Escambullado no abisal

Él, Claudio

Claudio Giráldez, en Afouteza.

Claudio Giráldez, en Afouteza. / Alba Villar

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Para explicar la contumacia del Celta en sus fracasos se recurre a Einstein en estos días: “Locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes”. A mí lo que me enloquece del Celta es que siempre obtenga el mismo resultado haciéndolo distinto. Ha bordeado el descenso con Rafinha y Denis igual que ahora con Tapia y Jailson. Igual con plantillas cortas que con largas. Igual con técnicos ofensivos que con conservadores. Igual con directores deportivos que con asesores externos. Igual con Chaves y Herbón apretando el puño que con Gainzarain y Sonia García abriéndolo. Igual con Mouriño que con Mouriño.

La cadena de accidentes alimenta la maldición de Berizzo a lo Tutankamon, como si un virus impregnase su despacho. Pero ya no es el mismo despacho ni Berizzo habría lanzado ningún sortilegio zíngaro sobre el club que ama. Existen explicaciones, que el tiempo calceta entre sí. Con Carvalhal faltó paciencia. Con Benítez ha sobrado. A la plantilla de la Operación Retorno no se le proporcionó el entrenador adecuado. A Coudet se le negó la plantilla que él quería. A Unzué nunca debieron despedirlo. A Mohamed nunca debieron traerlo. Puede ser esto o su contrario. El Celta sustenta cualquier teoría.

Primeras palabras de Claudio Giráldez como entrenador del Celta: "Muy contento de estar aquí"

R. V.

Ya no vale tampoco aquella acusación de avaricia o escasa ambición. La directiva ha pasado del superávit al déficit. Obviamente se ha gastado mal sus dineros. Aunque yo confundo las causas con las consecuencias. En el Celta todos los jugadores han parecido peores de lo que son, como Brais, salvo los que habían parecido buenos, como Maxi. No hay recursos, clamábamos sobre ese banquillo en el que después se han sentado juntos Starfelt, Carles y Bamba. A la carencia de delanteros le ha seguido la infrautilización de Douvikas. La proliferación de razones se parece mucho a la suerte. Sale rojo cuando el Celta apuesta al negro y viceversa.

Y en alguna de esas campañas, a la vez, no existió tanta distancia con el éxito, aunque pareciese kilométrica. El propio Benítez podrá fantasear con que el equipo hubiese protegido sus ventajas en los descuentos y el VAR no lo hubiese empleado como ratoncillo de sus experimentos. Los malos arranques han lastrado hasta a Coudet en su ejercicio completo. Las dinámicas acaban haciendo justicia en su final, si no en su inicio. Generan dudas incluso sobre los aciertos.

El celtismo se ha visto así condenado a echar de más igual que a echar de menos, sin poder disfrutar del presente. Ha soñado sistemáticamente que lo salvasen los que no estaban: los descartados del técnico, los castigados del club, los fichajes de invierno... Y ahora Claudio, que ha compartido con Berizzo esas esperanzas mesiánicas.

La comparación le ha resultado odiosa a Benítez. Casi el peor primer equipo y sin duda el mejor filial. Benítez nos recordaba constantemente de dónde veníamos y de Claudio nos ha enamorado dónde podemos ir. Ha exhibido riqueza táctica, coherencia, estilo, eficacia y manejo. Posee imagen y discurso. Promete no cambiar para cambiarlo todo, pese al escaso tiempo. De Claudio me preocupa lo mucho que nos entusiasma,un material delicado que la pelota puede transformar fácilmente en frustración. Su elección quizá rescate al Celta, pero nos deja sin el consuelo de saber a ciencia cierta que lo habría rescatado si lo hubiesen elegido. Lo perdemos como ideal que nada contamina.

Había que atreverse, sin embargo. Ni siquiera yo puedo habitar siempre en estas dimensiones múltiples que Einstein insinuaba. Con Claudio se alinea lo que ha estado desalineado: profesionales y cantera, rigor y valentía, directiva y afición... La calculadora lo refrenda. Ahora, que la ruleta ruede. El Celta, que ha logrado permanencias sin merecerlas, podría descender inmerecidamente. Si nos vamos, volveremos. Al menos, disfrutemos de este instante, lo único que en realidad nos pertenece. Era, debiera y es él, Claudio, aquí y ahora.