El Real Madrid y el Bayern honraron ayer su ancestral rivalidad, ese mutuo odio que se tienen desde hace décadas y que ha regalado grandiosas noches de fútbol a los aficionados. Ayer ofrecieron un encuentro rebosante de electricidad que deja la eliminatoria pendiente del partido en el Allianz Arena del próximo martes después del corto pero justo triunfo del cuadro español que a esta horas solo lamenta no haberse llevado un colchón más confortable con el que enfrentarse al infierno que seguramente le aguarda en Múnich. Un gol parece un escudo pequeño en un escenario tan terrorífico, pero la historia de la competición -que juega mucho en estas cuestiones- recuerda con frecuencia lo complejo que resulta levantar ese 1-0 que siempre parece raquítico para quien lo protege.

La noche sirvió para que el Real Madrid derribase de golpe a dos de sus grandes maldiciones. Una es el Bayern -que aún tiene posibilidades de levantarse y revolverse- y la otra es Guardiola. Por primera vez el técnico catalán salió derrotado como estratega del Bernabéu. Áutor de algunos de los mayores meneos que el club blanco ha recibido en su hogar, ayer le llegó la hora. Y salió con mala cara, disgustado porque el Real Madrid y Ancelotti -tan lúcido como sus futbolistas- encontraron la manera de desactivar a su colosal equipo. Está Guardiola en medio de una misión compleja: mejorar a un equipo que hace meses ganó la Copa de Europa, modernizar su juego, alejarse de la esencia más alemana y acercarlo a la excelencia que vivió en el Barcelona. Eso le ha hecho ganarse reproches por parte de las viejas esencias del Bayern que representa mejor que nadie el gruñón Beckenbauer. Le esperan malos días después de la derrota de ayer porque el equipo volvió a tener la posesión de forma abrumadora -algo que irrita especialmente a su ala crítica-, pero acabó derribado por las piernas del Real Madrid, el equipo que mejor corre del mundo con espacios, que le defendió con orden hasta que encontró las grietas a la espalda de sus laterales y dispuso de ocasiones para haberse llevado un tesoro a Alemania.

El Bayern tuvo una presencia exuberante en el campo. Con un equipo plagado de mediocampistas agarraron la pelota y amenazaron por momentos al Madrid con no dejárselo más que para sacar de centro. Una barbaridad de intensidad en la circulación y de presión luego para ir a recuperarla. Los de Ancelotti parecieron no inmutarse demasiado, como si aquello estuviese en sus planes. El cuadro blanco, en el que Bale fue suplente y Cristiano forzó para reaparecer, instalaron ese 4-4-2 que tan cómodo le hace sentir -el esquema con el que derrotaron hace una semana en la Copa al Barcelona- y se apretaron para resistir. Imposible de entender sin el trabajo de los defensas que se juntaron para hacer uno de los mejores partidos que se le recuerdan con especial mención para Carvajal y Coentrao, los laterales, que dieron la cara y acabaron por desquiciar a Ribery y Robben, los dos principales puñales que Guardiola utiliza para abrir en canal a los rivales. El francés acabó sustituido y el holandés dando vueltas sobre sí mismo. Y fue precisamente un lateral el que se encargó de ajusticiar al Bayern a la contra. El Real Madrid, a diferencia del Chelsea en el Calderón, tenía claro que saldría a la mínima oportunidad y que buscaría rendijas por las que colarse. La espalda de Rafinha era una de ella. Por allí entró Coentrao en el minuto 19 para poner un balón perfecto al corazón del área donde Benzema solo tuvo que empujar a la red. Un simple aviso de lo que vendría a continuación porque hasta el descanso el Real Madrid tuvo dos ocasiones clarísimas (una de Cristiano Ronaldo y otra de Di María) para aumentar la diferencia mientras el Bayern empezaba a enredarse en un viaje a ninguna parte. La coraza del Real Madrid resistió de manera ejemplar. Pepe y Ramos fueron titanes; Xabi Alonso siempre estuvo en su sitio. Robaba con facilidad los alemanes, pero respondían con tranquilidad los de Ancelotti. Tanto que en el segundo tiempo incluso dieron un paso más al frente. Les ayudó mucho la aparición de Modric en escena y el hecho de que el Bayern empezó a ponerse nervioso. El genial medio croata les escondió la pelota a los gigantones alemanes y convirtió buena parte de los ataques del Real Madrid en ocasiones claras en el área de Neuer. Fue un ejemplo de sencillez con la mezcla necesaria de velocidad. Solo le faltó ajustar a los blancos el último pase o el remate definitivo. Al Real Madrid se le comenzó a poner cara de que el 1-0 empezaba a ser demasiado corto para sus méritos. Guardiola cambió al equipo con la entrada de Gotza y de Müller que le dieron al equipo más vivacidad en el área de Casillas. Pero el partido, un tanto más abierto, parecía en manos del Madrid que lanzó al campo al galgo Bale por su cazaba otro contragolpe. No le dio tiempo, aunque sí lo hubo para que Casillas entrase en escena en el último suspiro e hiciese la noche más perfecta. Faltaba su parada. La sufrió Gotze.