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Una cuestión de piel

Hace diez años dejé de ligar. Apareció mi Lama y me liberó de la obligación de planchar una camisa los viernes a la noche. A veces me pregunto si, llegado el caso, me acordaría de cómo se hace o volvería a ser un principiante torpe, con el inconveniente de haber pasado la frontera de los cuarenta.

Para empezar, conviene aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de ligar puesto que hasta la propia palabra se ha vuelto tan vieja que pronto la ingresaremos en el asilo de términos moribundos, junto a parranda o piripi. Para mí, ligar solía ser ver a alguien interesante, adivinar una invitación, provocar una conversación y columpiarse en ese diálogo con golpecitos de ingenio hasta elevar el ritmo y escuchar un click.

De la coreografía de ligar, apuesto que todos tenemos algún movimiento que se nos resiste. Para algunos, el traspié se produce cuando llega la pregunta decisiva: “¿Nos vamos a otro sitio?”. Otros, en cambio, temen el momento de quitarse el pantalón pitillo sin perder la dignidad. Para mí, el tramo con niebla llegaba en ese interminable viaje entre la última copa y la casa. ¿Qué decir, de qué hablar? En cuanto uno cruza la puerta del bar, el decorado se cae y la calle nos devuelve a lo real. Entonces, las reglas cambian, la luz del día desvela todos los trucos y lo que dos minutos antes sonaba a diálogo de cine ahora se vuelve ridículo. 

Escuchando a amigos, diría que las aplicaciones móviles lo vuelven todo sencillo, que las oportunidades se multiplican y los rechazos duelen menos con una pantalla por medio. Sin embargo, tengo dudas de que las cosas hayan cambiado. Conozco a personas de belleza incontestable y durante un tiempo pensé que para ellas sería pan comido: acodarse en la barra y esperar. Con los años, uno aprende que ni ligar ni ser ligado es fácil y que también a todos nos afecta el miedo al rechazo. Tal vez la tecnología nos permita romper el hielo desde el sofá de casa y mantener a salvo la autoestima. Sin embargo, el cara a cara llegará y no habrá iphone que nos proteja porque, en cualquier época y a cualquier edad, ligar seguirá siendo siempre una cuestión de piel.

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