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1968 un año rompedor

Comenzamos doce meses cargados de importantes conmemoraciones cinematográficas

"Cowboy de medianoche", de John Schlesinger

Arranca un nuevo año que, a diferencia de muchos otros pasados o por venir, acogerá una conmemoración de vital importancia para la comprensión del complejo mundo en el que nos ha tocado vivir desde el final de la II Guerra Mundial: la celebración del cincuentenario de 1968, año cuya memoria, tanto para quienes lo vivieron como para quienes no, se asocia a menudo a un puñado de acontecimientos políticos, religiosos, científicos, sociológicos y artísticos que modificaron sustancialmente los fundamentos de la moral colectiva e influyeron poderosamente en la percepción individual y global de un mundo nuevo, que nacía desde la esperanza de un cambio radical de paradigmas y con la certeza de que ese cambio -que abarcaba todas las actividades de la esfera pública y privada- constituiría un avance imprescindible para alcanzar nuevas cotas de bienestar y de seguridad frente al creciente clima de incertidumbre que se respiraba en todo el mundo a consecuencia de la polarización política generada por los dos grandes bloques en los que, hasta no hace mucho tiempo, se dividía políticamente el planeta.

Como en otros muchos, el ámbito cinematográfico también se vio profundamente afectado por la avalancha irrefrenable de cambios que sobrevinieron tras las revueltas estudiantiles, obreras e intelectuales del mes de mayo en París y el estallido pacífico de la Primavera de Praga.

De entre los numerosos filmes producidos aquel año y que por diversas razones dejaron un rastro imborrable en los anales del cine de su época cabría destacar, como paradigma por antonomasia de la creatividad en su interpretación más personal e irruptiva, "2001, una odisea del espacio" (2001, A Space Odissey), de Stanley Kubrick. Un espectáculo de colosales dimensiones, inspirado en un guion del escritor y científico británico Arthur C. Clarke, en el que el genial cineasta neoyorquino propone un complejo y fascinante viaje interestelar en busca de respuestas a los muchos interrogantes que rodean la existencia del hombre en su relación con la inmensidad del cosmos. El sentido cuasi religioso que ilumina toda la película y el rigor científico que protege cada una de sus majestuosas imágenes convirtieron a la película en un icono cultural de primera línea y en una de las piezas supremas del arte cinematográfico del siglo XX.

1968 también nos legó "El planeta de los simios" (Planet of the Apes), de Franklin Schaffner, otra página imborrable de la ciencia ficción cinematográfica que, con el tiempo, generaría una de las franquicias más longevas y lucrativas de la historia de Hollywood. Basada en la novela homónima del escritor francés Pierre Boulle y protagonizada, entre otros, por el incombustible Charlton Heston, sus imágenes, como las de "2001", ocupan un lugar sobresaliente en el imaginario de un género profundamente deudor de esta inolvidable obra maestra sobre la vida en la Tierra tras una hipotética conflagración atómica en la que una sociedad compuesta por simios en avanzado estado de evolución ejerce el dominio total sobre todo ser viviente, incluido el hombre. Su impactante secuencia final con la Estatua de la Libertad hundida bajo un enorme promontorio de arena en una playa desierta se convirtió en otra señal de alarma contra los peligros de una eventual contienda nuclear y sus devastadoras consecuencias.

"El graduado" (The Graduate), el filme que consagró a Mike Nichols como uno de los grandes referentes del New Hollywood, el movimiento que conmocionó durante los años sesenta y setenta los cimientos de la Meca del Cine, tampoco puede ser descartado a la hora de establecer un listado riguroso de piezas canónicas producidas durante 1968. Dos visiones opuestas de la vida americana, la de una familia acomodada que lucha por conservar sus privilegios de clase predicando una moral que se contradice continuamente con sus normas habituales de conducta y la de una juventud, airada e inconformista, que intenta marcar distancias con la doble moral que define el comportamiento de sus progenitores es el conflicto nuclear de esta inolvidable comedia dramática que sirvió, además, de carta de presentación para un actor excepcional: Dustin Hoffman, acompañado por una estrella de la envergadura de Anne Bancroft en el rol de la mítica Mrs. Robinson.

