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El pescador de goles

Antoniaidis muestra la Bota de Plata de 1972

Están a punto de cumplirse los cincuenta años de la mayor gesta de los clubes griegos en Europa, uno de esos hechos que permanecen medio perdidos en los libros de historia. El 2 de junio de 1971 el Panathinaikos llegó a Wembley para disputar la final de la Copa de la Europa al Ajax, la única que ha jugado un equipo de aquel país desde que existe la competición. Un hecho sorprendente visto con perspectiva, pero que tuvo por encima de todo un causante: Antonis Antoniaidis.

Antonis Antoniaidis tendría que haber sido pescador. Lo fueron sus abuelos, su padre, sus hermanos y buena parte de sus conocidos. La diminuta Petrochori no ofrecía muchas más soluciones en los años sesenta a un joven como él. Pero Antonis quería jugar al fútbol.

Se cumplen cincuenta años de la gesta de Antonis Antoniadis y su Panathinaikos, cuando alcanzaron la final de la Copa de Europa de Wembley ante el Ajax

“Yo pescaré goles”

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“Yo pescaré goles” le decía a su padre en las constantes conversaciones que mantenían en casa acerca de su futuro. Aquella profecía empezó a hacerse realidad porque siendo juvenil comenzó a demostrar cierta facilidad para imponerse a las defensas rivales. Medía casi metro noventa y algunos creían que su éxito prematuro se debía por encima de todo a la ventaja física que hacía valer sobre la mayoría de rivales. La suya era una victoria por aplastamiento. Hasta su llegada al fútbol profesional no encontró un defensa de su talla. Esa situación cambió cuando fichó por el Aspida Xanthi en 1966. Tenía veinte años y en la Segunda División griega las cosas ya eran distintas. Los defensas habían cambiado de tamaño y forma; sus codos volaban con más peligro y las áreas se trasformaban en zonas altamente peligrosas. Pero Antoniaidis no se arrugó. Las dos temporadas que jugó allí perdió varias piezas dentales, pero también finalizó como el máximo goleador de la categoría, lo que hizo que su teléfono empezase a sonar con frecuencia. En el verano de 1968 podía elegir el equipo griego en el que quisiese jugar. Todos los importantes le querían. Y él eligió al Panathinaikos, el club del que era aficionado desde pequeño.

Antoniaidis posa con la camiseta del Panathinaikos.

Antoniaidis posa con la camiseta del Panathinaikos.

En Atenas las cosas no iban a resultar tan sencillas. Le costó adaptarse a las exigencias de la máxima categoría y a la presión de vestir una camiseta como aquella. El aficionado griego es tan apasionado como desconfiado y no existía unanimidad sobre aquel delantero interminable. Al poco de llegar, en el arranque de la primera pretemporada, tuvo que ser hospitalizado tras sufrir una apendicitis. Se perdió semanas de trabajo y eso condicionó su primera campaña con el Panathinaikos en la que estuvo muy lejos de lo que se esperaba de él aunque los verdes sumaron el título de Liga y de Copa (que hubo de resolverse con una moneda al aire). Incluso comenzó a rumorearse de que el club estaría dispuesto a buscarle una salida porque las críticas a su fichaje no dejaban de arreciar.

El siguiente verano Antoniaidis decidió darle la vuelta a la situación. Mientras sus compañeros disfrutaban de las vacaciones él se puso en manos de dos profesionales alejados del fútbol: un entrenador de atletismo y una profesora de ballet. Con el primero trabajó a destajo para mejorar su resistencia y velocidad. No tocaba un balón; solo corría. Y a través del baile quería mejorar su coordinación, el equilibrio, el dominio de su cuerpo. Lo consideraba esencial para un delantero.

“La posición en el remate lo es casi todo”

Antonis Antoniadis

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“La posición en el remate lo es casi todo” solía decir. Aquello dio sus frutos. Antonis ganó la siguiente campaña el título de máximo goleador con 25 goles y el Panathinaikos conquistó la recién nacida Superliga griega. Las voces que le discutían comenzaban a esconderse entre un público cada vez más entregado. En el verano de 1970 llegó al club como entrenador una absoluta leyenda del fútbol: el húngaro Ferenc Puskas, alguien que conocía como nadie el oficio de goleador. Puskas era amigo de los mensajes sencillos y de los tópicos que repetía con frecuencia porque creía poderosamente en ellos. Con su delantero centro mantuvo numerosas conversaciones. “Yo he estado en tu lugar y sé lo que es pasarse partidos sin meter un gol y no entender por qué. No gastes energías con eso, conmigo siempre vas a jugar” le dijo al poco de llegar al banquillo. Puskas tenía claro que el éxito de su empresa pasaba por lo que fuese capaz de crear Mimis Domazos (a quien apodaban “el general”) y de la puntería que mostrase Antoniaidis.

