Las Torres do Oeste, puerta de entrada a Galicia por el río Ulla, fueron escenario ayer de uno de esos espectáculos que alcanzan repercusión internacional y son capaces de maridar gastronomía con tradición, cultura, folclore y leyenda. Era la Romaría Vikinga de Catoira, que llegaba al punto culminante de su 56 edición con la multitudinaria dramatización del desembarco de los guerreros nórdicos.

Alrededor de 50.000 personas, -puede que más- fueron testigos directos de este acontecimiento en el que Europa se ha fijado esta vez más que nunca, a consecuencia de la adhesión de la localidad catoirense a la asociación "Destination Viking", que tiene el sello del "Itinerario Cultural de Vikingos y Normandos" del Consejo de Europa.

En esa entidad, impulsora del proyecto "Follow The Vikings" y una red transnacional de la que germinan todo tipo de propuestas socioculturales, participan junto a Catoira -en representación de España-, países como Reino Unido, Islandia, Irlanda, Dinamarca, Noruega, Suecia, Francia, Finlandia y Rusia, algunos de ellos representados ayer en las Torres do Oeste.

"Además de contar con la presencia del embajador de Dinamarca en España, John Nielsen, también vinieron periodistas daneses, rusos y de otros puntos de Europa, por lo que podemos hablar de una de las ediciones de mayor proyección internacional de la fiesta", explicaba el alcalde, Alberto García.

Desde las diez de la mañana ya se registraba un formidable ambiente en el entorno de la Torres do Oeste, y todo por la existencia de un mercado medieval en el que era posible adquirir casi de todo, desde cerámica y artesanía hasta prendas textiles, pasando por bollería, panes, quesos o miel. Puestos de venta de pulpo al estilo feria, churrasco, chorizos asados, pollo al ajillo y demás manjares compartían carta con los 1.700 kilos de mejillón de la ría de Arousa distribuidos gratis por el Concello entre los más madrugadores, a quienes también se obsequió con vino tinto del Ulla, que una vez más corrió a raudales, y no solo para simular la sangre en el momento de la batalla.

Niños y adultos -ya que todos tienen cabida en el recinto y cada vez se disfrazan más para la ocasión, aunque solo sea con los cascos de cuernos- presenciaron los espectáculos folclóricos ofrecidos para calentar motores, se pasmaron con los vikingos zancudos que escupían fuego y se dejaron llevar hasta la orilla del Ulla para asistir al momento decisivo.

Desde allí, agolpados como podían, o bien desde lo alto del puente y en la orilla de Rianxo, los espectadores vieron cómo cinco embarcaciones de guerra, los temibles drakkar, remontaban el cauce fluvial con cientos de bravos guerreros a bordo. Viajaban, y esta es una de las notas negativas de cada edición, rodeados por decenas de barcos de recreo, lanchas y motos acuáticas plagados de espectadores que querían acercarse lo máximo posible a la escena, pero que al hacerlo deslucían el espectáculo a cuantos esperaban en tierra firme.

Tras las maniobras de aproximación habituales, dificultadas por la acusada bajamar, los nórdicos pusieron pie a tierra y trataron de conquistar el poblado, donde a diferencia de ediciones anteriores se hicieron diferentes representaciones, como las luchas entre vikingos y cristianos e incluso el entierro e incineración (ficticia) de uno de los jefes vikingos, para lo cual incluso se quemó la correspondiente pira.

Guerreros en el fango

La marea estaba tan baja que impidió que algún barco se acercara a la orilla como sería deseable e incluso deslució el abordaje. A cambio se vivieron las escenas más divertidas de cada desembarco con bajamar, pues muchos de los guerreros se quedaron literalmente enterrados en el fango tras saltar por la borda.

Finalmente, según indicó a media tarde el alcalde de Catoira, la cita se cerró "por todo lo alto y sin incidencias de relevancia, lo que demuestra que esta también es una fiesta tranquila, a pesar de todo el bullicio y el ruido que pueden hacer los guerreros; aquí ni siquiera tenemos las alcoholemias y comas etílicos que hay en otros eventos".