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El musulmán Ibrahim y la otra cara de África

Ibrahim Niang, musulmán natural de Mauritania y residente en Vigo. // José Lores

Hace un calor agosteño pero nada que ver con el que pasó hace dos meses mi amigo Fernando Magdalena en su última incursión africana hace dos meses, ni el que va a pasar dentro de uno días mi otro amigo Augusto Rodríguez, que pasará septiembre en Kenia, documentando proyectos en Nairobi y en Namanga, una zona rural en el Parque Nacional Amboseli, zona fronteriza con Tanzania y junto al monte Kilimanjaro. Todos tenemos algún conocido que ha trabajado en una ONG africana, como Azul Muñoz en Médicos sin Fronteiras, Lola Galovart frente a las costas de Libia en uno de esos barcos humanitarios, su marido el también juez y exalcalde Ventura Pérez Mariño o el publicista Carlos Prado en el Camerún con Mayo Rey... Los nuestros van a África pero hay africanos como el mauritano Ibrahim Niang que vienen a nosotros y trabaja desde Galicia para que se conozca y comprenda a los africanos. Suyo es un libro, "La otra cara de África", en el que realizó el tremendo esfuerzo de resumir un continente tan variado y yo tuve el compromiso de corregirle en su gramática. Fue entonces, leyendo línea tras línea de ese paisaje de costumbres y pensamientos, cuando interioricé la complejidad de ese continente del que siempre hablamos pero tan poco conocemos.

No hay África sino áfricas. Eso es una de las verdades que nos enseña este libro para romper esa idea reduccionista e ignorante que durante mucho tiempo tuvimos de ese inmenso continente. En el caso de los españoles la simplificación fue tal que pronunciar la palabra África desataba de inmediato en nuestra mente la imagen paternalista y simplificadora de la colecta del Domund. Decíamos África y pensábamos en una tierra uniforme, árida, seca, selvática, que nada tiene que ver con ese inmenso y variopinto continente en el que serpentean los ríos más caudalosos del mundo aunque haya sed y se esconden las mayores riquezas minerales aunque haya hambre. Pensábamos al decir África en una tierra inculta porque reducíamos la cultura al saber occidental y científico ignorando que en ese territorio inmenso no solo está la cuna del hombre sino que conviven muy ricas culturas tradicionales, y religiones como el animismo, islamismo y cristianismo; obviando que allí se hablan unas 1.700 lenguas autóctonas aunque sean cuatro (suahili, oromo, hausa y amhárico) las que sirven de lengua franca aparte de las coloniales inglés, española o francesa.

África es un continente de inmensos contrastes en el que lo musulmán y lo negro son dos mundos diferentes y cuyos 54 países se ven enfrentados a un cambio brutal que viene de Occidente con una aceleración difícil de gestionar. Y es que supone el paso del estado tribal al urbano, de la tribu junto al río a las grandes urbanizaciones sin ese proceso evolutivo de la sociedad más lento que tuvo tiempo de vivir Europa anteriormente, cuando el desarrollo no estaba sometido a la vorágine del crecimiento actual. Un continente surtido de belleza pero que, al tiempo, es periódicamente la puerta del infierno como en la región de los Grandes Lagos en donde, ante la indiferencia general de los países desarrollados, se están cometiendo contra la población tan graves atrocidades que convierten a la zona Este del Congo en el lugar más horrible del mundo. Y es que África es también un continente en el que el mundo rico, que lo ha dividido políticamente a su manera y explotado sus recursos hasta hoy mismo, tiene una grave responsabilidad histórica.

El abandono de África posterior a la Guerra Fría ha desembocado en el genocidio, los ejércitos de niños soldados, la violencia sobre la población civil, la desesperanza. ¿Es que alguien cree que las guerras se producen por azar justo en las zonas que albergan los minerales más codiciados por Occidente y que las armas y sus ejércitos de mercenarios surgen de la nada y no de Occidente? Hubo un tiempo en que los países africanos luchaban por su independencia pero ahora luchan por su dependencia al orden económico mundial liberal. Ningún continente como África ha sufrido las devastadoras consecuencias de la globalización liberal. Antes había tres mundos: los países occidentales con economía de mercado, los del este con economía socialista y los países subdesarrollados. Hoy, solo hay dos: el que está dentro y el que está fuera de la globalización.

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