ciclismo

Van der Poel reina en la Milán-San Remo

El holandés, con su ataque en el Poggio, consigue el primer “monumento” del año por delante de Ganna, Van Aert y Pogacar

Van der Poel cruza la línea de meta en San Remo. |  // EFE

Van der Poel cruza la línea de meta en San Remo. | // EFE / agencias

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El neerlandés Mathieu Van Der Poel, del Alpecin, se lució en el primer ‘monumento’ de la temporada, la ‘Classicissima’ Milán-San Remo, y se impuso con una exhibición total en la exigente subida del Poggio que le sirvió para alzar los brazos en solitario en la mítica Via Roma y rubricar su firma en la clásica de las clásicas.

No respetó Van der Poel el favoritismo del esloveno Tadej Pogacar, que llegaba a la primera clásica de la temporada tras una París-Niza espectacular y centrando todos los focos para la prueba más larga de la campaña -con 294 km-, pero en la que cruzó la meta finalmente cuarto, por detrás del italiano Filippo Ganna (Ineos) y del belga Wout Van Aert (Jumbo Visma).

Ya tiene Van Der Poel el ‘hat-trick’ de monumentos en su palmarés, ese en el que atesora dos victorias en el Tour de Flandes. Lo logró con una verdadera exhibición de táctica y de fortaleza física y mental, brillando en un exigente tramo final en el que no tuvo rival y gracias al que, como ya hiciera su abuelo en 1961, el mítico Raymond Poulidor, consiguió ganar en el primer monumento de la temporada, mirando atrás varias veces comprobando que lo que estaba a punto de pasar era cierto. Iba a coronar en solitario la ‘Classicissima’, con 15 segundos de ventaja sobre el segundo tras casi seis horas y media de carrera.

Un monumento en el que, como ya es costumbre, fue decisiva la subida al Poggio (3,7 km al 3,7%), situada a 10 km de la meta. No fue Van der Poel el que inició la lanzada, sino que fue el UAE con el belga Tim Wellens el que intentó separar al grupo y preparar el ataque definitivo de Pogacar que se dejó el alma hasta que en los últimos metros Van der Poel les atacó y abrió un pequeño hueco. Se lanzó como un loco en el descenso de cinco kilómetros donde sus ilustres perseguidores ya no fueron capaces de cazarle.