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Los dieciocho de Iago

Aspas, durante un partido ante Inglaterra.

Aspas, durante un partido ante Inglaterra. / Efe

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Un día Iago Aspas se retirará para sentarse en un despacho a ver vídeos de futbolistas daneses y nosotros reaccionaremos vistiendo de luto riguroso. Porque ya nada será lo mismo. Envejeceremos de golpe, como le sucede a Burt Lancaster en el final de “Campo de Sueños” cuando abandona su apariencia de prometedor jugador de béisbol y aparece para salvar a la hija de Kevin Kostner, y nos entretendremos contando batallas y escarbando en la hemeroteca para recordar sus disparates con la pelota, sus broncas, sus goles salvadores y su infinito carisma. Será la manera de anestesiar su ausencia. Hablaremos de él para autoengañarnos, para crear la sensación de que el siguiente día que pisemos Balaídos asomará por el túnel con el pecho hinchado y el paso acelerado. Sus números seguirán formando parte del día a día del club, pero a la hora de evaluar su carrera nadie será capaz de explicar cómo es posible que un futbolista de su magnitud únicamente haya vestido dieciocho veces la camiseta de la selección española. Ese misterio inexplicable acompañará a generaciones enteras que dejarán en el aire una pregunta terrible: ¿Por qué una selección sin gol renunció a su mejor goleador en el último lustro?

Hay aficionados del Celta que en semanas como ésta celebran su ausencia del calendario de la selección española y se irritan con quienes protestan. Es fácil comprenderles. Le prefieren en casa, descansado, cuidando de sus niños, preparando las batallas pendientes con el Celta y alejado de viajes hasta la otra punta de Europa que a veces solo sirven para tener un sello nuevo en el pasaporte y felicitar a Sergio Ramos por seguir engordando su récord. Podría estar de acuerdo si a Iago no le importase, si creyese que esos días ya pertenecen a una etapa de su vida que no volverá. Pero le duele y eso es suficiente para empatizar con esa rabia que aún disimula. Quiere más; merece mucho más...

Llámenme romántico, pero siempre ha entendido que vestir la camiseta de la selección debería ser de alguna manera el premio a algo, una recompensa que no se repartiese con tanta alegría en según qué casos. Porque a alguno parece que le ha salido la internacionalidad en la tapa del yogurt. Así se lo explicaron siempre a Aspas, a quien encomendaron una serie de misiones para llegar a la selección. Al principio debía domar su carácter y no cabecear alegremente a Marchena, luego ser más regular, mejorar su efectividad, ser decisivo en su equipo... A él, que siempre fue un producto tardío, le costó una vida llegar a ese punto. Pero cumplió escrupulosamente todas las misiones que le fueron encomendando para hacer realidad un sueño. Hoy, convertido en uno de los jugadores diferenciales de la Liga española, ve cómo desaparece mientras a otros les basta con dos buenas tardes en Primera o un par de goles al Sassuolo para aparecer o perpetuarse en la lista de Luis Enrique.

El seleccionador, alguien de quien no se puede discutir su personalidad pero sí su criterio, insiste en una vieja mentira que los medios de Madrid repiten como cotorras. Cosas de los matrimonios de conveniencia. “Aquí vienen los que mejor están en cada momento” argumentan como si fuesen una secta replicando el mensaje del líder. Un cuento de hadas si fuese cierto. Porque luego resulta que aparecen en la famosa lista futbolistas que son suplentes en sus equipos y es entonces cuando lo decisivo pasa a ser “la confianza que tenemos en él”. El juego propio de un trilero que consigue que la bolita siempre esté bajo el cubilete deseado.

A Iago se le ha examinado de un modo diferente. Lo hicieron casi todos los que han pasado por el cargo en la última década. Solo Lopetegui pareció limpiar su análisis de ciertos prejuicios. Ha costado encontrar razones para subirlo al carro de la selección y muy poco o nada bajarlo de él. “Gol del VAR” se leía en algunas portadas el día que un taconazo de Aspas le dio a España el importante triunfo en el Mundial de Rusia ante Marruecos. Simples detalles que delatan que el establishment no está de tu parte. A otros le cacarean los goles de rebote; a él le ningunean una genialidad. Dieciocho veces internacional. Menos que Dani Güiza.