La mañana de dos semanas después de que todo ocurriera, un avión vuelve a sobrevolar la casa de Carmen Portela. Esta vez no desciende a vaciar el agua contra las llamas, solo lleva pasajeros, pero Carmen lo recuerda como si estuviera pasando ahora. "Cada día que me levanto y veo esto así, me entran ganas de llorar", dice con tanta sinceridad que el llanto ya le asoma.

Tras la casa de Carmen, en el lugar de Acevedo, parroquia de Pontesampaio, el fuego trepó una ladera la tarde del 10 de agosto y devoró varios árboles frutales y un viñedo. Varias decenas de jóvenes le ayudaron a combatir las llamas con el agua que tomaban de la piscina. A ella le duele recordar los pinos, cómo era el monte antes y qué masa informe es ahora una gran parte del terreno. "Tantos años viendo esto tan bonito y de repente se fue todo en dos horas", lamenta.

Porque todo ocurrió a una velocidad de vértigo, sin tiempo, explican los vecinos, para poder luchar en todos los frentes. A Antonio Reguera se le quemaron la mitad de sus colmenas de abejas y perdió toda su producción. Producía miel para él y su familia, pero "para esto no hay ayudas", protesta. "No importa, va a quedar todo precioso, precioso. Ahora vienen las elecciones y prometen, prometen...", ironiza Antonio, pero de momento nadie ha recibido noticia alguna al respecto. "Nos venden una cosa por televisión, pero todo es diferente".

Mientras camina hacia las cuatro rocas entre las que guarda sus abejas rememora lo que sintió aquel día. "Se pasa fatal, malísimo, porque sientes una impotencia tremenda". La misma que invadió a José Manuel y Rossana, padres de dos niños pequeños, que viven en el municipio de Cotobade.

Cotobade es hoy tierra casi vacía a franjas marrones y negras. El día en que estalló el fuego era un caos. "Mi prima no dormía bien, no podía descansar, porque el fuego volvía a prender" un día tras otro y "se quedaban ella y su marido velando por la noche" por si regresaba, explica Rossana. Ella fue la encargada de intentar transmitir calma a sus dos hijos, aunque admite que no lo hizo del todo bien. "Lo pasamos angustiados. Los dos niños como locos, porque pasa cualquier día otra cosa y tú los calmas y les dices que no pasa nada; pero al verme a mí tan agitada, preocupada y nerviosa sabían que algo pasaba".

A unos 500 metros de la vivienda de este matrimonio, Miriam Ambroa y su esposo rescataban a su vecino Manolo. "La brigada se fue y solo quedó el conductor de la motobomba porque decían que aquí no se podía hacer nada más", asegura Miriam, pero en aquel momento el humo y el fuego les rodeaban. A Manolo, el vecino, las llamas se le colaron en la finca de su casa. "Tuvo que saltar mi marido al otro lado de la red para ayudarle". "Todo el mundo nos dice que cómo podemos vivir aquí, tan lejos. Pero los dos somos de aquí, nos hemos criado aquí y nos encanta el verde. Ahora aún huele a humo", dice Miriam al pasear sobre la tierra quemada.