Los pocos invitados que asisten a la zona vip del Giro, llegada de Matera, tienen el honor de aliarse a la historia cultural de Italia mientras aplauden el esfuerzo de Arnaud Démare. Las tribunas de invitados llevan el nombre de tres pintores -y algo más-, Leonardo, Caravaggio y Raffaello. El ciclista francés levanta los brazos como triunfador de la etapa delante de ellos.

La gente corre como loca por la cuesta que lleva hacia el podio. A veces, se tiene la sensación de que algunos aficionados al ciclismo se han olvidado totalmente de la pandemia y les da igual saltarse el distanciamiento social con tal de tener una buena posición tras las vallas para ver cómo se le entrega la maglia rosa un día más al joven portugués Joâo Almeida, en un día con caída sin consecuencias. Solo dos ciclistas de Portugal se han vestido de rosa; el primero fue Acacio da Silva, crecido como corredor en Luxemburgo.

Démare gana esta vez de forma clara, sin photo finish y sin la oposición de Peter Sagan, demasiado escondido en una llegada en subida que le iba como anillo al dedo. En la ciudad del cine bíblico, Démare consigue un triunfo de película, muy cerca de los sassis, las viviendas excavadas en la roca, que ahora son Patrimonio de la Humanidad.

Hoy llega el turno del viento peligroso camino de Brindisi, lugar ideal para emboscadas en este Giro que nunca parece dar tregua y que siempre esconde lugares maravillosos y carreteras endiabladas.