- ¿Cómo ha sido su adaptación a la "vida civil", alejado del circuito?

- Cuando uno entra en un circuito profesional tiene momentos de estrés y adrenalina elevada. Pero yo siempre entendí que todo formaba parte del juego y nunca le di mayor importancia.

- Supongo que esa actitud le permite retomar con ilusión una labor formativa, en la Academia Rafa Nadal, que otros entrenadores de élite ya no querrían realizar.

- Lo que siempre me ha gustado más de mi trabajo ha sido precisamente estar en contacto con los jóvenes, a los que creía que podía aportar algo. Siempre di más importancia a la labor que realizaba en la época de formación que en la época ya final.

- Ahora, desde la distancia, ¿es capaz de realizar un análisis objetivo de qué ha cambiado en Rafa Nadal con Moyá como entrenador?

- No hay nada que me atribuyese a mí. El trabajo de Rafael está bastante hecho. Yo creo mucho en la formación en cualquier ámbito. Si un chico está bien formado, la posibilidad de acceder después a distintas vetas es relativamente fácil. Y como siempre me pareció que Rafael era un chico bien formado, entendí que el trabajo estaba bastante hecho. Después, evidentemente, cada entrenador siempre aporta algo. La aportación de Carlos Moyá o Francis Roig ha sido importante. A Rafael le ha ido muy bien.

- Una de las ideas principales de su charla en Vigo es que "todo es entrenable". Imagino que eso no debe confundirse con que todo el mundo puede alcanzar el nivel de un Nadal o un Gasol en su disciplina.

- Yo creo que todo o casi todo es mejorable o susceptible de mejora. Es la visión que siempre he tenido con Rafael. Todo se puede entrenar y es lo que intento aportar cuando tengo la oportunidad de charlar con uno o con otro. No todo el mundo puede ser un Pau Gasol o un Rafael Nadal, no todo el mundo puede ser un fenómeno, faltaría más. Pero sí creo que todo el mundo puede ser mejor de lo que es, siempre. No concibo en la vida, después de muchos años, seguir haciendo lo mismo igual de bien o igual de mal. No le doy otro sentido a la vida que no sea esa idea clara de mejorar.

- ¿Resulta sencillo en una conferencia como la que dará en Vigo eludir efectistas frases de autoyuda?

- Me han solicitado para dar una charla. Pero yo no pienso en temas dogmáticos. Voy a hablar de mi experiencia en todos estos años. Es lo que he intentado aplicar toda mi vida. No hablo casi nunca de cuestiones complicadas. No sabría cómo hacerlo. Yo no sé bien cómo se entrena una cosa o cómo se hace. Sé lo que yo he hecho o intentado y lo que a mí me ha servido. Otra gente hace otras cosas y probablemente le habrá ido mejor que a mí. En ningún momento pretendo dar lecciones a nadie. Entiendo la vida de una determinada manera. Cuando yo empecé con Rafael, lo entrené para que fuera un muy buen jugador. Pero mi idea siempre fue que lo que teóricamente le iba a servir dentro de la pista también le fuese bueno fuera de la pista. Trabajar con unos valores de respeto, esfuerzo y sacrificio te produce mayor satisfacción. Como tío de Rafael, una persona a la que tenía una gran estima, quería lo mejor para él. Y yo entiendo que la exigencia es importante para ser feliz, que es mejor vivir la vida marcándose objetivos. Ya sé que se puede ser feliz de otras muchas maneras. Pero creo que es más difícil. Lo único que puedo hacer es explicar esta experiencia, esta idea, nada más. Nunca me he preocupado más de la cuenta con las cosas ni por dictar normas.

- Usted es un referente en la sociedad española de humildad, rigor, trabajo serio... No debe ser fácil responder siempre a esa exigencia, sin permitirse deslices.

- No, no, yo nunca he pretendido ser un modelo de nada porque sé que no lo soy. El mundo está lleno hoy de gente que da lecciones, de salvadores, que todo lo hacen bien; gente dispuesta a poner el grito en el cielo cuando alguien se equivoca mínimamente. No es mi manera de entender el mundo. Yo me equivoco muchas veces. Soy bastante escéptico en todo. No creo en gente impecable, impoluta. Todos tenemos cosas que hacemos bien y mal, momentos en los que perdemos los nervios, como yo los he perdido dentro de una pista ante alguna decisión arbitral. Es normal. Otra cosa es descuidar valores primordiales como el respeto al rival. Nunca hice del rival un enemigo. Siempre comprendí que el otro también quería ganar. A veces ganamos, a veces perdemos. Cuando Rafael era pequeño, quería que intentase dar la mejor versión de sí mismo. Yo no sé entrenar para ganar Roland Garros, no sé cómo se hace. No sé si en mi vida me va a tocar convivir con un Federer o con diez, o con diez Djokovic. Lo que sé es que puedo ser la mejor versión de mí mismo, aunque a veces hagamos cosas que no sean correctas. El problema es cuando uno las hace de forma constante.

- Su figura reivindica aquella del viejo maestro, que busca inculcar valores antes que una rentabilidad inmediata, del tipo que sea.

- Por encima de todo busqué la satisfacción personal de mi sobrino. Evidentemente me motivaba ganar Roland Garros, Wimbledon o cualquier pequeño torneo. Pero por encima de todo me motiva el ser humano. Defiendo siempre la labor de un profesor. Una sociedad que no tiene en gran valor a sus profesores es una sociedad que va perdida. Si quiero que mi hijo juega bien al fútbol, al tenis o al pimpón, o que sepa música, intentaré buscar un buen profesor de esa materia; si quiero formar bien a una sociedad, debo dar valor a los profesores. Es uno de los problemas de nuestra sociedad. La enseñanza en sí no tiene la admiración de la gente, que a veces se dirige hacia temas menos importantes. A mi modo de ver, y siempre hablo por mí, la formación de cualquier persona es básica. Quisiera vivir en una sociedad en la que se cuidara bien ese aspecto. La deben cuidar los padres, la familia, pero también en las escuelas. Pero los distintos gobiernos le han ido quitando potestad al profesor. Y al final lo estamos pagando todos. Me gustaría vivir en una sociedad donde el respeto tuviese una presencia constante, donde el esfuerzo, la exigencia y la corrección estuvieran recompensadas. La formación del espíritu y el carácter es más importante que lo otro. ¿Qué sentido tiene pasar una pelota por encima de una red? ¿El chut a un balón o correr 50 kilómetros? Un sentido bastante limitado. El sentido es el esfuerzo, ir un pelín más allá. El deporte era un complemento de la formación intelectual y humana en la antigua Grecia. He actuado en base a esa visión. Aunque era labor de sus padres y sobre todo de Rafael, en lo que intervine siempre quise que mi sobrino fuese una personal normal y que se esforzase. Hubiera sido una falta de respeto entrar en una pista de tenis y no dar el máximo, una falta de gratitud con la vida. No busqué más que eso y lo hice porque me hacía sentir bien.