La novela de una ciudad y una época

El Madrid de Luis Martín-Santos y su 'Tiempo de silencio'

Con motivo del centenario del nacimiento del escritor y psiquiatra, la editorial Seix Barral reedita, con prólogo de Enrique Vila-Matas, la novela que revolucionó la literatura española de los años 60 y en la que la ciudad de Madrid aparece como una urbe tan fascinante como cruel y devastadora

Vistas de la Gran Vía, con el edificio Telefónica en el centro, en la actualidad y en la época que se desarrolla la novela.

Vistas de la Gran Vía, con el edificio Telefónica en el centro, en la actualidad y en la época que se desarrolla la novela. / Alba Vigaray | Ministerio de Cultura

Eduardo Bravo

Nacido en Larache, criado en San Sebastián y educado en Salamanca, Luis Martín-Santos se trasladó a Madrid para estudiar el doctorado, hacer las prácticas de cirujano en el Hospital San Carlos y comenzar a trabajar en el campo de la psiquiatría junto a Juan José López Ibor. En la capital, el futuro escritor conocería a personajes como Juan Benet, con el que comenzaría a frecuentar los círculos literarios y a disfrutar de los placeres de una urbe que llegó a calificar de "descabalada", "falta de sustancia histórica", "caprichosamente edificada", "lejana de un mar o un río", pero tan favorecida "por un cielo espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos". Más o menos como ahora.

Alojado en una pensión que hacía esquina entre las calles Prim y Barquillo, la primera parada de Martín-Santos y Benet en sus paseos por la ciudad solía ser el Bar Esty, local cercano desde el que se desplazaban al Bar Gaviria de la calle Víctor Hugo o el Gambrinus de la calle Zorrilla. En este último participaban de la tertulia literaria de la que formaban también parte Eva Forest, Alfonso Sastre, Emilio Lledó y donde no era infrecuente que se leyesen La náusea y El ser y la naúsea de Sartre en voz alta, en francés y posiblemente con unos ejemplares adquiridos en la Librería Buchholz, regentada por Karl Buchholz, librero alemán que, durante años, actuó como intermediario del régimen nazi en el tráfico de obras de arte robadas a los judíos durante la IIGuerra Mundial.

Dos hombres en el Café Gaviria a mediados de los años 50.

Dos hombres en el Café Gaviria a mediados de los años 50. / Ministerio de Cultura

Una vez saciada el hambre de cultura, llegaba el momento de saciar el hambre sin complementos del nombre. Para ello visitaban Casa PedroLa Tienda de Vinos o Hylogui que, en palabras de Benet, eran "las únicas casas de comida —ni siquiera restaurants— de cierta decencia que estaban al alcance de nuestros bolsillos; incluso en alguna ocasión –y más que nada por no disolvernos– llegamos a cenar en El figón de Santiago, un comedor social donde se servía rancho en platos de aluminio y los cubiertos –tan sólo repasados por la servilleta del mozo a cada nuevo asiento– se hallaban unidos por una cadenilla a una argolla fija a la cara inferior de la mesa corrida; todo un salón cuyo propietario no había introducido el menor cambio desde los tiempos de [la novela de Pío Baroja ambientada en el Madrid de entresiglos] La busca".

El restaurante Hylogui, en la calle Ventura de la Vega, sigue funcionando hoy en día.

El restaurante Hylogui, en la calle Ventura de la Vega, sigue funcionando hoy en día. / Alba Vigaray

A continuación visitaban los burdeles de la zona de Barquillo, Hortaleza, Reina o Pelayo, para después acabar la noche en alguno de los cabarés y salas de fiestas de la ciudad. Por ejemplo Pasapoga, el Casablanca o el Conga, situado en los bajos del cine Progreso, actual Teatro Apolo de la plaza de Tirso de Molina y cuyo lugar ocupa ahora la discoteca Medias Puri. También se dejaban caer por el Tarzán, un local situado en la calle Atocha que, finalizada la guerra, tuvo que cambiar su nombre original, Satán, por el del personaje de Edgar Rice Burroughs, y cuyo rótulo aún conservaba la a y la n primigenias, comunes a ambas denominaciones.

El Salón de Te Casablanca, una de las salas de fiestas frecuentadas por Martín-Santos.

