Baloncesto en silla de ruedas - División de Honor

Nagwa siempre devuelve el golpe

La jugadora danesa del Ibeconsa nació en Somalia y jugaba al fútbol cuando el error en una operación le paralizó las piernas

Nagwa Brown, ayer, en el Pabellón Pablo Beiro.

Nagwa Brown, ayer, en el Pabellón Pablo Beiro. / PABLO HERNÁNDEZ GAMARRA

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Nagwa Brown nació en Hargeisa, una ciudad de Somalia arrasada en aquella época por la guerra civil. Emigró junto a su numerosa familia a Alemania cuando contaba con escasos meses de edad. Después, a Dinamarca, donde ha construido su identidad. Una intervención quirúrgica la confinó hace trece años a una silla de ruedas. Aquella chica alegre y competitiva, que jugaba a fútbol, no se empantanó en la autoconmiseración. El baloncesto se ha convertido en su nuevo trampolín. También empresaria, Nagwa acaba de fichar por el Iberconsa Amfiv. Está dedicando estos primeros días a establecer relaciones y a entusiasmarse con las puestas de sol. Su filosofía vital se ha reforzado con los obstáculos: “No importa cómo te golpee la vida, tu deber es devolver el golpe”.

El fichaje de Nagwa se concretó la semana pasada, aunque llevaba un par de años cociéndose. El club vigués, de hecho, realizó una primera aproximación que la jugadora danesa, que militaba en el Fifh Malmö sueco, rechazó. Había abierto una cafetería en Malmö y regentaba además un pequeño negocio de marketing. Después irrumpió la pandemia y cualquier posibilidad de mudanza se detuvo.

Aunque seguramente destinados a encontrarse en algún momento, los contactos se retomaron de manera precipitada esta verano. Al presidente del Iberconsa Amfiv, José Antonio Beiro, y a su entrenador, César Iglesias, que creían tener la plantilla casi confeccionada desde el final de la anterior campaña, se les escurrierron entre los dedos el inglés Lewis Edwards y una compatriota que habían enrolado por su recomendación. Beiro e Iglesias tuvieron que reaccionar con urgencia. El hombre de Nagwa reapareció en la agenda. Y esta vez sí cuadraron las coordenadas.

“Llevábamos años viendo y siguiendo a Nagwa”, confirma César Iglesias. La danesa es una clase 2 –la puntuación por su discapacidad– que jugará como 0,5 gracias a la reducción por su condición femenina, lo que amplía la maniobrabilidad del entrenador con el quinteto. La relación entre catalogación y cualidades resulta muy atractiva. Iglesias la describe: “Tiene buena movilidad de silla para zafarse de su par e inteligencia táctica para introducir a sus compañeros con bloqueos. Da un plus defensivo porque tiene bastante envergadura y es difícil de superar en situaciones exteriores de tiro uno contra uno. Posee facilidad para encontrar canasta, tanto en continuaciones como en lanzamientos, sobre todo en movimiento. Su porcentaje es bastante elevado como punto bajo intermedio”.

“No espero menos que ganar la liga. Ésa es siempre mi mentalidad a la hora de enfrentarme a nuevos retos. Perder no es una opción para mí ni nunca lo será. El partido no se termina hasta que suena la bocina final”, aseguraba Nagwa en su presentación con el club. “Viene con toda la ambición por pasar de una liga menor como la sueca a una tan exigente como la nuestra”, comprende Iglesias. “Lo que más le costará, tanto a ella como a Christian (el sueco Seidel, otro fichaje), es el ritmo competitivo, a nivel de velocidad en el juego. Entrenando día a día con Julio, Agustín o Romo irán corrigiendo ese problema. Nos pueden dar muchas cosas”, celebra.

