Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un cuento en Brookline

El triunfo del amateur Francis Ouimet en el Open USA de 1913 en el campo próximo a Boston, con un niño de diez años ejerciendo como caddie, transformó para siempre la historia del golf en Estados Unidos

Francis Ouimet.

Este fin de semana el golf se reencontró con el campo de Brookline que ha sido sede de una nueva edición del Open USA. Ese escenario fue hace más de cien años escenario de uno de los triunfos más sorprendentes en la historia de este deporte y el que, a ojos de los historiadores, cambió la idea que existía sobre el golf en Estados Unidos y lo transformó en un deporte popular. Todo por culpa de la victoria de un joven de diecinueve años asistido como caddie por un niño de diez.

Francis Ouimet tenía solo cuatro años cuando su padre tomó la decisión de comprar una modesta casa en Brookline, localidad próxima a Boston. La elección, tomada desde un punto de vista económico, sería determinante en la vida de los hijos del matrimonio formado por un francés y una irlandesa que habían llegado siendo niños a Estados Unidos. El hogar de los Ouimet se encontraba a una calle de distancia del hoyo 17 del Country Club, uno de los campos de golf más antiguos del país. En 1897, año en el que la familia se traslada a Massachusetts, la importancia de este deporte en Estados Unidos no tenía nada que ver con lo sucedido en las Islas Británicas, donde la explosión de ese deporte había sido gigantesca. Existían muy pocos campos, casi ninguno público, y lejos de la popularización que se vivía en Escocia o Inglaterra, en Estados Unidos solo había arraigado de forma mínima en las clases altas para desesperación de la USGA, cuyos esfuerzos por expandir su práctica no daban los resultados esperados. La solución a su problema llegaría unos años después y de manera completamente inesperada.

Aunque el patriarca de los Ouimet no sentía la mínima simpatía por el golf, fue inevitable que sus dos hijos se acercasen a él por una cuestión de simple proximidad física. Wilfred, el mayor, comenzó a trabajar en el campo como caddie para ganarse sus primeros dólares y Francis conoció gracias a él los entresijos del golf. Cuando podía le acompañaba a The Country Club y no tardaron en construirse unos hoyos en la parte trasera de su casa, en la que ensayaban lo que habían visto a los jugadores profesionales gracias a la ayuda de palos que se construían ellos mismos y con pelotas perdidas que recogían en los arroyos o entre la maleza del campo. Cuando Francis cumplió los once años se sumó al regimiento de caddies que había en el campo. Le hechizaba el juego y resultaba extraordinaria su capacidad para asimilar lo que veía. Los torneos que se disputaban en el recorrido de Brookline le permitieron ver de cerca a los mejores jugadores de la época. Sobre todo a Harry Vardon, el inglés que había comenzado a revolucionar el deporte con su forma de agarrar el palo y de ejecutar el swing. El pequeño Francis, chico educado y siempre dispuesto para arrimar el hombro en lo que fuese necesario, se había ganado el cariño de muchos de los habituales jugadores de The Country Club. Uno de ellos, Samuel Carr, le regaló una tarde cinco palos y le convirtió en el chaval más feliz de la tierra. Entonces intensificó su relación con el golf. Se levantaba a las cuatro y media de la mañana y se marchaba directamente al campo para jugar con la primera luz del día mientras escapaba de los vigilantes que trataban de proteger el recinto de los intrusos como él. No hacía otra cosa que jugar y aprender de golf. Un autodidacta que comenzó a evolucionar imitando lo que veía en los torneos de profesionales. Por orden de su padre no tardó en dejar los estudios para comenzar a trabajar en una mercería de Boston. Le quitó tiempo para el golf, aunque buscó la forma de no separarse mucho de su pasión para mantener la evolución que estaba viviendo. Había días que se acercaba al campo público de Franklin Park y jugaba 54 hoyos seguidos hasta que le echaban de allí. Con 15 años, en verano de 1908, se presentó a jugar el Campeonato Interescolar de Boston y lo ganó. Se creyó entonces que podía ser alguien en el mundo del golf y cuando en 1910 la USGA eligió The Country Club como sede del Open USA Amateur tomó la determinación de participar en él. No le resultó sencillo porque debía pagar 25 dólares que le prestaron sus padres a regañadientes y que le obligaron a doblar turno en su trabajo para poder devolvérselo. No lo ganó como era su deseo, pero ayudó a que su nombre figurase como una promesa interesante y le sirvió como preparación del US Open amateur de 1913, su primera gran conquista en este deporte. Ese triunfo hizo que la USGA le invitase al Open USA que ese mismo año se jugaba en el campo de Brookline. Lo impensable, un absoluto sueño para él. Medirse por primera vez a los profesionales y en su propia casa. Recibió una invitación de la organización –que también le veía como un interesante gancho para los vecinos de Boston y sus alrededores– aunque estuvo cerca de perdérselo porque en la tienda donde trabajaba no le querían dar los días libres que necesitaba debido a que unos meses antes había pedido otro permiso para jugar el torneo amateur. Francis Ouimet tuvo que tirar de toda su diplomacia y prometer un buen número de contraprestaciones para que le dispensaran del trabajo y no tener que recurrir al plan alternativo que consistía en dejar ese empleo, algo a lo que estaba dispuesto con tal de no perderse aquella cita.

