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Historias irrepetibles

La reparación de “Sendero Brillante”

El COI reconoció el pasado viernes a Jim Thorpe como doble campeón olímpico 112 años después de sus triunfos en Estocolmo | Sus resultados se habían anulado tras ser acusado de saltarse la condición de deportista amateur

Jim Thorpe, durante su participación en Estocolmo

Jim Thorpe fue el primer prodigio físico que el deporte descubrió en el siglo XX, un tipo capaz de brillar en cualquier disciplina deportiva. Fuerte, alto y rápido. Su origen indio –sus padres eran mestizos fruto de la unión de europeos con integrantes de diferentes tribus– ayudó al desarrollo de sus condiciones. Culpa de los años que vivió junto a su padre, en continua relación con la naturaleza: pescando, corriendo, cazando. Nació en la reserva de los Sac and Fox, en Oklahoma. Era nieto de “Halcón Negro”, mítico jefe de la tribu, y le pusieron el nombre tribal de Wa-Tho-Huk, que significa “Sendero brillante” porque el día de su nacimiento una luz intensa iluminaba el camino que conducía a la cabaña de sus padres. Su relación con el deporte se inició a los dieciséis años tras su internado en el Indian College de Carlisle, una institución dedicada a la enseñanza de niños y jóvenes procedentes de las reservas indias. Llegó allí poco después de la muerte de su madre que se unió a la pérdida de su hermano cuando solo tenía diez años.

Thorpe sufrió para adaptarse a su nuevo entorno y constantemente intentaba salir de allí lo que siempre acababa en terribles discusiones con su padre que le insistía en la necesidad de prepararse para un mundo que estaba cambiando. Aquellos consejos duraban poco tiempo en la cabeza de Jim. La situación se agravó tras la repentina muerte de su padre, su gran referente y la persona con la que más feliz se sentía. Una herida cazando derivó en una septicemia de la que ya no se recuperó. El joven Thorpe abandonó la escuela durante casi un año y solo regresó cuando sus hermanos le convencieron. Una vez allí no tardó en sobresalir gracias a sus asombrosas condiciones físicas para el deporte que dejaron boquiabierto a Pop Warner, uno de los entrenadores más prestigiosos que había en ese momento en Estados Unidos.

