Un nuevo paradigma global

El presidente de EEUU, Joe Biden.

El presidente de EEUU, Joe Biden.

Antón Beiras Cal

Antón Beiras Cal

Se avecina un cambio de paradigma en el mundo. Las políticas socialdemócratas de reforzar el estado del bienestar habían decaído desde los años 80. Desde entonces la idea fuerza dominante eran las políticas neoliberales que impulsaron Donald Reagan en América y Margaret Thatcher en Reino Unido. Por oposición a las políticas económicas socialdemócratas, se conoce a las políticas económicas neoliberales como las de reducción del gasto público, de desregularización de los mercados financieros y de Laissez Faire en lo económico. Son políticas que buscan la reducción del tamaño de lo público, reduciendo el gasto público para poder reducir los ingresos públicos e impulsar el crecimiento económico aumentando la tasa de retorno del capital.

Pero en esto llegó la gran pandemia del siglo. La humanidad se vio vulnerable; las vidas se perdieron por millones: a principios de este mes de mayo ya habían muerto 3,3 millones de seres humanos en el mundo. Los sistemas públicos –y privados- de salud se vieron estresados e incapaces de dispensar la atención sanitaria de millones de enfermos. Y la economía global se desplomó. De golpe y porrazo lo deseable ya no es procurar un estado raquítico porque entraña serios peligros; peligro para la vida, desde luego, pero también para el empleo, la economía y las finanzas que, incapaces, asistieron al desplome de las bolsas mundiales.

Las corrientes de pensamiento económico convinieron que el gasto sanitario debe crecer. Y con el gasto sanitario, las políticas de apoyo al empleo. Y también la inversión en investigación médica para producir vacunas, porque el futuro de la humanidad no puede depender de una nueva pandemia.

Como si del chascarrillo torero se tratara, “Cabeza, rabo, y vuelta al ruedo”, el Estado vuelve a ser imprescindible de nuevo y es necesario que intervenga en la economía, en la asignación de recursos complementando la inversión privada. Ya no vale aquella frase acuñada incluso por el socialdemócrata presidente Clinton: “The era of big government is over .”

Nada de eso. Ahora su sucesor, de su mismo partido, el Presidente Biden, proyecta la mayor inversión pública y la mayor subida de impuestos, en el mismo país, en la cuna del neoliberalismo. Se avecina un cambio de rumbo sólo comparable con el ‘New Deal’ del Presidente Franklin Roosevelt, cuando se crearon el fondo de desempleo, el National Recovery Administratión o el fondo de ayuda a los granjeros, ahogados por sus hipotecas en los años 30.

Ahora Joe Biden quiere que un gigantesco programa de inversiones en infraestructuras sea para la pandemia, lo que el New Deal fue para la gran depresión. El paralelismo no es casual: todavía hoy los estadounidenses conducen por carreteras construidas en el new deal para activar la economía.

¿Y cómo va a financiarse este incremento insólito del gasto público? Pues con un incremento desconocido de la fiscalidad a las grandes empresas y a las grandes fortunas: Un incremento continuo del Impuesto de Sociedades durante 15 años. Biden pretende subir la fiscalidad de las empresas del 21% al 28% para financiar un fondo de 621.000 millones de dólares en infraestructuras.

Y la Administración Biden no está sola en el empeño. El lobby GAFA (acrónimo de ‘Google Amazon, FaceBook, Apple’) apoya en gran medida esa subida. Y la Secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, apura el acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y con la Unión Europea para establecer un impuesto mínimo global.

Un hito que permitirá a la Unión Europea financiar ese incremento presupuestario que reclaman los economistas más solventes y a la Administración de Joe Biden asegurar la financiación de su agenda económica. De este lado del Atlántico se acuerdan políticas muy semejantes a las de la nueva administración americana. Los fondos ‘Next Generation’ aprobados en Europa para combatir los efectos económicos de la pandemia, ascienden a 750.000 millones de euros, de los que una gran parte son créditos, pero otra parte no desdeñable son a fondo perdido. Además de este fondo, la Unión Europea aún tiene el reto de pasar de un presupuesto del 1% de su PIB otro del 4%, pues precisa una política fiscal con la que controlar al Euro.

Así, por vez primera en años, el paradigma ya no es quien baja más los impuestos para atraer más inversión. Janet Yellen anunció en una reciente reunión del G20 que EEUU renunciaba a ser refugio tributario (Safe Harbour), es decir, renunciaba a hacerle la competencia a la Unión Europea en la localización de las sedes empresariales. Ahora el nuevo paradigma es incrementar el gasto público y financiarlo con una subida de impuestos armonizada a nivel global.

El cambio de arquetipo es absoluto. Donde antes se competía deslealmente en deslocalizar los hechos imponibles, sustrayéndolos de los territorios soberanos en los que las multinacionales obtenían sus beneficios, para atraerlos a EEUU con el señuelo de una baja imposición, ahora las administraciones transatlánticas buscan la armonización fiscal y cierran acuerdos para establecer impuestos globales homogéneos. Los acuerdos se proyectan sobre la Tasa Google (Impuesto a las grandes corporaciones multinacionales) la Tasa Tobin (Impuesto a las transacciones financieras), la Tasa al Carbono (los impuestos medioambientales) y la Tasa al Plástico.

La Unión Europea llevaba años buscando ese objetivo, inalcanzable mientras Trump ofreciese un paraíso fiscal en EEUU a esas corporaciones, con las que la Comisión Europea pretende financiar un relanzamiento de su presupuesto con financiación en esos impuestos digitales y medioambientales: La UE buscaba desde hace años una armonización fiscal comunitaria en el Impuesto sobre Sociedades, con fuerte oposición por el grupo de los desleales: Irlanda, Holanda y Luxemburgo. Ahora los desleales se han quedado solos: a la armonización fiscal se suma el Gran Hermano, quien también tiene que luchar contra la pandemia.

Con todo, una pequeña aldea gala se resiste con valentía a la corriente global: La Comunidad de Madrid. Allí hablan de bajar los impuestos. Desde el punto de vista académico, resulta ignorante proponer una bajada de impuestos en esta coyuntura macroeconómica: la deuda pública española alcanzó el 125% del Producto Interior Bruto. Y el Déficit Publico de 2020 alcanzó el 10,5% del mismo. Eso quiere decir que para pagar nuestras deudas, los españoles tendríamos que destinar todo lo que ganamos durante 445 días al pago de la misma; casi 15 meses. Y todavía tenemos a cientos de miles de españoles subvencionados en ERTE sin trabajar.

Otra cosa distinta es que resulte un útil señuelo político; útil pero mendaz, porque los impuestos que baje la Comunidad de Madrid, si de verdad los baja, otra administración tendrá que subirlos para financiar las ayudas comprometidas.

Evidentemente tiene razón el Presidente Biden: para pagar los platos rotos de la pandemia, hace falta una subida armonizada de impuestos durante 15 años, que implique a más de una generación de ciudadanos.

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