La jugadora, que aterrizó en Vigo esta semana, elogia “al gran club y el maravilloso plantel” que se ha encontrado. No oculta sus ansias: “Tengo suerte de estar aquí y espero poder demostrar lo que valgo”. La División de Honor arrancará el 9 de octubre, con un partido en Bouzas ante el poderoso Ilunion. El trabajo de pretemporada se ha iniciado con los ajustes mecánicos de las sillas. “Siempre he seguido los partidos del Amfiv”, asegura. “Me gusta César Iglesias, su mentalidad, que consiste en ser creativo y adaptarse a la evolución del juego. Es el tipo de entrenador para el que me gusta jugar”. Añade: “Y Agustín es un gran capitán, generoso, amable, al que respetas. El equipo es muy divertido. Otros compañeros no hablan inglés, pero gracias a Dios existe el traductor de Google”, bromea.

Nagwa se está acostumbrando a Vigo y a un entorno que la seducen: “Mi primer pensamiento fue que esta ciudad era la clase de sitio que ves por televisión, con montañas, los edificios antiguos, rodeada por el mar... Empecé a tomar un montón de fotografías hasta que me di cuenta de que no estaba de vacaciones. Voy a vivir en este lugar tan hermoso. Así que ahora estoy disfrutando de los amaneceres y los ocasos”.

Brown, en el entrenamiento de ayer en Bouzas.

Brown, en el entrenamiento de ayer en Bouzas. / Pablo Hernández Gamarra

Resulta inevitable relacionar su capacidad de gozo, en el paladeo de las pequeñas cosas, con su accidentada biografía. La aventura de Nagwa se inició hace 33 años en Hargeisa, tomada por los rebeldes que la proclamarían capital de Somalilandia y bombardeada por el ejército somalí. Ella tenía cuatro meses cuando la familia huyó a Alemania. Nagwa había cumplido seis años cuando se produjo la mudanza definitiva a Dinamarca.

Son recuerdos felices de infancia, pese al posible desarriago del clan. “Mis padres nos quisieron dar las mejores oportunidades en la vida. Es una deuda que nunca podremos pagarles. Tomamos las oportunidades que tuvimos y construimos una vida para nosotros”, agradece. Entre sus ocho hermanos y hermanas hay médicos, arquitectos, ingenieros, enfermeras...

Nagwa, que ha estudiado marketing, descollaba en el deporte. “Siempre ha sido una parte importante de mi existencia”, establece. Jugaba a fútbol con pasión hasta que una infección bacteriana en la médula espinal se cruzó en su camino. El cirujano, durante la intervención, segó unos nervios. Cuando Nagwa despertó de la anestesia, no podía mover las piernas. Y aunque ha sido capaz de recuperar la sensibilidad y cierta movilidad tras cuatro operaciones más, sigue confinada en la silla de ruedas.

Nagwa retiene aquella sensación de angustia, de cómo las miradas de la gente habían cambiado. Y de uno de sus temores más precisos: “No estaba tan triste por no poder caminar otra vez como por no volver a tener esa sensación de libertad que me proporcionaba el deporte, la competitividad, el espíritu de equipo, la emoción de ganar y perder... Aunque siempre he sido mal perdedora”, admite.

En el hospital celebraban un día dedicado al deporte. Unos tipos visitaron a los ingresados y les hablaron del baloncesto en silla de ruedas. “Me cambiaron la vida. Me salvaron”, resume.

Su discapacidad implica limitaciones inevitables. No ha vuelto desde su lesión de visita a Hargeisa, una zona hoy estable a donde su padre regresó para convertirse en un político popular. Pocas aduanas más admite. Nagwa se aplicó a su nueva pasión por el baloncesto con su fervor natural. Recuerda su primer partido. Su equipo estaba compuesto por novatos. Se enfrentaban a los mejores de Dinamarca. “En mi cabeza creía que íbamos a ganar”, confiesa. Perdieron 20-80. Ninguna frustración iba a frenarla. Dos años después ganaba la liga danesa. Buscó nuevos retos en Suecia, donde la han proclamado MVP en dos ocasiones. Ahora se traslada a España, a la mejor competición continental, a probarse en nuevas metas “no solo como jugadora, sino como persona”.

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