Imagen completa con Ouimet al fondo y, en primer término, Lowery y su caddie.

Lo que vino a partir de ahí es un cuento de hadas. La organización no tenía ni caddie para él y Francis Ouimet eligió para acompañarle a un niño de diez años que se llamaba Eddie Lowery y al que conocía desde hacía tiempo ya que vivía cerca de su casa y también era un habitual visitante del campo. La imagen no dejaba de ser cómica. El jugador más joven del torneo recorría el campo junto a un crío con una pequeña cojera que le repetía antes de cada golpe: “Mantén la cabeza abajo que ya veo yo dónde va la bola”. Pese a enfrentarse a su adorado Harry Vardon o a Ted Ray –los mejores jugadores del momento y grandes aspirantes a la victoria–, no se amilanó y a la conclusión de las tres primeras vueltas marchaba en cabeza. Una revolución a ojos de los organizadores que no se creían lo que estaba sucediendo. Los responsables del campo le ofrecieron entonces la posibilidad de contar con un caddie “profesional” y él renunció con la misma educación de costumbre. Nadie imaginaba que soportaría la presión de la última jornada. Ted Ray llegó líder a la casa club y poco después Vardon igualó su registro. Ouimet había perdido el paso y se plantó en los cuatro últimos hoyos con la necesidad de hacer dos birdies para sumarse al desempate. Pese a la tensión del momento Ouimet hizo esos dos golpes por debajo del par para conducir el torneo a un desenlace asombroso, a una jornada extra de desempate entre los tres jugadores. Un novato contra los dos jugadores más importantes del momento.

El lunes más de diez mil personas desafiaron a la lluvia y llegaron a The Country Club para asistir al play-off entre los dos grandes favoritos y el jugador local que se había colado en la fiesta. Ouimet, lejos de lo que podía imaginarse, jugó sorprendentemente relajado, sin la presión de quien está midiéndose a su primera gran cita y ante sus ídolos. En el hoyo diez los tres iban empatados, en el quince Ray se descolgó y Ouimet tomó un golpe de ventaja. En el hoyo 17, el que había junto a la casa de los Ouimet, Vardon forzó al máximo, quiso cortar una calle y acabó sepultado en una trampa de arena que para siempre sería conocido como el “búnker de Vardon”. En medio del delirio de sus paisanos Francis Ouimet jugó esos dos últimos hoyos con la frialdad de un veterano para convertirse con cinco golpes de margen en el ganador del Open USA con solo veinte años, tras haber aprendido él solo a jugar y con un niño como caddie. La noticia corrió como la pólvora por todo el país y disparó hasta extremos impredecibles la popularidad del golf en Estados Unidos. La USGA ya tenía lo que tanto ansiaba, ese impulso que provocó que en los siguientes diez años se triplicase el número de practicantes de golf en el país y llevase a la masiva construcción de campos, muchos de ellos públicos. Ouimet siguió jugando al golf y en dos ocasiones rozó la victoria de nuevo en el Open USA. Sumó algún triunfo menor a su palmarés, combatió en la Primera Guerra Mundial, y luego se dedicó a trabajar como banquero sin separarse nunca en exceso de los campos de golf. El pequeño Lowery acabaría por convertirse en millonario como distribuidor de coches en San Francisco. Nunca dejaron de ser amigos y cuando Ouimet falleció en 1967 uno de los hombros que llevó su atáud fue el de Lowery.

Compartir el artículo

stats