"Escalar es lo que me mantine vivo, esa ilusión, y ojalá pueda seguir llegando a la cima pero no sé cuándo fracasaré y me resbalaré", subrayó Pérez de Tudela, que admitió que continúa ejercitándose y escalando -este jueves tiene prevista otra ascensión- pero que por cuestiones evidentes ya no lo hace solo. "Yo voy a seguir subiendo para seguir sabiendo quién soy, mi vida es una novela pero también quiero contar mi declive, no solo los momentos apoteósicos", aseveró. Afirma que nunca se ha sentido "un deportista" y admite su pasión por escribir y por inmortalizar todo aquello que ha vivido, en los primeros años a través de dibujos porque las cámaras eran demasiado pesadas y luego con fotografías. Entre ellas, las de los escaladores fumando durante las expediciones. "Pocos escaladores no fumaban en aquella época, era lo normal. Una vez tenía que ir a ver si unos compañeros estaban vivos o muertos y antes de descolgarme me dieron un pitillo porque así eran entonces las cosas", explicó en un relato lleno de anécdotas de compañeros con motes como "El Torrijas" o "El galletas". Hace décadas, además, se acometían las expediciones "todo seguido, sin aclimataciones como ahora, de varios días, superabas los 7.000 metros y te entraba un dolor de cabeza que no cedía con ningún analgésico porque en realidad era un edema cerebral, el mal de altura, pero eso se supo años después", recalcó.

Durante su intervención también meditó sobre la "carga egoísta del alpinismo". "Estaba ya casado y con un niño, mi hija Claudia ya había muerto y yo me iba de expedición. No pensaba en el riesgo. El riesgo es un condicionante pero si la vida no tuviese riesgo sería mucho más aburrida", afirmó. "Qué tendrá la montaña que morimos por llegar a su cumbre", se preguntó.