El técnico le arropó, le dio la protección que necesitaba tras la pérdida de su principal referente y le transformó en una absoluta máquina. El entrenador – que dirigía a los equipos de fútbol americano y de atletismo de la institución– tenía un objetivo muy claro en mente. En 1912 se estrenaban en el programa olímpico el pentatlón y el decatlón y Warner estaba convencido de que esas dos medallas estaban destinadas a colgar del cuello de Thorpe. El problema es que costaba frenar su ambición, su deseo de hacer mil cosas. Practicaba toda clase de deportes por pura curiosidad. A él le gustaba por encima de todos el fútbol americano, pero Warner le mantenía a distancia de su lugar de entrenamiento por miedo a que en uno de sus múltiples contactos se hiciese daño y eso estropease los planes que tenía para él. Solo la insistencia del muchacho llevó al entrenador a ceder. Decidió dejarle participar en un solo partido. El técnico lo hizo con el deseo de que recibiese un pequeño escarmiento, algo que le hiciese ver el peligro que encerraba ese deporte para sus aspiraciones olímpicas, para su carrera como atleta. El problema es que en su estreno Thorpe se quitó de encima a todos los defensas del equipo del college con una carrera plena de potencia y habilidad. Warner sonrió en la banda y le dijo: “Repítelo”. Dicho y hecho. El deportista volvió entonces hacia su entrenador y le lanzó la pelota mientras le decía “nadie puede parar a Jim”. A partir de ese momento comenzó a combinar el atletismo con el fútbol americano, modalidad en la que se convirtió muy pronto en una de las grandes promesas del país. Sobresalía por su capacidad para anotar, por la sensación de ser imparable para los rivales. Y nadie le había enseñado a jugar. El college de Carlisle alcanzó resultados históricos y un balance de victorias que nunca volvería a repetir. Thorpe era el gran culpable de todo. Pero esa pasión por el fútbol americano y por casi cualquier modalidad que se cruzaba en su camino no le apartó del objetivo principal que su entrenador había diseñado para él. En 1912, en los Juegos de Estocolmo, con 24 años, Thorpe se embarcó en la misión por la que llevaba tiempo trabajando: el oro de pentatlón y de decatlón, disciplina en la que los aficionados esperaban su ansiado duelo contra el héroe local, el invicto Hugo Wieslander. Thorpe lo arrolló por completo. Ganó la mitad de las pruebas y firmó una puntuación de 8.413 puntos que por las tablas actuales supondrían unos 7.300 puntos. Una puntuación más que notable teniendo en cuenta que hablamos de un deportista de hace más de cien años. Su victoria en el pentatlón fue aún más rotunda. Thorpe estuvo en el impresionante desfile de la victoria por las calles de Broadway y se sorprendía de que tanta gente le llamase por su nombre. Ingenuo le reconocía a su entrenador que “no sabía que tenía tantos amigos por aquí”. Pero aquella euforia no era compartida por todos sus paisanos. Estados Unidos era un país con un problema racial evidente, los triunfos de un piel roja no encontraron la simpatía de todo el mundo. Un periódico, el Worcester Telegram concretamente, publicó cuatro meses después de la celebración de los Juegos Olímpicos que durante 1909 y 1910 Jim Thorpe había cobrado 70 dólares por jugar durante el verano un par de meses en un equipo de las ligas menores de béisbol. Uno de los muchos pasatiempos que encontraba en el deporte. En aquel momento el olimpismo obligaba a respetar de forma escrupulosa la condición de amateur y estaba rigurosamente prohibido percibir cantidad alguna por hacer deporte. Thorpe, como tantos otros deportistas, ocupó el verano en ganar unos dólares sin tener ni idea de que se estaba saltando las normas. A diferencia de los deportistas que sí estaban al tanto de la reglamentación y competían con nombre falso, Thorpe lo hizo con el suyo y aquello, que era una prueba de su buena voluntad y de su inocencia, acabó por convertirse en su condena. La Amateur Athletic Union le privó de su condición de amateur y en consecuencia el COI le retiró las medallas olímpicas y borró sus récords de las tablas. Las alegaciones sirvieron de muy poco. El organismo declaró campeones olímpicos a Ferdinan Bie y a Hugo Wislander, que en un gesto que les honra jamás acudieron a recoger las medallas de oro que Jim Thorpe tuvo que devolver. En el fondo del debate siempre estuvo la cuestión racial y si aquella denuncia hubiese existido en caso de ser un atleta blanco.

Una organización creada para dar voz a los nativos americanos no dejó de pelear por este reconocimiento Jim Thorpe, durante

El suceso marcó el comienzo de una etapa complicada para Thorpe que abandonó el atletismo y centró su carrera en el fútbol americano y el béisbol hasta 1928, momento en el que optó por la retirada. La muerte de uno de sus hijos le sumió en una profunda crisis personal que se agravó por sus fracasos matrimoniales y por la crash bursátil de 1929 que le dejó casi en la ruina. El alcohol fue su único consuelo mientras saltaba de trabajo en trabajo. Incluso llegó a hacer de jefe indio en alguna pequeña producción cinematográfica para ingresar unos dólares. Un cáncer de boca vino a complicar su vida definitivamente. Sumido en el olvido Jim Thorpe, el hombre al que era imposible parar, murió en 1953. Treinta años después el COI trató de compensarle de alguna forma y entregó a sus herederos las medallas que había ganado en Estocolmo, pero mantuvo firme su decisión sobre lo sucedido en los Juegos de 1912 y Thorpe siguió fuera de los documentos oficiales y del palmarés olímpico. Aquellas medallas fueron a un museo en su honor pero al poco tiempo alguien las robó y aún hoy siguen desaparecidas.

La “Bright Path Strong”, una organización no gubernamental creada para amplificar las voces, historias y logros de los nativos americanos no se resignó. Trabajaron sin desmayo para que algún día se reparase la injusticia que el COI había cometido con Jim Thorpe. En todo el proceso contaron con la inestimable ayuda de los Comités Olímpicos de Suecia y de Noruega y de los herederos de Ferdinan Bie y Hugo Wislander, los deportistas que han figurado durante décadas como campeones olímpicos de heptatlón y decatlón. El asunto parecía dormir para siempre en un cajón del COI hasta que el pasado viernes el presidente de este organismo, el alemán Thomas Bach, anunció mediante un comunicado que Jim Thorpe sería reconocido oficialmente como campeón olímpico de ambas disciplinas y su nombre regresará al palmarés de los Juegos Olímpicos. Han tenido que pasar 112 años para que finalmente se hiciese justicia con “Sendero Brillante”.

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