Jiménez ha reunido en el libro “Hijos del Monzón” (Kailas) las historias reales de diez niños, de otros tantos países asiáticos, que han luchado contra la miseria y la indignidad.

¿Corea del Norte es el país más difícil de Asia en cuanto a la cobertura informativa?

Es una cárcel, una dictadura brutal que ha conseguido encerrar a sus 22 millones de habitantes en el país. Nadie puede entrar ni salir. Es el más difícil no sólo de Asia, sino del mundo, para que entre un periodista.

¿Podrá salir adelante adoptando el modelo chino?

Lleva años diciéndose y no acaba de ocurrir. El país ha sufrido grandes hambrunas y es uno de los tres más pobres del mundo. La única solución es que el país se abra, en un principio económicamente, y eso daría pie a que se abriese también político.

¿Cuál ha sido el acontecimiento que más le ha calado?

Los primeros años fueron los que más impacto me causaron. La primera vez que vi un muerto por disparo fue en las manifestaciones de Yakarta, en 1998. La primera guerra que cubrí fue la de Timor, que me causó un impacto especial, y fue en la que más cerca estuve de morir. En Birmania me impresionó el valor de la gente al desafiar una dictadura brutal y la reacción del ejército disparando a gente desarmada. El periodista japonés que murió estaba muy cerca de mí. Es triste ver que la gente paga con la vida cuando por fin se decide a actuar contra la dictadura.

Aung San Suu Kyi, la líder opositora birmana, ¿tiene el apoyo de EE UU y de las demás potencias occidentales?

Birmania es un clarísimo ejemplo de un país que no le importa a nadie, si lo comparas con la atención que ha recibido Irak o Afganistán. No hay petróleo ni intereses occidentales. Hay mucha retórica por parte de la comunidad internacional pero muy poca acción. Aung San Suu Kyi lleva 12 de los últimos 18 años bajo arresto y es difícil escuchar a ningún líder del mundo hablar de ella. Ahora sí porque está mucho más de moda. Los países de su entorno apoyan al régimen, empezando por China. La única forma de que se solucione es con una división interna en el Ejército, algo que ahora no parece posible

El problema del Tíbet también está de moda, aunque lleve 58 años ocupado...

Lo comento en “Hijos del Monzón”: muchos de estos países no importan. Cuando Occidente les presta atención, interviene, coge lo que le interesa y se olvida completamente. Los países que importan marcan el destino de los que no importan.

¿Qué impresión le causó la ex primera dama filipina, Imelda Marcos?

Asia da grandes personajes. Aung San Suu Kyi no aparece en el libro pero también la entrevisté. También tuve la oportunidad de entrevistar al Dalai Lama, e Imelda Marcos es uno de los grandes personajes del siglo XX. Fue una entrevista bastante surrealista. Simboliza el problema de la mayoría de estos países: una pequeña élite acumula todo el dinero y todo el poder de decisión. Es famosa porque cuando cayó el gobierno de [Ferdinand] Marcos encontraron 1.220 pares de zapatos en su armario, cuando el 40 por ciento de la gente vive en una chabola. Imelda se paseaba por fiestas de todo el mundo sin importarle su gente.

Otro que vivió muy bien fue Suharto. Para referirse a él usted cita una frase del activista de los Derechos Humanos Reed Brody: si matas a una persona vas a la cárcel; si matas a 20 vas a una institución para locos; y si matas a 20.000 te conceden asilo político...

Estos dictadores, que han sido juguetes de Occidente, mantienen amigos en los sitios adecuados y se les suele dejar en paz, como Marcos o Suharto, para que disfruten del dinero que han robado.

Julio Fuentes le relevó en Afganistán antes de ser asesinado. Y también en Afganistán coincidió con Ricardo Ortega, el corresponsal de Antena 3 que luego murió en Haití. ¿Le han hecho reflexionar estos casos?

Cuando cubrí las primeras guerras lo hice con la certeza de que nada me podía pasar. Ahora tengo tres niños y eso te hace replantearte las situaciones de peligro. Sigo haciéndolo porque es mi trabajo, pero más consciente del riesgo. Y el recuerdo de compañeros como Julio Fuentes o Ricardo Ortega te hace pensar que te puede tocar a ti también. Últimamente el periodista se ha convertido en un objetivo, en algunos casos de los dos bandos. El trabajo de corresponsal es hoy más peligroso de lo que ha sido nunca. Se han dado cuenta del valor mediático que tiene matar o secuestrar a un periodista, y el valor de acallar a ese informador.

¿Pekín o Beijing?

Soy partidario de Pekín. Pasa igual con Rangún y Yangún. He luchado durante años para que se llamara Pekín, porque al llegar a España la gente me decía: “Oye, he leído lo que has escrito sobre este sito, Beijing, ¿dónde está eso?”No puedes cambiar de la noche a la mañana un término que ha sido Pekín durante cientos de años. El uso debe ser el común de la gente. Hace dos años el periódico me dio la razón y hemos vuelto a Pekín.