no muchos, la verdad, en los que parece que giramos en la buena dirección.
Gracias a todas las asociaciones y colectivos que han empujado la “Ley Trans”, que han informado, que han convencido, que han hecho posible que llegue al Parlamento y que han reunido apoyos suficientes. Eso es un trabajo enorme. Sí, ojalá hubiese sido una ley más valiente, pero este mes del Orgullo las calles se llenan de miles de chaval@s que harán que esto cambie muy, muy pronto y sus ideas desplazarán a otras ideas.
Gays y lesbianas de mi generación hemos tenido la fortuna de vivir un cambio necesario que nos ha ofrecido justas posibilidades de ser más felices; los problemas persisten y el retroceso en algunos países es una amenaza inquietante, pero hemos visto como nuestro país mejoraba, de nuevo gracias al empuje de asociaciones y colectivos con los que tenemos una deuda de gratitud difícil de adjetivar. Y quizá ese afortunado viaje a la aceptación conlleve el riesgo del acomodamiento, ahora que las cosas marchan bien, tal vez olvidemos ser los primeros en estar con quienes reclaman lo que nosotros reclamamos.
Estos días se vuelve a hablar del apocalipsis de la familia, del borrado de las mujeres, de que las peras son peras y las manzanas, manzanas... quizá hasta los obispos recuperen sus pancartas. Ya hemos visto esa película. Escucharemos también a los que sonríen y hacen chistecitos diciendo que las siglas LGTBQIA no dejan de crecer, sin haberse molestado en saber qué hay detrás de cada letra. Yo soy una de esas letras y, frente a la rabia que me hacen sentir esos comentarios: información y empatía. Frente a las sonrisas pequeñas, sonrisas de verdad.
