La Copa nos recuerda, como un soliloquio de Shakespeare, que todos los seres humanos sangramos si nos pinchan. No existe tanta diferencia de calidad entre la clase media de Primera y la clase alta de Primera RFEF. En el acrónimo que las distingue, en sus millones de euros de distancia, se ocultan a veces pecados de juventud, malas maniobras con representantes, la falta de un entrenador que creyese, quizá constancia o competitividad en el trabajo diario. Diferencias que desaparecen durante 90 minutos. Apenas un puñado de jugadores están realmente tocados por la divinidad del fútbol. Y en los que coincidieron ayer, solo Iago. El moañés empezó a asustar al Baleares cuando salió a calentar y ayudó a marcar el empate cambiándose en el banquillo para salir. Durante cinco minutos se paseó por la cancha con el mentón elevado, sin que ningún rival se atreviese a intentar robarle el balón. El 2-1 mató al Celta de puro estupor. Ya nadie esperaba semejante rebeldía. Así que al final incluso los dioses como Iago sangran.

Una obsesión

Nueva eliminación prematura, en el despilfarro de las ilusiones. Coudet no le encuentra el tino a la Copa. Mezcló piezas en el inicio. Incrementó la cuota de titulares tras el descanso. Recurrió incluso al comodín de Iago Aspas. Nada sirvió. Derrota justa, ante un Baleares de talento y oficio. El formato del torneo alimenta las grandes gestas. A veces toca ejercer el papel de gigante caído. Para Coudet supone un golpe fuerte. En su felicitación de cumpleaños conminó a Aspas a ir a por el título. La mejoría liguera facilitaba distraer energías. El fútbol no permite júbilos ni lutos excesivos. Pronto llegarán batallas ligueras, que constituyen el pan. Duele, no obstante, renunciar a los sueños tan pronto. Existía en el vestuario y el entorno la certeza de apostar por la Copa. Pero no siempre coincide un recorrido largo en ella con los mejores equipos o situaciones. Si se ojean las dos últimas finales, aquella escuadra de Rojo era humilde y con Víctor Fernández se llegó a Sevilla en su desempeño liguero más gris. La obsesión del título se curará cuando menos se espere. Lo triste es pensar que pueda suceder cuando Aspas ya se haya retirado. A él le duele más que a nadie esta otra hoja del calendario que cae.

Perfecta pantalla

En los agrupamientos todo se iguala siempre que poseas un lanzador preciso. El Celta, que por anatomía sufre por alto, prefiere neutralizar las jugadas a balón parado evitándolas. El Baleares ejecutó una pantalla perfecta para habilitar a su goleador. Coudet, ideólogo carismático, de valentía y convicción, no destaca por su habilidad en la aritmética de la pizarra.

Ataque de ansiedad

La plantilla es corta, la política de cantera sufre interferencias y a Coudet le importaba la Copa. La alineación resultaba solvente. Y fue casi titular durante toda la segunda parte, con tiempo de sobra para remontar. El Celta se plantó con empaque, intensidad y control. Parecía autoritario. Solo le faltaba luz en el último cuarto de cancha, defecto recurrente cuando se ausenta Aspas. A partir del 1-0 todo cambió. A los célticos les sobrevino la ansiedad como un alud. La presión se desajustó. Todo comenzó a suceder un segundo tarde para ellos. Siguieron 74 minutos de pánico.