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“Boxearé hasta que quiera Hacienda”

Louis durante su últimapelea ante Marciano.

"Es imposible venir desde más abajo” decía Joe Louis en las primeras entrevistas que concedió después de convertirse en campeón del mundo de los pesos pesados. El hombre que pasaría a la historia como el “Bombardero de Detroit” había nacido realmente en una pequeña cabaña de madera de Alabama. Era nieto de esclavos y el séptimo hijo de una pareja que trabajaba en una de las muchas plantaciones de algodón que había en el estado. Tenía diez años cuando su madre y su padrastro (se había quedado huérfano cuatro años antes) decidieron abandonar el complicado sur e instalarse en Detroit donde proliferaba el trabajo gracias a la industria del automóvil.

Se cumplen 70 años de la retirada de Joe Louis, el pesado pesado que más tiempo ha retenido la corona mundial y que tuvo que volver a ring cuando ya había colgado los guantes por sus problemas con el fisco

Joe comenzó como repartidor de hielo antes de ser contratado en la planta de Ford. Daba igual a lo que se dedicase. El día que un amigo le invitó a aprovechar su fuerza para ir a su gimnasio a probar el boxeo su vida cambió por completo. Lo tenía todo para triunfar. Solo cuatro años después, con veinte, se subió a un ring por primera vez para disputar un combate profesional. Su entrenador, Jack Blackburn, decidió que ya era hora de que el mundo conociese el diamante que habían estado esculpiendo en un viejo sótano de Detroit. Jack Kracken, su primer rival en Chicago, duró un solo asalto. Fue el comienzo de una leyenda asombrosa. Veinticuatro combates consecutivos ganados (solo dos llegaron al límite) que sirvieron para jubilar a toda una generación de grandes boxeadores. En esa lista aparecen Primo Carnera, Max Baer, Paulino Uzkudum, Stanley Ketchel…el título mundial era solo cuestión de tiempo. Pero antes tendría que aprender la lección más importante de su carrera, la que acompaña a la derrota.

Joe Louis en sus primeros años

Joe Louis en sus primeros años

Tenía 22 años cuando el estadio de los Yankees de Nueva York se llenó para asistir al duelo contra Max Schmeling. Louis parecía intocable, pero esa noche se encontró un rival mayúsculo, un hombre casi diez años mayor que él, con menos condiciones pero sobrado de carácter y astucia. El alemán planteó una pelea inteligente, se dejó dominar por el ímpetu de su rival y contragolpeó siempre con inteligencia. Doce asaltos electrizantes. Daba la sensación de que aquello lo resolverían las tarjetas de los jueces a favor del americano, pero fue entonces cuando el alemán cazó a Louis con un golpe en el hígado que dejó al americano seco sobre la lona ante la incredulidad general de los miles de espectadores que por primera vez asistían a la derrota de su gran ídolo. En 1936 Schmeling se convirtió en un símbolo, era el hombre perfecto para pregonar los delirios nazis sobre la supremacía de la raza aria. Hitler se fotografió con él y los periodistas le preguntaban constantemente si durante su combate con Louis había encontrado algún defecto físico en el boxeador negro para poder vencerle.“ ¿Podéis darme algo mejor que Schmeling? ”llegó a gritar al mundo un desafiante Hitler durante un mitin.

Schmelling y Louis, durante el pesaje de su segundo combate.

Louis respondió a aquella derrota entrenando aún más. Caían rivales y solo un año después se subió a un ring para pelear por primera vez por el título mundial de los pesados. Jim Braddock, otra leyenda, cedería su corona abrumado por la potencia del de Alabama. Cuando los periodistas le abordaron en el vestuario buscando respuestas sobre su estado de ánimo Louis les dijo que “no me llamen campeón del mundo hasta que sea capaz de ganar a Schmeling”. Tardó aún dos años en encontrar la esperada revancha con el alemán. Hitler, que ya tenían sus tanques preparados para entrar en Polonia y poner en marcha el mayor horror conocido por el hombre, había seguido aprovechando la figura del boxeador para su propaganda. El combate se convirtió en mucho más que eso. El presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, llamó a Louis a la Casa Blanca para desearle suerte y recordarle la importancia que tenía ganar aquella pelea. El boxeador era una especie de símbolo de la oposición americana al régimen nazi. El ambiente era delirante en el estadio de los Yankees donde más de 70.000 espectadores se reunieron para asistir al esperado duelo. Los boxeadores se vieron claramente condicionados por el ambiente que se respiraba en aquel escenario. Louis fue una fiera descontrolada desde el arranque, Schmeling parecía impresionado por lo que le rodeaba. El“Bombardero de Detroit”comenzó a encadenar golpes que no encontraban respuesta en su rival. En una combinación de izquierda el alemán se quedó sin aire y sintió la necesidad de agarrarse a las cuerdas. Se desprotegió y le comenzaron a llover. Los árbitros detuvieron un par de veces el aluvión, pero aquello no tenía remedio. Schmeling acabó con dos costillas rotas. Solo había resistido dos minutos.

