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¡Oh, Señor, líbranos del poliamor!

Ya era difícil amarnos dos y ahora vienen con tres o más. FdV

No sé si se ha estrenado ya “Poliamor para principiantes”, una película de Fernando Colomo que no pretende sobrepasar el nivel de la comedia de humor, y hace bien el director porque plantear de modo serio una quimera como esa sería una odisea cinematográfica. Ya se sabe que eso del poliamor es una propuesta novedosa -la práctica de tener relaciones íntimas en simultáneo con más de una persona y con el conocimiento de todas -que aletea por las sociedades desarrolladas, esas en las que uno puede permitirse el lujo de exigir la felicidad e ir al psiquiatra si uno no la tiene. ¡Cáspita, con lo difícil que es amar en pareja a una sola persona y ahora quieren meterse en el berenjenal de amar a varias a la vez y sobrevivir a esa masacre de sentimientos! No es que sea cosa nueva el poliamor, lo nuevo es que se haga con común consentimiento de las partes implicadas ya que antes se hacía a hurtadillas, a escondidas una parte de la otra para ir capeando la rutina de la monogamia.

Oí decir a Fernando Colomo que el poliamor se practicaba más de lo que creemos y yo digo que allá ellos. Ya desde los años 60 han ido naciendo nuevos modos de amar y con ellos nuevas familias o, dicho de otro modo, se plantearon las reivindicaciones sexuales y la revocación de las familias tradicionales, de modo que el amor ha padecido una reconversión aún mayor que la que se aplicó con Felipe González al tejido industrial español, y han ido apareciendo nuevos modelos familiares.

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Durante muchos siglos se ha ido manteniendo la institución conyugal binaria, a dos, como esquema básico para la mejor reproducción de la especie y la supervivencia de la sociedad.

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Nuestra época, al trivializar el sexo, permitió una imparable resurrección del sentimiento con lo que se dijo adiós a los largos retiros en que vegetaban nuestros mayores por culpa de la moral o, como me contaba Vicente Verdú en una entrevista, a esos sofocantes tète a tête con un esposo cacique que descargaba ataques de nervios y malhumores sobre una esposa mártir. No hablo de esas envidiables parejas de tan alta sensibilidad e inteligencia ahorrativa que pueden vivir juntas toda una vida sino de nosotros, los comunes. Y esa despedida del culto a la fidelidad que se estrenó hace décadas tampoco parece que hoy en día haya desembocado en relaciones más felices. Eso sí, se puso en cuestión esa disciplina de hierro en el hogar que tenía sometida a una de las partes mientras la otra pasaba el tiempo, en el caso de los ricos, entre el burdel y el lecho conyugal.

Yo puedo hablar poco del amor porque sufro la ignorancia o perplejidad de quien ha amado mucho en la diversidad, al galope desbocado a veces y tantas veces mal como otras bien aunque con buenas intenciones siempre. Amé aquí y allá, de paso a todo correr o de modo estable, con pública aquiescencia o en la clandestinidad no digo oprobiosa . Pero también debo decir que amo ahora con el deseo de quedarme en esto que tengo para siempre aunque para ello haya tenido que solventar tantos endiablados lances a veces de resultado adverso. ¡Ah el amor, qué odisea, qué sentimiento escurridizo que han intentado explicar desde el psicoanálisis a la antropología pasando ahora por las neurociencias! ¿Será una estancia mágica que se deteriora con el tiempo? ¿Una catástrofe natural? Debemos convenir al menos que es una fuerza motriz esencial e irrenunciable. El amor tiene muchos relatos, no es como el del nacionalismo , que solo tiene uno y patológico, y ahora quieren unos cuantos hacer una reconversión hacia el poliamor. Que Dios, aunque no exista, les coja confesados.

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