Conocí a Don Jaime Vaamonde Souto cuando él ya era Vicario Episcopal Territorial de Pontevedra, con motivo de los primeros Encontros de Música Relixiosa que se celebraron en la ciudad. Al principio me pareció una persona respetuosa, amable pero distante, una impresión que no cambiaría hasta años después.

A mediados de la pasada década de los noventa vino a la parroquia de Santa María y reconozco que casi me imponía ir al despacho, hasta que fui advirtiendo como poco a poco era capaz de construir una comunidad parroquial.

Fui testigo de como Don Jaime era capaz de reconocer las cualidades de cada uno de los miembros de nuestra comunidad parroquial, de hacer brillar esas cualidades sin, al mismo tiempo, quitarnos nuestra libertad, sino que siempre supo como sacar lo mejor que había en cada uno de nosotros.

Trabajando de este modo fue como logró construir esa auténtica parroquia, que todos nos viésemos como lo que somos, hermanos. Y la prueba es que donde había un problema en alguno de nosotros ahí estaba toda la comunidad de la parroquia de Santa María para ayudar.

Poco a poco, ese respeto que me parecía distante se fue transformando. Comprendí que tenía una personalidad cercana, nada que ver con lo distante, pero en la que también había un gran sentido, enorme, de la responsabilidad y del deber.

Esa cercanía y ese interés los trasladó a todos, a los jóvenes por los que siempre sintió un especial afecto y a los que dedicó proyectos como los de Pascua Xoven y el grupo Airiños, pero también a los enfermos.

Su entusiasmo quedaba claro en sus inquietudes culturales y artísticas, su labor por conservar el patrimonio, porque fue un restaurador de nuestra iglesia y de personas, y que también dejó claro con el constante intento de mejorar las condiciones personales y sociales de las personas que lo rodeaban.

Son esas características, la capacidad para construir una verdadera comunidad parroquial, el talante cercano a sus feligreses, su permanente vocación de ayuda y ese sentido enorme de la responsabilidad, las que me llevan a pensar que con él la Iglesia ha perdido un gran soporte.

También mi familia ha perdido un gran soporte, porque Don Jaime supuso un apoyo importante y en nombre de todos nosotros, que con tanto cariño lo recordaremos, le agradezco sus consejos y que haya sido durante todos estos años una verdadera inspiración.

Inspiración por su sentido del servicio, pero también por su humor y no puedo, aún en un momento tan triste, evitar sonreir al recordar numerosas anécdotas que afloraban en los viajes y en esas acogidas en casa y en familia.

También por ese buen humor agradezco a Dios el haberlo conocido. Descanse en paz, Don Jaime.

* Miembro del Consejo Parroquial de Santa María.