Al final del partido se buscaron, Gustavo y Eugenio, entre la marabunta verde, y se fundieron en un abrazo "con lágrimas en los ojos", recuerda el delegado. Dos amigos ante su sueño cumplido, repasando quizás la vida empeñada en ello. En lo que toca a Eugenio Dopeso, 32 años y casi más. Por el Coruxo ha derramado dinero, sudor y sangre, literalmente. "Creo que este ascenso da sentido a todo".

Eugenio y Gustavo, Dopeso y Falque, de la vieja guardia. A lo largo del tiempo se han ido intercambiando los papeles. Dopeso fue presidente entre 1992 y 1993. Gustavo Falque entrenaba al equipo. A Dopeso le tocó destituirlo. "Contra mi voluntad", asegura, "pero lo votaron los demás directivos, que no eran gente de fútbol. Gustavo lo entendió y seguimos siendo amigos". Ambos se distanciaron del club. Dopeso pasó siete años fuera del Coruxo, los únicos de su edad adulta. Cuando volvió, quiso captar a Falque. Lo logró en una conversación providencial, que hoy se evidencia como el origen del éxito: "Gustavo era el seleccionador vigués sub 15. Había ganado varias veces el título gallego. Quería seguir entrenando. Pero yo lo convencí". Falque, ahora como presidente; Dopeso, como vicepresidente y delegado. Junto a otros amigos, Goberna o el hermano Manolo Falque, han culminado su travesía nueve ejercicios después. Esa ascensión a Segunda B, cima nunca hollada en 80 años de historia de la entidad.

Eugenio Dopeso comenzó la ascensión antes que nadie y ha ejercido de todo durante la expedición. De niño jugó en las categorías inferiores . De joven, Manolo Comesaña, presidente en los primeros ochenta, lo rescató como delegado. "Tenía entonces 25 años, recién casado y con mi mujer embarazada", indica Eugenio. "Quería matar el gusanillo del fútbol y mi esposa supo entender mis pasiones". Desde entonces han transcurrido 32 años, "sin perder un solo encuentro del equipo" salvo aquel paréntesis. Y siempre en su coche particular, "para que el equipo pudiese salir antes mientras yo esperaba el acta y por ahorrarle gastos al club. Que nadie diga que estoy en esto por lucrarme". Recuerda bien aquel 132 de gasoil, que fallaba camino de Ferrol. "Llegué en la segunda parte. Ya perdíamos por 6-0".

A la postre, ha sido su mujer la contagiada por la fiebre verde. "Al principio no le gustaba el fútbol. Viajaba conmigo pero ella se quedaba en el pueblo, de paseo, mientras jugábamos". En La Roda estuvo en la grada, "botando y gritando, como un aficionado más. Ha sido una fiesta impresionante, algo único".

La familia, en general, le ha consentido este vicio que es el Coruxo. Es a la familia a la que le hurta sus horas libres, cuando llega a O Vao desde su gestoría y se pone una funda encima del traje para ponerse a trabajar. "Porque en este club los directivos trabajan", constata, y se dejan sus dineros. Él añade incluso a la cuenta sus mutilaciones. En 1992, de presidente, cortaba el césped cuando la hoja le segó la falange distal del dedo índice de la mano derecha. Un corte limpio, un grito desgarrado antes de desvanecerse. Se recobró ya en Povisa. Tardaron veinte minutos en encontrar el dedo segado. "El médico me dijo que podía reimplantarlo, pero que no merecía la pena por el riesgo de infección". Tardó dos años en superar el trauma. Avergonzado del muñón, ocultaba la mano bajo la mesa. Aprendió a escribir con la izquierda. Por el Coruxo ha sangrado; por el Coruxo es ambidiestro. De todo puede presumir.

Es otro el botín, sin embargo. "Más incluso que el ascenso importan los amigos que vas haciendo en esto del fútbol", indica el delegado. "Con los árbitros siempre me he llevado bien. Me han llamado Evaristo Puentes Leira y Sánchez Arminio para felicitarnos. Cuando nos enfrentamos al Toledo en una promoción de ascenso de una campaña anterior hubo gente del equipo rival que se hizo socia del Coruxo. El domingo estaban en La Roda, apoyándonos. La gente nos respeta. No sé por qué, pero caemos bien. Y es lo que cuenta, lo que uno a la postre se lleva", dice, en la larga cuenta de sus 32 años empleados en verde. Bien gastados.