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Las ferias de Silleda en el siglo XX

Los días 6 y 23 eran tan especiales que no había escuela y la villa se convertía en auténtica procesión de gentes del campo y feriantes

Una jornada de feria en la actual calle Progreso de Silleda. // Archivo Asociación de Amigos de Silleda

En 1936, en la Geografía General del Reino de Galicia, se recoge la siguiente información relativa a la villa: "Tiene tal situación que a sus mercados y fiestas concurren la totalidad de sus parroquias a surtirse en sus bien provistos establecimientos y a disfrutar de las expansiones que la villa les ofrece". Cuenta la villa con muchos comercios, servicios variados, médicos, farmacia, veterinarios y, como nota destacada, cita la existencia de un cinematógrafo público. Se refería el autor -sin citarlo- al Cine de Pereiro. La existencia de estas actividades económicas y servicios, convertían a la villa en un centro comercial de primer orden y en un atractivo lugar de diversión, que se potenciaba los días 6 y 23 de cada mes, con una masiva asistencia las ferias.

Los días de feria eran tan especiales que en Silleda no había escuela, ni colegio. Eran considerados como festivos. Para los comerciantes y, en general, para todos los que tenían algún negocio, sin embargo, era un día esperado y de mucho trabajo. La villa se convertía en un lugar de de ajetreo, de tráfico, de trabajo y con un tinte de fiesta. Desde las primeras horas de la mañana, la gente de los alrededores, a pie o en carro, guiando animales, cerdos, ovejas... empezaba a acercarse al pueblo y recorrer la actual calle Progreso, que desde el cruce llevaba a la feria. Mujeres con cestos a la cabeza, cargados de verduras, frutas, quesos... Carros con adrales (ladrás) cargados de animales... Esa calle, habitualmente tranquila, los días 6 o 23 de cada mes, era la artería principal del pueblo. Se convertía en una fuente de vida, en una auténtica procesión de gentes del campo y feriantes venidos de muchos lugares. Era el paso obligado de los carros, autobuses, coches mixtos (de ganado y gente), camionetas llenas de fardos, que traían a los tratantes, pescaderos y comerciantes de los pueblos de la zona y de otras ciudades como Ourense, Marín, Cuntis, Santiago, Lalín o Carballiño. A medida que pasaban las horas de la mañana, el enorme campo de la feria se iba llenando de compradores, vendedores, paseantes y también de curiosos.

El campo de la feria

Del enorme campo de la feria apenas quedan vestigios de lo que fue. Abarcaba desde la entrada junto al Cuartel viejo, hasta el Castrelo (Calle Venezuela) y desde esa línea hasta Outeiro. Al contrario que en A Bandeira, eran escasos los puestos fijos (pendellos). Los pocos que había se situaban entrando en el campo a la derecha, al pasar las primeras casas. Había, además, junto a la feria de ganado, algún que otro cubierto. La mayoría de los puestos de venta, tenderetes de madera y lona, se montaban ese día.

Una calle, a lo largo del camino a Ponte, dividía en dos el campo de la feria. A la entrada y a la derecha, se encontraban los puestos de los tejidos, paquetería y confección. Allí se compraba la tela por metros y por varas. Lienzo para las sábanas, mahón para los pantalones, tela de hilo para camisas y también ropa confeccionada. El resto del campo se dividía en sectores o renques. Se hablaba de a feira do gando, a feira dos porcos, a feira do pescado para indicar donde se ubicaban cada uno de los productos. En una zona próxima al bar de Victoriano se colocaba el ganado porcino, ovino y caballar. En la hoy llamada feira vella, entre los robles, se colocaba el ganado vacuno y animales domésticos en general. Era la parte más importante de la feria.

A ambos lados de la "calle principal" se colocaban, más o menos ordenados, los pulpeiros, junto a las casas de comidas, que eran unos puestos estables de madera, cubiertos y cerrados, con bancos y mesas de madera alargados. Próximos a estos puestos estaban los tenderetes de alimentación, panaderos, fruteros, queseros, carniceros... Junto a ellos había una zona de puestos de objetos manufacturados de lo más variado: ferretería, loza, calzado, pieles, aperos del campo, semillas, insecticidas... Todos estos puestos de herreros, hojalateros, caldereros, carpinteros ofrecían sus productos a precios asequibles.

La feria del pescado tenía un atractivo especial. Las pescaderas -la mayoría mujeres- llegadas de Marín, Pontevedra o Noia, vestidas con faldas largas y negras, con delantal de bolsillo grande y la cabeza tocada con pañuelo, a voz en grito y con su inconfundible acento, ofrecían en aquellas enormes cestas de madera, colocadas en el suelo, todo tipo de pescado más o menos fresco: sardina, merluza, ojitos, rape, fanecas, verdel, jurel o berberechos, que pesaban en aquellas romanas, que la gente decía que estaban trucadas o que eran poco fiables. Como en el pueblo no había ninguna pescadería estable, la gente aprovechaba esos días para enriquecer la dieta, con el pescado relativamente fresco... La compra y venta de productos se hacía de una manera sencilla y directa. Se preguntaba el precio, se ajustaba -a veces había regateo- y se pagaba en efectivo. Se pagaba en céntimos, reales, pesetas y duros.

