Historias irrepetibles

Un túnel sin luz en los Alpes

La reciente muerte de Gino Mäder se produjo el día que se cumplían 75 años del trágico accidente que costó la vida al belga Richard Depoorter, un suceso cargado de misterio

El cuerpo de Depoorter, tras ser sacado del túnel.

El cuerpo de Depoorter, tras ser sacado del túnel.

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

La muerte de Gino Mäder, el ciclista de 26 años que sufrió un accidente durante el descenso de un puerto en la Vuelta a Suiza, ha supuesto una enorme conmoción en el mundo del deporte, obligado por desgracia a convivir con episodios trágicos como este. En el del corredor del Bahrein existe una fatalidad añadida. Falleció el 16 de junio, el día que se cumplían exactamente setenta y cinco años de la muerte de otro ciclista durante un descenso de esa misma carrera, la Vuelta a Suiza. Se llamaba Richard Depoorter, era belga y el accidente que le costó la vida estuvo rodeado de misterio y de preguntas que nadie fue capaz de contestar.

Depoorter nació en la localidad flamenca de Ichtegem y aunque empezó trabajando en una panadería lo que quería por encima de todas las cosas era ser ciclista. Cuando pudo se compró su primera bicicleta de competición en el negocio de quien sería su suegro poco tiempo después. Pronto llegaron las primeras victorias a nivel local, el campeonato de Flandes Occidental y resultados ilusionantes en vueltas de mayor lustre como el cuarto puesto en la general de la Vuelta a Bélgica. Depoorter no parecía una figura deslumbrante, pero sí un corredor con posibilidades de lograr triunfos de prestigio. A la vuelta del servicio militar se casó con Martha, la chica a la que había conocido el día que entró a comprar una bicicleta de carreras, y en 1938 se hizo profesional tras comprometerse con el equipo belga Super que tenía en sus filas a gente importante. Aquello ya suponía un paso adelante en su carrera. El problema de Depoorter, y de millones de personas más, fue que su crecimiento deportivo fue paralelo al del nazismo. En mayo de 1940 Depoorter fue llamado a filas después de que Alemania invadiese Bélgica y se despidió de Martha que estaba embarazada desde hacía unos meses. La resistencia de los belgas duró apenas dieciocho días y tras la capitulación el ciclista se convirtió en prisionero de guerra de los alemanes. Junto a más de mil quinientos compatriotas fue embarcado en el “Rhenus 127” para ser conducido a campos de prisioneros en Alemania. Pero la travesía duró bastante poco. En el conocido como Hollands Diep el barco se encontró con una mina –también alemana– y se hundió a trescientos metros de la costa. Buena parte del pasaje pudo ponerse a salvo, algunos aprovecharon para huir y cerca de doscientos murieron ahogados. Depoorter perteneció al grupo de los que salieron con vida del agua pero siguieron en manos alemanas. Pasó casi dos años en un campo de prisioneros hasta que en el primer semestre de 1942 los alemanes le dejaron regresar a casa. No sería su última aventura antes de reencontrarse con la familia porque el tren que le llevaba de vuelta sufrió un accidente, que costó la vida de cincuenta personas y del que se libró por poco. Ya en casa se reencontró con Martha y conoció a Liliana, su primera hija, que estaba cerca de cumplir los dos años de edad.

Depoorter sobrevivió a un naufragio y a un accidente de tren en la Segunda Guerra Mundial

Aunque no era el mejor momento, Depoorter trató de recuperar sus piernas para el ciclismo. El problema es que apenas había competición aunque en 1943, antes de que la guerra se intensificase en Europa occidental, se produjo alguna excepción. De hecho ese fue el único año que se pudo disputar durante el conflicto la Lieja-Bastogne-Lieja. Y allí se fue Richard Depoorter a conseguir su primera victoria de prestigio por delante de Didden y del gran Stan Ockers. Al corredor belga le habría encantado poder tener más oportunidades de inmediato, pero tuvo que esperar. Europa debía recomponerse después de tanto destrozo y los años pasaban. En 1947, ya con 32 años, se apuntó su segundo triunfo en Lieja. Sentía que aún estaba en condiciones de apuntarse alguna victoria más e incluso aspirar a etapas de vueltas grandes. Tenía un par de años por delante antes de retirarse, montar un negocio y dedicarse a cuidar de la familia. En 1948 acudió a la Vuelta a Suiza cargado de esperanzas y con la sensación de que estaba en un momento muy bueno de forma. El desgaste de los años de cautiverio y de las necesidades que pasaron durante el resto de la guerra empezaban a estar olvidadas.

