Un inciso

De huellas y cicatrices

La exposición “Cicatrices”, de Elena Velasco y la estradense Iria Blanco Brey, remueve. Instalada hasta el sábado en la Sala Abanca, es una galería de sentimientos tremendamente íntimos, pero universalmente compartidos

Elena Velasco y Belén Blanco, 
la hemana de Iria, en la 
inauguración.   | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

Elena Velasco y Belén Blanco, la hemana de Iria, en la inauguración. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN / Bernabé/Javier Lalín

Ana Cela

Ana Cela

“¿Esa no es una canción de iglesia?” Paré en seco de empujar el carrito para concentrar toda la atención en mi propio tarareo. Efectivamente. “Se me está acabando el repertorio”, contesté. Iria y yo nos echamos a reír al ver que la cabeza de Alejandro reaccionaba al cese del vaivén asomando por una lateral de su sillita. Comprendimos que esa noche no tenía intención alguna de dar tregua para que pudiésemos continuar tranquilamente con nuestro animado parloteo, así que no quedó más remedio que dejar que bajase a la alfombra e hiciese lo que pretendía: una exhibición en toda regla de sus habilidades y un despliegue de ocurrencias en un niño que conserva intacto ese afán guerrero. Aquella noche, aquella cena en casa de Silvia y César, es mi último recuerdo feliz con Iria Blanco Brey. La exposición Cicatrices, que puede verse en la Sala Abanca de A Estrada hasta este sábado,16 de marzo, nos ha permitido un reencuentro después de que ella se marchase en noviembre de 2021.

Cicatrices es una exposición que remueve, para mí la capacidad más poderosa que tiene el arte. Solo lo que se hace desde la emoción es capaz de emocionar. Y esta muestra la logra de principio a fin. Confieso que tuve que ir a verla dos veces, porque el primer intento –el mismo día de la inauguración– me impactó tanto que el pudor me recomendó salir. Encontrar a Iria en sus propias palabras, en una habilidad para escribir con el corazón que yo desconocía por completo, me impresionó. Supe después por su familia que usaba el papel como terapia, como lienzo en el que volcar todo aquello que sentía; las reflexiones más íntimas que le provocaba la enfermedad, desde esa consciencia de la fragilidad de la vida hasta el temor a una muerte que se sabe compañera de viaje. Lo hacía para sí, nunca tuvo intención de compartirlo, pero me alegro infinitamente de la generosidad mostrada por sus padres y su hermana para que esta exposición nos haya permitido conocer el inmenso talento que ella poseía.

Generosidad, también, la mostrada por Elena Velasco, la promotora de Cicatrices, por compartir el protagonismo de esta muestra espectacular con Iria Blanco, haciéndola coautora de la exposición. Las dos se conocieron en el camino tortuoso y aterrador de enfrentarse a un cáncer hematológico. Las propia Elena encontró en la escultura, en dar vida al arte a través de la cerámica, lo que para Iria era el folio en blanco: una terapia emocional.

A través de la exposición que todavía puede visitarse en la Sala Abanca las obras de Elena permiten afrontar una sucesión de metáforas de multitud de sentimientos que las dos amigas compartieron. El miedo, la culpa, el sentimiento opresor de una vida que se ralentiza, el dolor del autotransplante...pero también el amor, la esperanza y la luz.Cada una de las esculturas se convierte en una auténtica lección, en una forma tremendamente plástica de compartir un sentimiento que parece hacerse corpóreo, ante el que no puedes hacer otra cosa que empatizar.

Un homenaje

Elena realiza, además, su propio homenaje a amigos que, como Iria Blanco Brey, no pudieron superar la enfermedad. “Me une a ellas un hilo invisible de amor, están presentes cada día de mi vida”, recoge la autora en el panel explicativo de A viaxe, simbolizado en una bandada de palomas blancas.

El recorrido guía al espectador también por los escritos de la autora estradense, desde composiciones brillantes por su fuerza y estilo a frases que te dejan sin habla y que son un auténtico dardo al corazón. Está el sencillo “Tengo miedo” manuscrito o un maravilloso Catálogo oneroso de beleza gratuita, que Iria fue hilando con su gusto por el ruido de las hojas secas al pisarlas, el agua, los bebés gorditos, los bosques, “as vacas do país”, las mariposas o las casas de piedra.

Aí ao lado está a morte. No recuncho entre a cama e a parede. Ninguén a ve, pero notan a presenza. Silandeira, non ten boca. Non ten nada para asustar. Non é un monstruo. Mamá mira arredor, tenta no aire intentando dar con ela, quere apartala. Fará todo para que non me leven. Sospeito que xa me estou marchando. Podo notalo. Preciso dicilo, pero non me saen as palabras. Hai algo que me impide expresar o meu medo. Non son quen de falar, ou berrar, de dicirlles que me están envelenando, expresa Iria Blanco en uno de sus textos. Todavía no consigo leerlo sin que se me erice la piel.

Vayan a ver Cicatrices porque merece mucho la pena. Lamentablemente, enfermedades como la que se llevó a Iria o la que consiguió vencer Elena dejan marcas profundas y ausencias insustituibles en muchísimas familias. Lo grandioso de esta exposición es que ayuda a conectar con los sentimientos de los que luchan o de los que combatieron con todas sus fuerzas hasta el final. Es una galería de sentimientos tremendamente íntimos, pero universalmente compartidos. Es, también, un grito de concienciación sobre la importancia de la investigación y las donaciones y, por si eso fuese poco, un regalo que puede ayudar a muchos a encontrar un bálsamo contra el dolor.

El adiós de Iria causó una cicatriz que siempre dolerá a quienes tuvimos la suerte de conocerla, pero ella se fue djando una huella todavía más profunda. Por fortuna, ella lo sabía. Non estou morta. Tampouco estou viva. Estou na memoria deste país: no sal do océano que bate lonxe; no son das árbores dos bosques; no orballo vespertino. A terra que ti pisas gardará sempre as miñas pegadas. Porque, dalgún modo, somos eternas. Non estamos vivas. Pero tampouco estamos mortas.

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