Está Arturo Pérez-Reverte explicando por qué nunca ambientará una novela en la Guerra Civil, por qué no transitarán por ella sus "héroes cansados". Se detiene, la voz le vibra en el entretanto, quiere afinar en una tema tan controvertido. "Mójate", le vocean desde la platea. Es un espectador, incorporado a medias. Sonríe y replica: "Eso no me lo dices en la calle". Pérez-Reverte se moja siempre. Pasa por la vida húmedo. Es lo que le agradecen sus incondicionales. Ayer, entrevistado públicamente por el periodista de FARO Rafael López, se zambulló en Vigo: feminismo, religión, educación... Por sobre todo España como esperanza rota.

Es también de lo que trata "El asedio", su última criatura, novela de novelas. Viene a presentarla al Club FARO. En mes y medio ha vendido 200.000 ejemplares. Pérez-Reverte es una patria en sí, donde los extraños se reconocen como hermanos. La cita es a las ocho. Desde media hora antes ya desfilan sus devotos hacia el Centro Social Caixanova. Asisten 350, jubiladas en grupo, un padre con un hijo, solitarios. Los que permite el aforo. Muchos con un ejemplar bajo el brazo para que el escritor se lo firme.

"El asedio" no es otra muesca en su culata. Es una obra de madurez en el Cádiz sitiado por los franceses entre 1811 y 1812. Allí se elabora la constitución y llegan noticias de las primeras rebeliones americanas. Por sus calles se entrecruzan y persiguen espías, corsarios, criados, diputados y un asesino que vincula misteriosamente sus crímenes a los bombazos galos, todo delicadamente cosido. "El novelista va generando historias y las lleva con él. Van fermentando, germinando. Algunas ya nunca las escribiré. Hay que seleccionar quién vive y quién muere, cual me llevo y cual dejo. Esta novela me permite salvar historias que hubieran muerto".

Porque hay un relato de intriga, un romance folletinesco, una novela ora marítima ora costumbrista... Cuadrarlo todo con esa aparente sencillez, bajo la que se oculta una aritmética delicada, le ha supuesto un esfuerzo brutal de dos años: "Una novela es como una mujer de la que te enamoras y todo es maravilloso. Después viene la convivencia, la rutina y ya estás deseando que se vaya y haga feliz a otro, que es el lector". La concurrencia le agradece el ingenio. Los aplausos y risas serán constantes.

El cartagenero, o sea, habla de "dolor, fracaso, tortura, miedo, del alma humana". Pero al fondo, como escenario y a la vez sustancia, está España. Suele estar en su narrativa. Aquel Cádiz de la "Pepa", el que parecía semilla de un país moderno y acabó truncado. "Los españoles somos especialistas en perder ocasiones históricas", resume.

A él le interesa la novela histórica como "herramienta para explicar el presente", como quien deshace el ovillo. Lo tiene claro: "Hubo dos momentos en los que España pudo hacer grandes cosas. En el Concilio de Trento (Siglo XVI) nos equivocamos de Dios. Apostamos por uno oscuro, intransigente, de quemar herejes, que me resulta antipático, mientras otros países lo hacían por uno moderno, al que le gustaba el comercio y abría puertas a la modernidad". La otra bisagra desperdiciada fue la Guerra de la Independencia, que "ganamos militarmente y perdimos ideológicamente". Aquella Revolución Francesa cuyos principios heredó Napoleón nos pasó de largo: "El mundo empezaba a agitarse pero en España no se hizo la revolución. Faltó esa guillotina que barriera a las fuerzas oscuras, ese viento de la historia que se llevase a obispos, aristócratas y reyes. Hoy abres los periódicos y esos fantasmas saltan". La guillotina es por supuesto "una metáfora". "O también algo real. Que bien nos hubiera venido la cabeza de Fernando VII en un cesto". Obviamente el Rey Felón, asesino de la constitución gaditana, no está entre sus favoritos.

Por todo esto eligió el Cádiz de 1812 sobre otras ciudades cercadas. Descartó el Sarajevo de sus reportajes y la Troya de sus lecturas. También el Madrid del "no pasarán". ¿Por qué nunca novelará de algún modo la Guerra Civil? "Es complejo", advierte.

Al principio enumera rápido: "Porque está muy cerca y no me interesa. Es una guerra más en el contexto de las guerras. No tiene nada de especial. Lo siento pero es así. Hace 10 años quizás lo hubiera hecho. Requeriría una novela dolorosa, cuidadosa, que no me apetece escribir. Hace 20 años me faltaba la lucidez necesaria".

Le solivianta que el análisis de aquel conflicto aún trace una frontera de mármol entre buenos y malos. Él aprendió en su vagabundeo bélico que "la vida es una gama de grises". Incluso fija una fecha para la epifanía: el 4 de abril de 1977. Aquel día los guerrilleros eritreos con los que tanto había compartido, sus "amigos", entraron en un pueblo: "Mataron, violaron, robaron... Sé cómo grita una mujer cuando la violan, como se resigna después. Eso del blanco y negro es mentira. Y yo seguía queriendo a mis amigos. Descubrí que el ser humano tiene rincones oscuros que son complejos".

Ese mestizaje del bien y el mal distingue a la guerra civil. Su familia, cartagenera, militó en el bando republicano. Y le contó la "brutal represión franquista" cuando la plaza cayó. Pero también la "brutal represión miliciana" anterior, de cuando el asesinato de los oficiales de la Marina. "No había buenos ni malos, sino dos tensiones políticas potentes y mucha gente en medio".

"Habíamos conseguido esa tregua, ese pacto de mirar hacia delante", argumenta Pérez-Reverte, enemigo declarado de la Ley de la Memoria Histórica. "¿Cómo no voy a estar de acuerdo en que un familiar entierre a sus muertos? Pero convertir eso en un argumento político para traducirlo en votos en las urnas me parece una canallada". Es "agitar fantasmas por pura rentabilidad política" y tal cosa le hace crítico con una ley cuyo contenido en realidad comparte. El problema es que "España es un país deliberadamente inculto. No hay más que poner la tele y ver "Sálvame", a Belén Esteban. Esa España es también y sobre todo España. Esa gente educa hijos. Las madres con velo crían hijos con velo". En conclusión, "nuestra memoría histórica no empieza en 1936. Empieza 3.000 años antes. Pero hay gente que se lo cree. Es peligroso poner una pistola en manos de un analfabeto".