La venta de animales era más complicada y se convertía en un rito. Había tratantes o chalanes, especializados en diversos tipos de ganado, venidos desde Carballiño, Ourense, Santiago, Cuntis y otros lugares para comprar al por mayor. Eran fácil-mente reconocibles, porque llevaban una amplia camisa negra, a modo de guardapolvos, una vara en la mano con aguijón, boina o sombrero, a veces una faja negra, unas tijeras muy largas en el bolsillo (para marcar la res comprada) y un fajo grande de billetes en el bolsillo, atados con una goma. Los paisanos ofrecían su ganado al mejor postor y los tratantes, antes de comprar, miraban con detenimiento las reses que les interesaban y se lo hacían saber al dueño. Había mucha picaresca por ambos lados, pues nadie quería ser engañado, ni salir perdiendo. A las bondades del animal expuestas por el vendedor, el comprador le sacaba siempre algún defecto. Había oferta y demanda, regateos inacabables -a veces casi de horas, interrumpidos por otras ofertas-, hasta que se llegaba a un acuerdo. Si este se producía, el tratante marcaba con sus tijeras el animal, dando por sentada la compra, se daban la mano cerrando el trato y se acordaba el momento del pago y de la entrega del animal o animales. Se daba el caso de que si un tratante tenía interés especial en un animal y no le convenía el precio fijado por el dueño, impedía por medio de otra persona allegada, la compra, hasta que el dueño se lo rebajase. Se decía que lo dejaba marcado. Era muy frecuente hablar del precio en duros y también en reales (miles de reales), en vez de pesetas.

La feria en el pueblo

Se podía afirmar que había dos ferias paralelas, la del campo de la feria y la de la villa. Los comercios de Silleda, abundantes y variados, ese día duplicaban los dependientes, porque el volumen de ventas era mucho mayor que el habitual. El día de feria era el mejor para los comerciantes. La gente que bajaba de la "montaña" (Filloi, Refoxos...), o venía de las aldeas y pueblos, aprovechaba para realizar las ventas por la mañana en la feria y por la tarde, las compras necesarias de ropa, calzado, alimentación... Otros, venían ex profeso a realizar las compras necesarias para la temporada, para el ajuar de la casa, dada la mayor oferta, la calidad de los productos en las tiendas e incluso la profesionalidad de los comerciantes. Comerciantes que incluso, al conocer a los clientes, vendían parte de las compras al fiado.

Las tiendas de paquetería, tejidos y confección, entre las que destacaban Las Tres BBB de Eliseo Pereiro, La Moda de Inés Alonso y la de Segundo Arceo, ese día preparaban los escaparates de manera especial y, si no llovía, en las puertas colgaban mantas, colchas, paraguas o ropas que se vendían en el interior. Lo mismo que estas tiendas, las de ultramarinos, ferreterías, bares, casas de comidas, situadas en las calles principales, y dotadas de mayor surtido y mayor comodidad para las compras, en un día realizaban unas ventas superiores a las de todo el mes. Curiosamente, y no por casualidad, al día siguiente de la ferias aparecían los cobradores de los bancos, sabedores que había dinero en efectivo.

Los paisanos, tras la venta de animales o productos del campo, una vez obtenido el dinero en efectivo, comían el pulpo en familia. Tras la comida, mientras los hombres tomaban unos cafés y charlaban con los compadres y amigos, las mujeres hacían las compras en los comercios. Al mismo tiempo, por las tardes aparecía otro tipo de gente, grupos de amigos, clérigos de la zona y, sobre todo, la gente joven, que se acercaban en busca de diver-sión y de relaciones sociales de todo tipo. Las dos calles principales se convertían en un gran paseo, los bares se llenaban de gente para tomar un café y unas copas, la sala de baile se llenaba de parejas y se abrían las puertas del Cine Victoria, que esos días daban dos y a veces tres sesiones. A partir de las cinco de la tarde, la feria en el campo empezaba a languidecer. Se recogían los puestos y antes de anochecer quedaba prácticamente desierta. Una caravana de gente, carros, coches volvía por la calle Progreso hacía el cruce y, desde allí, tomaban el camino a los lugares de origen.

Las autobuses de Cuiña, Lázara y Trabazo hacían servicios hacia las localidades próximas: A Bandeira, O Castro, Negreiros, Graba, Filloi y demás pueblos. La empresa Lázara -propietaria del Cine- ofrecía unos servicios especiales, para aquellas personas que había optado por quedarse al cine o al baile. Una vez finalizado la sesión de cine o el baile iniciaban el último servicio.

En un artículo de prensa gallega se podían leer las siguientes opiniones de algunos vecinos respecto a las ferias: "Las de Silleda eran unas de las mejores ferias de toda Galicia. Las más potentes eran las de octubre y noviembre, las del 6 de diciembre y, sobre todo, la del día de Reyes, era apoteósica; venían los padres con los hijos, eran los Reyes Magos de los niños de las parroquias. Y en julio venían los emigrantes y traían capital. Las tiendas estaban llenas de gente. Las ferias dejaron mucho dinero".

Y así fue. Las ferias, para Silleda y su zona, fueron un motor económico de primer orden, una fuente de riqueza y progreso, de las que apenas queda el recuerdo y un trozo del hermoso campo convertido en plaza.

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