En su segunda incursión en la industria de Hollywood, Roman Polanski, autor de intensos y sombríos dramas producidos en su Polonia natal, como "El cuchillo en el agua" ( 1962) o "Callejón sin salida" (1966), saborearía como nunca el éxito internacional con "La semilla del diablo", adaptación del best seller de Ira Levin que transformaría por completo los esquemas tradicionales del cine de terror, mutando en una suerte de experimento psicológico sobre la representación del mal en los ambientes sociales más exclusivos y distinguidos de la ciudad de Nueva York. Una indefensa y amedrentada Mia Farrow y su incauto marido, personificado por el actor y director neoyorquino John Cassavetes, afrontan el acoso incesante de un grupo de afables vecinos pertenecientes a una secta satánica con la ambigüedad propia de una situación marcada por el desconcierto y el temor a descubrir una inquietante y larvada realidad que conducirá a un siniestro y letal desenlace.

Otro filme producido en 1968 que ha quedado sellado a fuego en la memoria cultural de millones de espectadores es "Cowboy de medianoche", un sombrío drama urbano dirigido con su habitual destreza por el realizador británico John Schlesinger en su primer contacto profesional con el cine estadounidense. Con un reparto encabezado por John Voight y Dustin Hoffman, dos jóvenes estrellas que ya apuntaban muy alto en la industria hollywoodiense, Schlesinger dibuja una amarga y descorazonadora radiografía de la ciudad de los rascacielos a partir del relato sobrecogedor de una pareja de tunantes que intenta sobrevivir a cualquier precio en la turbia y malsana jungla neoyorquina donde se muestra, sin tapujos ni chirriantes giros de guion, el reverso más devastador del sueño americano. La película, naturalmente, fue compensada, como no podría haber sido de otra manera, con el Óscar de la Academia a la Mejor Película, al Mejor Director y al Mejor Guion Adaptado.

"Teorema", el quinto largometraje del poeta y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, mostraba aquel año la mirada aguda, prístina y transgresora del creador de "Saló o los 120 días de Sodoma" (1975) en una película sin concesiones a la moral tradicional, que desató las iras de la Iglesia por sus nada ocultas alusiones a la religión católica y por el empeño indisimulado de este director por establecer una relación directa entre familia, sexo y esquizofrenia social. Lejos aún de su declive profesional, cuando su nombre era todavía sinónimo de éxito y consideración en su oficio, el actor británico Terence Stamp se introduce en la piel de un enigmático visitante que seduce a todos los miembros de una familia de la alta burguesía, dejando a su paso un profundo poso de frustraciones y de desencuentros. El reparto lo completaron Laura Betti, Silvana Mangano, Massimo Girotti y la recientemente fallecida Anne Wiazemski, exesposa de Jean-Luc Godard.

"Buscando mi destino" ("Easy Rider"), prototipo de producción independiente de carácter militante, también logró seducir al creciente número de espectadores de afinidades izquierdistas que vieron en esta película la quintaesencia de un cine nuevo, valiente, arriesgado y transgresor frente a la producción cada vez más adocenada y rutinaria de los grandes compañías del sector. Dirigida por Dennis Hopper, protagonista del filme al alimón junto a Peter Fonda y Jack Nicholson, su sensible observación de los arquetipos más tradicionales de la vida estadounidense genera un crudo alegato contra esa América intolerante, ruda, xenófoba y violenta que hace algo más de un año aupó a la presidencia del país al inefable Donald Trump.

No sería justo en esta sucinta revisión de lo que significó el año 1968 para el cine ignorar el importante papel que desempeñaron en ese cambio de orientación ideológica y estética películas tan dispares pero igualmente combativas en sus respectivos contextos como "El guateque", de Blake Edwards; "La hora de los hornos", de los argentinos Fernando E. Solanas y Octavio Getino; "Una historia inmortal", de Orson Welles; "Memorias del subdesarrollo", del cubano Tomás Gutiérrez Alea; "El nadador", de Frank Perry; "La noche de los muertos vivientes", de George Romero; "El caso Thomas Crown"; "Hasta que llegó su hora", de Sergio Leone; o "L'amour fou", de Jacques Rivette.

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