Leopoldo Martín era una de esas personas que te explicaban con su existencia lo irracional y maravilloso del fútbol, eso que Tebas y sus delirios norteamericanos nunca serán capaces de comprender. Canario de nacimiento, gaditano de adopción, desarrolló la mayor parte de su vida profesional como médico digestivo en el hospital Puerta del Mar de Cádiz, desde donde se convirtió en un radical defensor de la sanidad pública. Comunista convencido, solo una cosa podía rivalizar con su pasión por la medicina: el Celta. Leopoldo se pasó la vida explicando las extrañas e innecesarias razones por las que era aficionado a un equipo que estaba a más de ochocientos kilómetros de su casa. Situaciones que se producen porque el fútbol habita en ese terreno de lo sentimental donde tan perdidos se sienten los burócratas, muchos dirigentes y, en demasiadas ocasiones, los responsables de márketing de los clubes. Contaba a sus amigos que a él lo que realmente le hacía verdadera ilusión no era ser jefe de servicio -cargo que ocupó durante mucho tiempo en Cádiz-, sino presidir algún día el Celta. Se conformaba mientras tanto con ser abonado histórico y mostrar su carné a los incrédulos gaditanos que creían que se estaba quedando con ellos cuando introducía a Iago Aspas en cualquier conversación.

El pasado domingo su corazón se detuvo mientras dormía. Había superado hace unos pocos años un trasplante de riñón -le operó un vigués y celtista que trabaja también en Cádiz, lo que en sus palabras "era una absoluta garantía de que el riñón sabrá a quién debe animar"-, pero transmitía un moderado optimismo vital. Leopoldo, dotado del profundo espíritu crítico que le acompañó en su carrera profesional y en su agitada militancia política, vigilaba al Celta desde la distancia con absoluta dedicación. Estaba pendiente de cualquier cosa, lo leía todo y se había convertido en una agradable costumbre para muchos de nosotros recibir sus llamadas o mensajes con comentarios, consejos, elogios e inquietudes. Cuando el otro día me enteré de su repentina muerte repasé algunas de nuestras conversaciones recientes por wasap con el Celta siempre como protagonista. "Un abrazo muy preocupado" decía en la última despedida que intercambiamos hace solo dos semanas, cuando Mohamed estaba a punto de convertirse en un triste y pequeño capítulo en la historia del club.

Pensaba en ello estos días. Me duele que Leopoldo se haya ido sin resolver esa inquietud que en las últimas semanas le rondaba por culpa de la inquietante deriva del equipo que le había robado el alma. Ningún celtista debería irse así. Ya es demasiado el tormento y las heridas -algunas incurables- que implica una vida entregada a este equipo como para no disfrutar de un poco de paz en ese instante final. Se lo merecen. Una pena que a uno no le concedan una prórroga, un último mensaje esta semana para poder tranquilizarle: "Lástima que te hayas perdido la exhibición en Anoeta sacando el balón desde la portería como si fuese el Barcelona de Guardiola. Cardoso ha arreglado todo en solo una semana. Todo fluye. Gran solidez defensiva, ni una concesión al rival, ni un error importante. Se ha acabado lo de regalar goles. En ataque, continuas llegadas al área. Una carga total y alocada, como en los tiempos del Toto. A Emre ya se le ve integrado, Boufal ha dejado de hacer regates de más y Pione ha vuelto a sonreír como hacía antes. A Europa seguro. Otro día te escribo del alcalde y Mouriño que parece que la cosa al fin se arregla". Pocas mentiras tendrían más sentido. Estoy pensando que casi se lo voy a mandar, no vaya a ser que le dejen echar un último vistazo al móvil.