Centenario Celta

La afición, el mejor trofeo

El fútbol está en deuda con el Celta. Le debe un premio. Por las finales de Copa y por su época gloriosa. Mientras no llega, el club disfruta cada año con su título más preciado: el celtismo

Imagen de la grada de Balaídos en el partido ante el Barcelona.

Imagen de la grada de Balaídos en el partido ante el Barcelona. / Marta G. Brea

Natxo Cabaleiro

El Celta no tiene un título nacional del que poder alardear. Tres veces estuvo a punto de lograrlo en otras tantas finales de Copa. Sevilla y Zaragoza, en dos ocasiones, lo impidieron. No sólo eso. Durante algo más de un lustro el Celta asombró a todo el fútbol español por el extraordinario juego desplegado. Bajo la batuta de Mostovoi, los vigueses daban clases magistrales cada domingo. En Balaídos y a domicilio. Pero el título no llegó. Y entre los aficionados célticos existe una creencia. “El fútbol nos debe una”. Afirman convencidos. Y con razón. El Celta es un rey sin corona. Un equipo que desplegó un fútbol inigualable pero que no obtuvo premio a sus méritos.

Esta idea arraigada en el imaginario colectivo no es del todo cierta. Desde que unieran sus fuerzas el Vigo Sporting y el Fortuna, el Celta tiene el mejor de los títulos para presumir. Un trofeo que no entraría en la más grande de las vitrinas del mayor museo del mundo. Y que, además, no para de crecer. El celtismo.

La afición,   el mejor trofeo

Histórico lleno en Río. / FDV

20.000 seguidores presenciaron en el campo de Coia el primer encuentro del nuevo club. Nacía un sentimiento que en los siguientes cien años ha calado tan hondo que es muy difícil de explicar a alguien que no lo haya sentido nunca. Una emoción que convierte un escudo, una camiseta y unos colores en un miembro más de la familia. Una pasión desmedida. El celtismo.

Como bien saben jugadores, entrenadores y directivos, es un trofeo pesado. En ocasiones difícil de llevar. El celtismo es un sentimiento fiel pero no exento de crítica. La afición del Celta acostumbra a ser dura con los suyos exigiendo mucho más a los futbolistas de la casa. La gestión de los técnicos tampoco se marcha de rositas habitualmente. Y mucho menos la de los directivos. Para muestra, Carlos Mouriño.

Aficionados subidos a los árboles para ver al Celta. A la izquierda, histórico lleno en Río. A la derecha, la afición en una manifestación en la crisis de los avales. // FDV

Aficionados subidos a los árboles para ver al Celta. / FDV

Reivindicativa y descontenta por naturaleza, la afición céltica está, sin embargo, siempre dispuesta a arrimar el hombro cuando es necesario. Nunca falla en los momentos importantes. Tantos en los buenos como en los malos. De igual manera viajan 25.000 a Madrid a la final de Copa de 1994 que se llena Balaídos para lograr la permanencia sin importar en absoluto el escaso 4% de posibilidades que otorgaban las matemáticas en aquel 2013. La mejor muestra está muy reciente. La ilusión por el centenario desbordó las previsiones más optimistas, teniendo el club que cortar la campaña de abonados por falta de capacidad en Balaídos para atender la demanda. Con los 20.000 ya superados hay incluso varios miles en cola.

La afición,   el mejor trofeo

La afición en una manifestación en la crisis de los avales. / FDV

Porque el celtismo no es sólo propiedad de Vigo y los vigueses. Es un bien común. Celtista es el que quiere. Da igual donde haya nacido. Hay seguidores del Celta de todos los rincones de Galicia. Muchos hacen verdaderos esfuerzos para acudir religiosamente a Balaídos. Otros no tienen más remedio que vivirlo desde la distancia. Hay celtistas dispersos por España adelante. Asociados en peñas o viviendo su sentimiento en la intimidad. Algunos, lastrados por su nombre, incluso tuvieron que aportar pruebas. Pocos creían que alguien tan castizo como “El Madrileño” pudiera ser realmente uno de los suyos. Hasta que descubrieron a Antón. A Tonecho.

Y los hay en los rincones más insospechados del planeta. Igual que hay un gallego en la luna. Beneficios de la emigración masiva y de haber practicado un fútbol que encandiló al mundo entero a pesar de que no sirvió para lograr ningún título. ¿O sí?