Después de la pelea con Schmeling, Louis ejerció un dominio avasallador en la categoría de los pesos pesados. Diecisiete victorias hasta 1942, cuando ingresó en el ejército, donde fue profesor de educación física y realizó demostraciones por todo el país. Incluso se fue de gira por Europa en 1944 y durante los meses anteriores y posteriores al desembarco de Normandía realizó diferentes exhibiciones en Inglaterra. Fue ahí cuando en una operación de marketing impropia para su tiempo el Liverpool anunció su fichaje y llegó a inscribirle en sus competiciones. Nunca se vistió con su camiseta, pero oficialmente quedó que Jose Louis Barrow había sido durante una temporada miembro de la plantilla del Liverpool. Acabada la guerra, defendió cuatro veces más su título antes de anunciar, en marzo de 1949, su retirada como campeón invicto. Doce años seguidos reteniendo la corona de los pesados, lo que nadie ha sido capaz de igualar en la historia.

Louis, durante una visita a los soldados en la Segunda Guerra Mundial.

Pero sorprendentemente Joe Louis se vio obligado a regresar solo año y medio después. La culpa la tuvo el fisco norteamericano que le reclamaba los impuestos correspondientes al tiempo que pasó en el ejército. Su promotor, Mike Jacobs, responsable de sus cuentas, había cometido un error creyendo que las bolsas donadas al Fondo de Ayuda del Ejército y correspondientes a las exhibiciones en las que había participado durante la Segunda Guerra Mundial le dispensaban de esa obligación. La deuda, con intereses y multas, alcanzaba el medio millón de dólares y Joe Louis no tenía otra forma de ganar ese dinero que boxeando.

A finales de 1950 se enfrentó contra Ezzad Charles, el hombre que heredó su título, y perdió en una discutida pelea resuelta a los puntos en Nueva York. Era la segunda derrota de su carrera. Después siguió peleando. Ocho combates más, todos ganados a rivales de menor fuste. Bolsas modestas que iban directamente a las cuentas de fisco y que le permitieron ir recuperando su buen estado de forma. En el horizonte estaba pelear de nuevo contra Charles, arrebatarle el título, saldar su deuda y marcharse de nuevo del boxeo como campeón del mundo. Solo un gigante como él podía conseguir semejante logro. Pero antes de pelear una vez más debía enfrentarse a un joven de origen italiano llamado Rocky Marciano que no había perdido ninguna pelea hasta ese momento y al que apodaban “la roca de Brockton”.

Louis, durante su última pelea con Marciano.

A Joe Louis le garantizaron una bolsa de 300.000 dólares que casi le servían para liquidar sus asuntos con la Hacienda norteamericana. Eso y lo que ganaría en una hipotética pelea por el título mundial resolvería definitivamente sus problemas. La noticia, en cambio, generó sentimientos muy contradictorios para Rocky Marciano que sentía una absoluta adoración por Joe Louis. En el ring había diez años de diferencia (37 tenía Louis por 27 de Marciano) y durante las semanas previas el “Bombardero de Detroit” se afanó por prepararse a conciencia para lo que esperaba sería una pelea muy complicada. El Madison vivió una de sus grandes noches. Se agotaron los boletos en pocas horas y el recinto de la Quinta Avenida lució como nunca, con lo más influyente y despiadado de la sociedad neoyorkina reunida para asistir a un gran espectáculo. La pelea fue la demostración del campeón que se iba contra el que llegaba a toda velocidad. En el octavo asalto todo se fundió a negro.

Louis y Schmelling, en un encuentro años después de su retirada.

Marciano conectó dos ganchos en su mentón y Joe Louis cayó fuera del ring. El árbitro no llegó ni a contar. En el vestuario Joe Louis, ante los periodistas, les dijo que todo se había terminado y que ya nunca más se subiría a un ring a pelear. “Schmelling me tiró al suelo después de golpearme cien veces, este chico lo ha hecho con media docena de golpes. Es hora de marcharse para siempre”. Marciano, que estaba en una nube, apareció mientras su rival terminaba de vestirse y bromeaba porque le costaba peinarse debido al dolor que sentía en los brazos. Impresionado al ver sus magulladuras se abrazó a él y lloró. “Lo siento, Joe, lo siento” le dijo en presencia solo de los más fieles de uno y otro. “¿De qué sirve llorar? El mejor hombre ganó. Supongo que todo pasa para bien” fue la respuesta del viejo campeón. Joe Louis saldó casi toda su deuda con Hacienda gracias a aquella pelea. El Congreso le perdonó lo que restaba, pero se quedó sin nada con lo que vivir. “Hacienda no necesita que vuelva a pelear” decía en broma.

Los últimos años, lastrado por problemas de salud, los pasó en Las Vegas. Max Schmelling se encargó de sus gastos durante los últimos años y se hizo cargo del entierro cuando murió en 1981 tras un paro cardiaco. Ronald Reegan admitió que el país nunca le correspondió a lo que Joe Louis había hecho y pidió que fuese enterrado en el cementerio de Arlington como el héroe que fue.

Tumba de Louis en el cementerio de Arlington.

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