Richard Depoorter

Richard Depoorter

En Suiza, pese a que le faltaba tiempo de entrenamiento en grandes puertos, no tardó en demostrar que estaba en condiciones de pelear por el triunfo. Después de las tres primeras etapas era segundo en la general, muy cerca de Ferdi Klüber el héroe local y gran favorito al triunfo. En la cuarta jornada, que se disputaba entre Thun y Altdorf, había que pasar varias dificultades montañosas entre ellas el Sustenpass donde Depoorter había preparado lanzar su gran ofensiva contra Klüber. Pero el suizo se anticipó aprovechando un pequeño problema mecánico del belga que se quedó ligeramente retrasado junto a Okers. Durante el vertiginoso descenso hubo momentos de enorme riesgo y Depoorter perdió por un momento el contacto con Okers porque se fue contra un muro de nieve en una de las curvas. Pero se recompuso y se dejó el alma en aquella persecución convencido de que podía reducir la diferencia y poner de nuevo en aprietos a Klüber. Todo se acabó muy cerca de Wassen, en el túnel Scheittel, un paso sin apenas iluminación. Depoorter entró en él y ya no salió. Los ciclistas que venían por detrás dieron la voz de alarma tras encontrarse su cuerpo tirado en mitad de la carretera junto a su bicicleta maltrecha. Le sacaron de cualquier manera del túnel y se certificó su muerte por un fuerte impacto con su cabeza contra los muros de piedra.

Uno de los primeros en presentarse en Wassen para hacerse cargo de la situación fue Willy Depoorter, su hermano, que era policía en Gante. Le extrañaron muchas cosas entre ellas que el maillot del corredor tuvieron marcas que podían ser las de un neumático. Exigió que se le practicase una autopsia en condiciones que dio paso a una investigación porque el forense desveló que su muerte no se había producido como se dijo en primera instancia ya que su cabeza estaba casi intacta y que en cambio tenía el pecho comprimido, numerosas costillas rotas y una fractura en el fémur. Lógicamente la atención se centró en el coche de asistencia que entró en el túnel justo detrás de él y en el que viajaban el joven Louis Hanssens, Lomme Driessens (exciclista y uno de los grandes personajes de este deporte ya que acabaría siendo un renombrado director de equipo), un periodista y el hijo de un dirigente de la Federación Suiza. Sus testimonios apuntaron a que Hanssens iba al volante y Driessens dormía (lo que sorpendió teniendo en cuenta el momento decisivo de la carrera). Todos negaron haberse dado cuenta del accidente y juraron no haber visto el cuerpo del ciclista en la carretera. Pero las evidencias apuntaban a un atropello y solo podían haber sido ellos. El hermano de Depoorter no paró hasta llevarlos a un juicio acusados de negligencia culposa y en el que Driessens apenas pudo testificar porque se desmayó.

En aquellos tiempos corrió la idea de que la organización quería por encima de todo que Klüber ganase aquella carrera en su país y que los ocupantes del coche que venía detrás trataron de prestar alguna clase de “ayuda” y que las consecuencias de su maniobra resultaron fatales. La impericia del conductor también pudo jugar su papel. O simplemente Depoorter sufrió un accidente durante aquella persecución al líder de la carrera y ellos no pudieron evitar el atropello aunque en este caso nada justificase la falta de auxilio. Después de un largo litigio finalmente Hanssens fue condenado a un año de cárcel aunque no llegó a entrar en ella porque murió unos pocos días antes. El resto de los ocupantes del automóvil fueron exculpados.

En aquel túnel sin iluminar acabó la carrera y la vida de Depoorter. Él, que había sobrevivido a un naufragio y a un accidente de tren, acabó por encontrar la muerte haciendo lo que más le gustaba en el mundo. No llegó a conocer a su tercer hijo que nació solo un mes después del trágico suceso. Su desaparición fue una conmoción para Ichtegem, su lugar de nacimiento, donde una multitud acudió a su sentido funeral. Unos años después Ferdi Klüber acudió a la inauguración de una placa en la que le recuerda en el Sustenpass, el último puerto que ascendió durante su carrera deportiva. Y al túnel de Scheittel, un pequeño paso montañoso que ya no se utiliza tanto, le cambiaron el nombre para que se conociese para siempre como el Túnel Depoorter. Justo cuando se cumplían 75 años de aquella desgracia Giro Mäder escribió la suya no muy lejos de allí.

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