Pues a mí ¡qué quieren que les diga!, los portadores del lacito amarillo me infunden una cierta ternura y, si se me permite, hasta me dan pena. Mientras que para muchos son los responsables del desaguisado catalán, a mí me parecen las víctimas. Porque, ¿qué culpa tienen ellos de haber nacido o haberse criado en un territorio pandémico del virus que Ortega llamó "nacionalismo particularista", que subyuga a las personas y les anula cualquier capacidad de decisión? Por muy leídos que sean, sus lecturas son siempre prejuiciosas que confirman lo que ellos ya sabían: que están en lo cierto, si dicen lo que quieren leer; o que los demás están equivocados, si les llevan la contraria. Cualquier patraña, por muy exagerada que sea, como el estar por encima de la ley, se adorna con el vocablo "democracia" y cuela. Mientras que cualquier resolución judicial, por de muy alto tribunal y razonamiento jurídico que sea, si les lleva la contra, no es más que una agresión y un ataque a su infinita libertad desde un Estado dictador.