El Salón de Te Casablanca, una de las salas de fiestas frecuentadas por Martín-Santos. / Ministerio de Cultura

Muchas de las experiencias que Luis Martín-Santos vivió en Madrid acabarían siendo incorporadas de una u otra manera a Tiempo de silencioLas calles que recorre Pedro, el protagonista, son las mismas por las que paseaba escritor; las escenas de los burdeles en las que el personaje de Matías se muestra locuaz, ingenioso y, en muchas ocasiones, cargante, están inspiradas en el comportamiento del que hacía gala Juan Benet en dichos locales. Incluso el pasaje en el que Martín-Santos se mofa de Ortega y Gasset está basado en un hecho real. Concretamente, en la conferencia que el filósofo impartió en el Teatro Barceló en otoño de 1949 dentro del ciclo El hombre y la gente, a la que acudieron Benet, el autor de Tiempo de silencio y la que sería posteriormente su esposa, Rocío Laffón.

Luis Martín-Santos (segundo por la izda.), el día de su boda con su amigo Juan Benet (tercero).

Luis Martín-Santos (segundo por la izda.), el día de su boda con su amigo Juan Benet (tercero). / Archivo

Tiempo para flanear

En la década de 1950, España era todavía un país castigado por el aislamiento internacional y los efectos de la Guerra Civil. Hasta 1952, las cartillas de racionamiento siguieron en vigor y las dimensiones e infraestructuras de sus ciudades se acercaban más a las de los entornos rurales que a las de sus homólogas europeas.

En consecuencia, el Madrid de Tiempo de silencio es un pueblo grande, que se puede recorrer a pie y que convierte a la novela en un texto perfecto para flaneadores interesados en seguir los pasos de Pedro por las calles y rincones de la ciudad. Desde la pensión en la que reside, localizada en la zona de la plaza del Progreso –actual Tirso de Molina– y Antón Martín, hasta el laboratorio de CSIC –posiblemente en la calle Doctor Arce–, sin olvidar el barrio donde vive El Muecas junto a sus hijas y que, por la descripción dada por Martín-Santos, podría ser la zona del Pozo del tío Raimundo. En este poblado chabolista acostumbraba a hacer su labor apostólica el padre Llanos, cura obrero que luchó por mejorar las condiciones de vida de los habitantes más pobres de Madrid y que era amigo del escritor quien, a pesar de proceder de una importante familia franquista, llegó a ser una figura destacada del PSOE en la clandestinidad, razón por la cual fue detenido y encarcelado en varias ocasiones.

La plaza de Antón Martín, en una foto de la época.

La plaza de Antón Martín, en una foto de la época. / Ministerio de Cultura

Salvo esos arrabales chabolistas y la zona de Cuatro Caminos, donde vive Amador, el ayudante de Pedro en el laboratorio, el resto de la acción de la novela se desarrolla en la almendra central de la ciudad. Lugares como el parque del Retiro, el Paseo del Prado y su museo, la Puerta del Sol, la Gran Vía, la calle del Nuncio, la de la Bola o la Plaza Mayor con su estatua de Felipe IV, en la que "los pájaros se suicidan uno a uno en el gran vientre vacío del caballo", o al menos así era hasta que las autoridades municipales decidieron cegar la boca del equino.

También tienen un papel destacado en la novela dos de las estaciones de tren más importantes de la ciudad por aquella época: la de Atocha y la de Príncipe Pío. Por esta última es por la que llega Pedro a la ciudad cargado de planes e ilusiones y por la que se marchará de Madrid sobrepasado por los acontecimientos y buscando anonimato en una ciudad de provincias. "¿Quién sería el Príncipe Pío? Príncipe, príncipe, principio del fin, principio del mal. Ya estoy en el principio, ya acabó, he acabado y me voy. Voy a principiar otra cosa.No puedo acabar lo que había principiado", reflexiona atribulado el protagonista, mientas busca un taxi que lo lleve a la estación y ponga fin a la pesadilla en la que se ha visto inmerso sin comerlo ni beberlo. "¡Taxi! Por fin. A Príncipe Pío. Por ahí empecé también. Llegué por Príncipe Pío, me voy por Príncipe Pío. Llegué solo, me voy solo", concluye.