Para mejorar se puso en manos de un entrenador de atletismo y de una profesora de ballet

Aquella temporada el club tenía especial ilusión por firmar una buena actuación en la Copa de Europa. Un año antes los había despachado en primera ronda el modesto Vorwärts Berlín, algo que levantó un importante descontento entre sus fieles, y existía la exigencia de compensar aquel varapalo. En su historia el club no había tenido la ocasión de medirse a los grandes conjuntos del continente y entendían que ya era hora de darse esa alegría y a ello se emplearon aún a costa de priorizar el torneo europeo por delante de las competiciones locales. Para su felicidad Antoniaidis parecía bendecido aquellos miércoles apasionantes.

El Panathinaikos arrancó superando con facilidad al campeón luxemburgués con cuatro goles de su delantero centro. Después vendría el Slovan de Bratislava al que marcó otros tres tantos para colocar al equipo en los cuartos de final. Allí el camino se ponía casi imposible porque su rival era el Everton, que había ganado la Liga inglesa. En la ida en Goodison Park, en un ambiente temible, el Panathinaikos resistió como pudo las embestidas del cuadro de Liverpool que ganaba 1-0 y buscaba el gol que le permitiese viajar a Atenas con algo de tranquilidad. Pero a falta de nueve minutos, en uno de los pocos ataques del equipo de Puskas, Antoniaidis cazó un remate duro con la pierna izquierda que congeló el estadio inglés. Uno de los grandes tantos de su vida, mitificado por completo en la memoria de los aficionados del Panathinaikos.

El gol de los nueves

Lo bautizaron como “el gol de los cinco nueves” porque lo anotó el nueve, un nueve de marzo, a las nueve de la tarde, a falta de nueve minutos y suponía el noveno gol de Antoniaidis en esa competición (realmente era el octavo...) En Atenas, en el partido de vuelta el Everton de Kendall, Ball y Morrisey atacó sin desmayo en busca de la clasificación, pero no pudieron con la defensa griega. Solo el Estrella Roja les separaba de la final de la Copa de Europa, pero en Belgrado sufrieron un serio revolcón. Un 4-1 que ponía las cosas casi imposibles para los de Puskas. Pero lo impensable acabó sucediendo.

Ajax-Panathinaikos

Ante 30.000 enfervorizados hinchas, el Panathinaikos pasó por encima de los serbios en la vuelta. Antoniaidis abrió el marcador en e primer minuto de juego y anotó el segundo en el arranque del segundo tiempo. Kamaras, a veinte minutos del final, logró el gol de la clasificación. Aquel partido traería mucha cola. La derrota era traumática para el Estrella Roja, la más dura de su historia hasta aquel momento. Denunciaron que habían sido intoxicados con la comida en el hotel y que Ortiz de Mendibil, el árbitro español, fue cómplice de los griegos en aquella remontada. Muchas décadas después Despina Gaspari, la mujer del entonces dictador de Grecia, el general Giorgos Papadopoulos, aseguró que su marido le había asegurado antes de empezar el partido que habían amañado el partido comprando a los jugadores del Estrella Roja. “¿Crees que podríamos haber dejado al azar una cosa de interés nacional? El Estrella Roja se dejará ganar y percibirá dinero por ello” cuenta que le confesó en el palco poco antes de que comenzase el partido.

Panathinaikos, Wembley 1971

Más allá de todas estas historias, el Panathinaikos saltó a Wembley un 2 de junio de 1971 para enfrentarse al Ajax en la final de la Copa de Europa. Una locura impensable y que ningún otro equipo griego repitió (y difícilmente repetirá). Con toda la pasión del mundo trataron de hacerse fuertes, pero acabaron asistiendo en directo al nacimiento de los años del Ajax que sumó esa tarde la primera de las tres Copas de Europa consecutivas. Van Dijk anotó a los cinco minutos y Haan sentenció a falta de tres. Sobre aquella final Antoniaidis, máximo goleador con diferencia del torneo, recuerda “al saltar al terreno de juego sentí cosas de otro mundo. No lo recuerdo como una derrota, sino como el inevitable inicio del reinado mundial del Ajax”.

Antoniaidis muestra la Bota de Plata de 1972

Antoniaidis viviría aún más días de felicidad en el fútbol. Más ligas domésticas, cuatro premios de máximo goleador en Grecia, incluso una bota de plata a nivel europeo gracias a los 39 goles de 1972 que solo Müller fue capaz de superar. En 1978 decidió marcharse del club, jugó unas semanas en el Olympiakos y luego se fue al Atromitos unos meses. Ya era suficiente para él. El día que anunció en casa su retirada le dijo a su padre “creo que ya he pescado suficientes goles”.

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