-¿No se plantean dedicarla algún día a turismo rural o a otra forma de explotación turística?

-Es algo que siempre esta ahí. Lo que pasa es que al final siempre pagan justos por pecadores. Hay gente muy buena, gente que cuida las cosas, y luego hay otra que al pensar que es una cosa privada o semipública lo ensucian y no tienen ninguna precaución. Si se pensara en algo así en un futuro, te gustaría que aunque sea algo tuyo también la gente lo pueda disfrutar. Y son esas pequeñas cosas, como te decía, las de los desaprensivos que ensucian o pintarrajean estos sitios, las que al final te echan para atrás.

-¿Le resulta complicado trabajar como arquitecto en Galicia viniendo de Madrid, aunque se hubiera criado en Silleda?

-El problema es que este es un país donde todavía funciona mucho el boca a boca, aunque nos encontremos en plena era digital. En el mercado en el que estoy yo, al final, te contratan para hacer obras pequeñas o reformas en casas unifamiliares. La información fluye de cliente a cliente, y como en Silleda no he hecho nada, es difícil que me llamen.

-¿Le gustaría trabajar aquí?

-Sería muy feliz porque podría estar más tiempo en Cira del que puedo por mi trabajo en Madrid. Tengo que confesar que me encanta, soy un enamorado de Galicia. Ahora voy menos por Cira que en la adolescencia, cuando literalmente nos pasábamos tres meses desde que terminaba el colegio o la universidad y estábamos todos los años de junio a septiembre. Ahora, por temas laborales y profesionales cada vez se complica más, pero siempre que tenemos un hueco nos acercamos a Cira.

-¿Quién les cuida la torre cuando no hay nadie de la familia?

-Tenemos una familia que es la que se encarga de vigilar aquello. Se trata de una gente que también forma parte de nuestra familia porque desde que soy pequeño los recuerdo toda la vida con nosotros. Así que la torre está perfectamente cuidada en nuestra ausencia.