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Sin un verano para los sueños

Interrogantes y algún indicio positivo en la reconstrucción interna de un equipo pendiente de fichajes

Renato Tapia cae sobre el césped de Ipurua. // Juan Herrero

La pandemia nos ha privado de la pretemporada; ese verano adolescente y hermoso, cuando cualquier indicio entusiasma, cualquier defecto se disculpa y en cada jugador nuevo habita la promesa de un futuro mejor. El Celta se ha trasladado directamente de la permanencia angustiosa al sufrimiento presentido de la nueva campaña. De la realidad a la realidad, sin sueños en la transición. Se reclaman fichajes igual que se acabaron despreciando los tan ilusionantes de la "Operación Retorno". "Lo mismo te echo de menos, lo mismo, que antes te echaba de más", canta Kiko Veneno, resumiendo al celtismo. Pero el fútbol no obedece a la aritmética. Los mismos sumandos no siempre ofrecen el mismo resultado. Cuentan químicas, dinámicas, estados de forma, entusiasmos y depresiones. Cuenta que el entrenador construya un ente colectivo que trascienda la suma de sus piezas. El debut calma y encrespa. Solo ofrece una certeza: falta un punto menos para asegurar la décima temporada consecutiva en Primera.

un partido diferente

Óscar había ensayado en los escasos amistosos la presión en bloque adelantado. De poco sirve ante un Eibar de transición vertical directa y larga. No siempre Mendilibar ha jugado así. Balaídos puede recordar aquel Eibar de terciopelo con David Silva y Kike Mateo. Mendi es, ante todo, rentable y pragmático. El mercado le ha reducido la cuota de talento. Juega a lo que su plantilla le permite. Ipurua, incluso sin público, constituye un paréntesis en el plan estratégico de los rivales. En Ipurua hay que jugar a lo que el Eibar quiera. Y el Celta, a lo que el Eibar quiso, fue capaz de sostenerle el pulso. No siempre ha sido así.

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Las mejores imágenes del Eibar - Celta

dialéctica técnico-club

Un club no puede negarle a un entrenador todo lo que pide. Le sucedió a Mouriño en la tercera temporada de Fernando Vázquez. Un club no puede concederle a un entrenador todo lo que pide. Le sucedió a Horacio Gómez con Víctor Fernández. Un planteamiento conduce al fracaso y el otro, a la deuda. El entrenador vive al día. El club debe pensar a largo plazo. Sus intereses se conjugan en la dialéctica. En ese tira y afloja andan Óscar y la directiva. Óscar reclama media docena de fichajes, que es casi una enmienda a la totalidad. La plantilla no le vale. En Ipurua dejó en la cartuchera a Denis, Vadillo, Beltrán -el árbitro le ahorró el disgusto- y casi Mina. Solo el técnico sabe si ese manejo del banquillo obedece a algún tipo de mensaje interno.

La energía de tapia

"No hay fichajes", clamamos, pero ciertamente el club había concretado dos antes de que concluyese la anterior Liga -Vadillo y Tapia; después llegaría Baeza-. Y uno de ellos, al menos, responde a lo que se necesita. Tapia confirmó ante el Eibar las condiciones que había apuntado. Es un jugador agresivo, de choque, despliegue, ida y vuelta. Disputa los balones divididos. Roba, salta, acosa. Mientras las gradas seguían entonando aleluyas al "fútbol de salón", la plantilla había ido perdiendo la calidad física sobre la que se sustentaba: Wass, Tucu, Radoja... Tapia parece inyectar energía a la mezcla. Una buena noticia.

mor y la ausencia

La ausencia de público ha pasado de anomalía a regla. Los jugadores han empezado a habituarse. En Ipurua la grada le respiraba en el cogote al visitante. Pero al Celta también lo penaliza. Balaídos -no siempre ha sido así en otras épocas- había cobijado al equipo en estas campañas de dolor. Lo interesante es en qué medida afectará al juego en general. No habrá presión, ni ajena ni propia. No te abroncarán los tuyos por despejar al pelotazo. No crepitarán los rumores cuando se fallen los regates. Quizá perjudique a jugadores como Aspas, que se alimenta de la electricidad del ambiente. Quizá beneficie a jugadores como Emre Mor, demasiado pendiente de la crítica externa. El turco sigue empeñado en ilusionar a los aficionados con su redención. No solo por ese puñado de destellos artísticos en un partido de tono industrial. Este Mor encaja la patada y no protesta. Falla y no se irrita. Corre casi igual hacia atrás que hacia delante. Sigue centrado, sin descomponerse. Aún no entiende de todo el juego, cuándo elegir el desborde o la lectura de los espacios, pero la actitud es la correcta. A veces un hijo pródigo puede ser el mejor fichaje.

tIempos verbales

En Italia respetan tanto a sus ídolos que se resisten a jubilarlos, dificultando la renovación generacional. En España despreciamos tanto a nuestros ídolos que los tumbamos al primer síntoma de debilidad, dificultando la estabilidad. Justicia, memoria, identidad y pertenencia no siempre cuadran bien con rendimiento, frescura y competitividad. Ha sucedido con Hugo Mallo, al que muchos querían jubilar o vender apenas cumpidos 29 años; al canterano que se instaló con 18 en el primer equipo sin pasar por el filial, al capitán que aspirar a batir el récord de Manolo, al profesional que en la grada de Riazor se comportaba con la impertinencia de un hincha. Nadie puede estar tanto tiempo en la élite sin altibajos. Hugo ha jugado con lesiones que no ha querido que trascendiesen. Ha pecado por exceso de amor. Tras dos años pésimos intenta reconstruirse. Ojalá lo consiga. El Celta y Mallo se merecen la leyenda común del "one club man".

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