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Una tradición que pervive

Manuel Pereiro ha recogido el testigo de su fallecido padre para convertirse en el nuevo Ferrador de Penaporrín, un legado que ha pasado de generación en generación desde 1840

El joven Manuel Pereiro, ayer, trabajando con una vaca en una granja de Pazos. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

Manuel Pereiro López tiene tras de sí una tradición que se inició en torno al año 1840, cuando su tatarabuelo se enamoró de la sobrina de un herrador, quien le enseñó el oficio. A partir de ese momento, esos conocimientos fueron pasando de padres a hijos dentro de la familia Pereiro, acompañados por un nombre reconocido en toda la zona, el Ferrador de Penaporrín. Durante 180 años, las diferentes generaciones de la familia Pereiro recorrieron ferias y explotaciones ganaderas cuidando a caballos, vacas, bueyes o mulas, aunque esa tradición estuvo muy cerca de desaparecer.

En el mes de mayo del año pasado fallecía Manuel Avelino Pereiro y lo hacía dejando un vacío dentro de esta tradición familiar que ninguno de sus hijos parecía querer llenar. Así fue como, durante unos meses, el Ferrador de Penaporrín dejó de cuidar los animales de la zona, hasta ahora. Su hijo, Manuel Pereiro López, ha decidido finalmente continuar con el legado familiar, asumiendo el nombre que llevaron antes que él su padre, abuelo, bisabuelo y tatarabuelo. El que será la quinta generación de herradores en la familia tiene solo 24 años pero acumula los conocimientos que desde muy pequeño le transmitió su padre, unido a los meses de trabajo que ha realizado con jóvenes compañeros de profesión para conocer nuevas técnicas dentro de la profesión.

“Esto viene de muy atrás, de 1840 más o menos y fue pasando de generación en generación. Eran sin embargo otros tiempos. Antes había muchas ferias y lo hacían en un potro de madera con herraduras de hierro. Ahora evolucionó. Se meten tacos de madera o de goma, que se pegan con diferentes métodos. Tenemos además un potro hidráulico. Antes tenías que hacer una fuerza descomunal, atando una pata del animal con una cuerda. Tampoco había radiales en la época de mi abuelo. Ahora tenemos incluso discos especiales para las vacas”, explica Manuel Pereiro, al que nos encontramos atendiendo las vacas de una granja de Pazos.

“Ojalá mi padre estuviese aquí para verme y poder trabajar juntos. La vida da muchas vueltas. Los dos juntos habría sido otra cosas. No creo que llegue a la mitad de lo que hicieron mi padre y mi abuelo pero lo intentaré hacer lo mejor posible”, explica un hombre que recuerda como su padre lo animó a buscar otro trabajo diferente. “Yo le comenté a mi padre la opción de dedicarme a esto pero un padre siempre quiere algo mejor para su hijo. No quería que me dedicase a esto. Él siempre fue muy esclavo de este trabajo. Mucho. Yo sin embargo me lo tomo de otra manera. La vida hay que disfrutarla. Hace unos días murió un amigo mío de Bandeira de mi edad. No se puede uno matar trabajando porque la vida son dos días. Esto me gusta y te permite trabajar para ti. Además, siempre me gustaron los animales. Debo reconoce que tampoco quería que se quedase ahí el legado del Ferrador de Penaporrín. Al final es un trabajo que me gusta, si no fuese así, no estaría aquí”.

El nuevo y joven Ferrador de Penaporrín recuerda que trabajó en muchas ocasiones con su padre, aunque fue en los últimos meses cuando terminó de dar el paso definitivo para poder realizar esta profesión. “Tengo dos compañeros que me echaron una mano. Ellos tienen más experiencia porque llevan varios años trabajando en esto. Yo tenía conocimientos pero todo esto me pilló de imprevisto. Gracias a ellos y documentándome fui poniéndome al día en este tema”.

Una vez dado el paso, Manuel Pereiro trabaja ahora para recuperar la clientela que toda la vida contó con su padre y que, tras su muerte, buscó una alternativa para herrar a sus animales. “Ahora hay granjas que son muy grandes pero yo me dedico más a las granjas más pequeñas. Hay gente de antes que todavía tiene unas veinte o treinta vacas en casa. Pequeños ganaderos. Muchos de ellos son gente de confianza de mi padre y, al volver al trabajo, ellos confían en mí y me llaman”.

Para poder poner en marcha su negocio, Manuel Pereiro contó con un apoyo importante, todo el material que tenía su padre y que aguardaba paciente la llegada del próximo ‘Ferrador’. “Eso fue algo importante. Tuve mucha suerte. Si tuviese que empezar de cero a lo mejor me lo habría pensado más porque son cosas muy caras. Un potro vale mucho dinero. El que tengo yo anduvo mucho. Tiene más de un millón de kilómetros seguro. Va aguantando pero a lo mejor el día de mañana hay que cambiarlo. Mi suerte es que solo tuve que cambiar y comprar algunas cosas”, explica el joven natural de Dornelas.

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