"Gracias Deportivo". Eso era lo que decían los más de 500 seguidores de Dani Martín, algunos incluso del Valencia, que ayer, acudieron a las doce de la mañana a las puertas del Coliseum para ver, en un concierto acústico y en sillas de playa, cómo el artista les compensaba por no poder tocar por la noche. La promotora aplazó el concierto porque la coincidencia con el último partido de Liga hizo que la venta de entradas fuese más floja de lo esperado. Aunque Martín aseguró que no volverá a la ciudad con la misma empresa, sí dejó abierta la posibilidad de hacerlo con cualquier otra firma. Llegó en un coche con los cristales tintados, saludó a todos los que se habían citado en el Coliseum, les regaló besos, abrazos, autógrafos, caricias, disculpas por haber tenido que cancelar la actuación de la noche y, finalmente, casi todas las canciones que le pidieron.

"Me tiemblan hasta las bragas", dijo ayer Úrsula Alén, después de que Martín le diese unos besos. "Soy futbolera, pero Dani Martín está antes que nadie, bueno, antes está mi madre, pero después, Dani", explicaba esta mujer que cree que muy pocos artistas serían capaces de ponerse frente a frente con su público para agradecerles su fidelidad.

"Yo soy de Madrid, soy muy chulo y cuando se me mete algo en la cabeza...", justificó Martín su decisión de cantar ante el público coruñés, aunque fuese sin focos y sin máquinas de humo. Con su guitarra apoyada en las rodillas, con su camiseta de Who the fuck is Mick Jagger y con su corista y guitarrista, Cristina, se metió a los fans en el bolsillo, incluso a tres chicas de Pontevedra que pasaron la noche al raso y a una niña que se perdió la oportunidad de celebrar su cumple al ritmo de los temas de Pequeño.

"Gracias a la gente del Coliseum por haber puesto las vallas y gracias por vuestra actitud, os deseo lo mejor y, cuando no estéis de acuerdo con algo, salid a la calle y que comáis muchos percebes", deseó Martín, antes de que las vallas se volviesen invisibles para sus fans y las saltasen para echar el resto por conseguir un último beso.