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En el tablero de juego de César Aira

El escritor argentino despliega lucidez e ironía en los fragmentos que componen "Continuación de ideas diversas"

En el tablero de juego de César Aira

Leer a César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949) es un placer y una magnífica gimnasia mental. Hay, además, donde escoger. Desde el inicio de la década de los noventa se vienen publicando entre dos y cuatro libros suyos al año; de hecho su bibliografía sobrepasa ya los sesenta títulos. Últimamente han visto la luz Evasión y otros ensayos y Prins (Random House), y Continuación de ideas diversas (Jus). Su faceta de ensayista, irónico y lúcido, supera, a mi juicio, la de novelista, más intermitente. Aira acierta como pocos a desentrañar el oficio de escritor. "Lo difícil es escribir, no escribir bien", sostiene. "¿Por qué son desdichados los escritores?", se pregunta. "Para que lo que escriban tenga que ser tan bueno y haya valido la pena sacrificar por ello la felicidad", responde. Finalmente recurre a la ironía: "¿Habrá un modo menos retorcido de decirlo? ¿Habrá un modo menos retorcido de hacer las cosas bien?".

En Continuación de ideas diversas, César Aira confiesa que lee una cosa y que escribe otra. Para él, existe una diferencia entre leer y escribir. Aunque se da por sentado que uno quiere escribir cosas que se parezcan a las que le gusta leer, realmente no es así. Son dos actividades distintas que buscan distintos objetivos. "La literatura sería el cielo cubista que reúne, sin conciliar, las dos". Por ejemplo, explica Aira, el tiempo que ocupa la lectura es un tiempo comprimido en relación al que ocupa la escritura: "El lector lee en una semana lo que al escritor le llevó un año escribir", y aunque los esfuerzos son similares en ambos ejercicios -atención, comprensión e imaginación- en la lectura se deslizan sobre un tiempo ya empleado.

Una de las muchas ideas certeras que se desprenden del volumen publicado por Jus, es la del ensayo como género desterrado por las vanguardias. Su única relación con ellas, mantiene Aira, es explicarlas, justificarlas o promoverlas desde el formato nada vanguardista que requiere el convencionalismo para darse a entender. El conocimiento y el talento del escritor se muestran al desnudo en el ensayo, dice Aira, mientras que en la poesía y en el relato existen subterfugios para disimular las carencias. Pero también es cierto, sostiene, que el escritor al desnudo no es todo el escritor. El trabajo literario exige un ocultamiento.

Aira manipula desde lo ordinario a lo extraordinario. Su ojo cubista tiene una visión perfecta, se detiene en el caos y arroja claridad. Interpreta de manera luminosa la función del arte, explora todo lo que le rodea y se hace preguntas ocurrentes sobre asuntos dispares en los que no todo el mundo repara. Continuación de ideas diversas conduce al lector por un mecanismo fragmentado de la inteligencia. Deja piezas para armar un soberbio puzzle del entendimiento sobre el arte, la literatura, pero también sobre cualquier otra materia, fronteriza o no. Nos devuelve por medio de la observación al territorio de la conciencia, como el propio autor escribe sacando las ideas del tiempo sucesivo en que las ordena el proceso mental para desplegarlas sobre un atractivo tablero de juego.

En este libro maravilloso de las ideas hay de todo: sus queridas novelas policiacas; la escritura, en general; la lectura, en particular; las primeras películas de Godard; reflexiones a partir del Dr. Johnson; el convencionalismo y las vanguardias; las novelitas de Marcial Lafuente Estefanía de su padre; John Cage, y una curiosa teoría invertida sobre La metamorfosis, de Kafka. Además de anécdotas y dichos, como este de sus paisanos pringlenses que denuncia el uso abusivo de la primera persona del plural por quien se atribuye haber participado sin hacerlo en el trabajo de los demás.

-Aramos-, dice el mosquito.

-Aramis-, dijo el mosquetero. (Dumas).

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