Pocos, pero animosos y sobre todo cargados de ilusión. El Celta volvió a reencontrarse con sus aficionados después de quince meses alejados por causa de fuerza mayor. La pandemia ha tenido al Celta (como al resto de equipos de Primera y Segunda División) jugando en una especie de clandestinidad. Aprendiendo un nuevo lenguaje en el que solo se escuchaban las conversaciones, las protestas, las órdenes de los entrenadores y los quejidos de los futbolistas. Las gradas de Balaídos recuperaron algo de vida hace semanas cuando los aficionados pudieron acompañar al Celta B en los partidos de la fase de ascenso a Segunda A. Ayer fue el primer equipo el que por fin pudo reencontrarse con los aficionados. Un pequeño gesto hacia la normalidad con la que sueña todo el mundo. Y desde el comienzo se comprobó que los aficionados (muchos obtuvieron el premio a sus años de militancia para ganarse una de las 2.686 invitaciones que se repartían) llegaban con ganas de cantar y de animar. Tuvieron la ocasión por fin de gritar un gol. Fue el de Iago Aspas que el delantero aprovechó para anunciar que su familia espera un nuevo miembro. Ese balón en la barriga por debajo de la camiseta es inequívoca de la buena nueva.

Los hinchas gritaron por ellos y por los que no estaban. Por los que se quedaron fuera del reparto y por los que aspiran, como todos, a que el fútbol vuelva a ser lo que fue antes de que la pandemia saliese a nuestro encuentro hace quince meses. Balaídos, en un número inferior al que podía haber acogido (las obras limitaban esta posibilidad), recobró algo de vida para estar al lado de su Celta. Un estadio silencioso es una de las cosas más tristes que hay en el mundo y ayer quedó en evidencia.