Este mercado veraniego consagra la ficción como género periodístico en el entorno del Celta. Ha lucido más que nunca la capacidad inventiva: del proceso de un fichaje o directamente de la identidad del jugador que el club supuestamente pretendía. En el mejor de los casos se ha empleado la deducción como herramienta. Ya que Berizzo confesaba haber pedido un determinado perfil, se ha escudriñado el fútbol universal en busca de aquel jugador que nos cuadrase. Pero sin desdeñar el delirio como fuente directa, con futbolistas cuyo perfil deportivo y salarial excedía claramente la capacidad del Celta. Pongamos que Rafinha.

Nos han informado al segundo de conversaciones telefónicas, planes de viaje y sobresaltos en las negociaciones. Las operaciones quedaban encaminadas o se caían a velocidad vertiginosa, pero siempre con algún testigo al tanto, dispuesto a informar en tiempo real. Y esto no ya citando a agentes o los clubes interlocutores, sino al propio Celta. Tan orgulloso de su opacidad -pocos manejan en su seno la información esencial- y al parecer desnudo.

Ha sucedido en las redes sociales, sobre todo en Twitter, cuya mecánica se presta. El rastro de la mentira puede perderse en la "viralización" y es fácil que los emisores se retroalimenten entre ellos. Sin saberlo o conscientemente acaban citándose mutuamente como fuentes, en una especie de movimiento pendular progresivo. "Suena en Vigo" porque "dicen en Valencia" y así hasta el infinito.

Twitter es un territorio al que nos estamos adaptando, cuyo utilidad depende de nuestro manejo. Democratiza la información pero también la mixtifica. Cualquiera puede crear su medio de comunicación, cualquiera puede ejercer de periodista o jugar a ello, para bien y para mal. Pero también los que trabajamos en medios de comunicación tradicionales hemos caído en ese vértigo. No es fácil digerir la presión. Antes debíamos anticiparnos al competidor en el ejemplar de la mañana, el boletín horario, el telediario. Ahora cada segundo es una batalla. En el "y si" que nos late en la sien, cuando cavilamos si hacernos eco del rumor, muchas veces se impone el miedo.

Lo que preocupa de lo sucedido este verano no es tanto la fabulación de unos como la credulidad de otros. Mientras algunos informadores se inventaban posibles fichajes, había aficionados que se enfadaban porque el Celta no acababa concretando esos posibles fichajes ficticios. Aunque la farsa resultase burda en su confección, literalmente increíble, siempre había gente dispuesta a consumir el producto. La mejor manera de que la prensa mejore su calidad es exigírselo como cliente.

Twitter es un ecosistema muy concreto, que tiende a la exageración. La gente acude predispuesta a la indignación o el entusiasmo porque en sus 140 caracteres no queda espacio para los matices. Pero es al fin un termómetro y de alguna manera sus historias acaban filtrándose a la realidad.

La dinámica de este verano retrata a una parte del celtismo que vuelve a sentir la fiebre del oro, convencida de que este club no sólo ha alcanzado la deuda cero concursal sino que ya fabrica dinero de curso legal. Reclaman fichajes, siempre más y de mayor caché. Nada les contenta. Es una exigencia perjudicial, condenada a la insatisfacción, porque no tienen en cuenta las dimensiones del Celta, que sigue siendo un club de clase media-baja.

El Celta, de hecho, ha fichado mucho. Quizás incluso de más, pese a la disputa de la Europa League. Si la cuota de lesiones es la habitual, hombres importantes se quedarán fuera de la convocatoria cada jornada. No supone solo un riesgo de conflicto que Berizzo deberá controlar dentro del vestuario -ha sido su voluntad y es su reto-. Puede frenar a la cantera, que necesita espacio, al menos en los entrenamientos, para competir. Y devalúa a jugadores bien pagados, que son producto y patrimonio.

El Celta afrontó la pasada campaña con tres centrales y uno de ellos, Fontás, estuvo lesionado durante meses. Fue pese a ello capaz de quedar sexto en Liga y alcanzar las semifinales de Copa. Por reconvertir puntualmente a Mallo o Jonny no sucedió ningún cataclismo, pese a los errores que pudiesen cometer. No digo que fuese una situación ideal. Era una demarcación a reforzar. Basculamos hacia el extremo contrario. Hay aficionados inquietos porque al final no se fichase a Katai o un diez al uso. Orellana, Aspas, Pione Sisto, Tucu, Rossi o Pape pueden jugar por esa zona, con diferentes configuraciones estilísticas o tácticas, pero todo el proyecto se derrumba, al parecer.

En realidad, la plantilla está más que completa en su catálogo teórico. Se ha fichado lo que se necesitaba. Otra cosa es que se haya fichado bien y en eso el balón decidirá. El Celta vendió al Nolito de 2016 pero está obligado a fichar al de 2013. Hablamos de jugadores que, como Augusto o Krohn Dehli, ya tenían una trayectoria a sus espaldas, por más que en Vigo alcanzasen su máximo potencial. Un parte sustancial de la política de contrataciones debe seguir volcada hacia los talentos jóvenes: Pione Sisto, Naranjo o Lemos como antes Radoja, Drazic o Bongonda. Lo que incrementa el nivel de impredecibilidad y sí, la posibilidad de un fracaso.

Hay quien habla de enfado de Berizzo, de cuyo pensamiento se tiene al parecer el mismo conocimiento exhaustivo que de la agenda del presidente. Puede ser. No ha ocultado que quería un portero. Entiendo su petición igual que entiendo que el club no se la cumpla. Trabajan con cronologías distintas: lo inmediato, aunque sea un técnico comprometido, y el largo plazo, aunque el club necesite resultados cada siete días. En realidad, los proyectos futbolísticos deben funcionar gracias a esa dialéctica: uno exige y otro lo valora, dentro de un marco de sintonía. Es cuando ese equilibrio se quiebra que la estructura se tambalea. No solo si la directiva ignora todas las reclamaciones de su técnico, como le sucedió a Mouriño con Vázquez; también cuando se las cumple todas, como le sucedió a Horacio Gómez con Víctor Fernández. El Celta lo acabó pagando enseguida o en diferido.

Recuerdo que Horacio, ya hacia el final de su mandato, me alertó de que la salud financiera de un club no dependía tanto de los traspasos, que es lo llamativo, como de los sueldos. Por el sueldo en sí que se le paga a alguien y por la química de ese vestuario, si otros jugadores de igual o superior jerarquía cobran menos. Al día siguiente reclamarán su aumento, en una espiral inflacionista. Es de los muchos factores que un consejo de administración debe considerar, aunque resulte impopular.

Al final debe existir una proporcionalidad entre las expectativas y las capacidades. Lo contrario puede convertir una campaña atractiva gracias al regreso a Europa en una agonía. El celtismo de antaño dejó de disfrutar de las hazañas cuando empezó a considerarlas una rutina natural que debía exigir. Existen razones reales para criticar al club. ¿Para qué criticarlo por no hacer los fichajes que alguien imaginó delante de un teclado?