De tanto posar su ojo en el telescopio para avistar la luna y las estrellas, el ojo del astrónomo y matemático lalinense Ramón María Aller Ulloa se acabó convirtiendo en un cráter lunar. Uno de estos agujeros en el satélite terrestre lleva el nombre del científico dezano por obra y gracia del especialista lunar Hugh Percy Wilkins, coetáneo de Aller y que de este modo quiso reconocer la vasta labor del lalinense en el campo de la investigación astronómica.

Aller, nacido en la parroquia de Donramiro en 1878, es posiblemente la figura más querida del municipio junto con el pintor José Otero Abeledo Laxeiro y últimamente proliferan los actos de recuerdo hacia su figura, como el organizado por la Universidade de Santiago de Compostela (USC) en 2009 con motivo del Ano Internacional da Astronomía o el que promueve la Real Academia Galega das Ciencias con motivo del Día do Científico Galego a finales de mes.

Ramón Aller comenzó sus estudios en el terreno eclesiástico y llegó a ser ordenado sacerdote, aunque inicialmente obvió esta labor para cursar Ciencias Exactas en las universidades de Oviedo y Madrid. Siempre fue un alumno brillante, aunque sus inquietudes iban más allá, como lo demuestra la construcción del primer observatorio astronómico de Galicia en Lalín. Este inmueble, anexo al museo que lleva su nombre, ha sido recientemente restaurado y el próximo 2012 cumplirá cien años.

Su interés por las matemáticas lo llevaron en cualquier caso a aficionarse sobremanera por esa disciplina prima hermana que es la astronomía, por la que es mundialmente conocido. Sus observaciones comenzaron de modo modesto con un pequeño anteojo en el seminario, aunque poco a poco fue incorporando más piezas hasta que plasmó sus primeras observaciones del cosmos en una publicación del observatorio madrileño.

En la década de los veinte, y tras publicar un libro sobre Algoritmia, empezó a dotarse de más piezas, que lo obligaron a construir la cúpula del observatorio para poder emplearlas correctamente.

Las estrellas dobles, los tratados generales de astronomía y las observaciones realizadas con escasos medios se entrecruzan con sus trabajos sobre geometría y análisis matemático para la Universidade de Santiago de Compostela (USC). El astrónomo vivía así en los cuarenta su momento más prolífico y brillante, ganándose el reconocimiento del mundo académico. Por ello, la institución compostelana construyó su propio observatorio para dejarlo en manos del ya nombrado catedrático de Astronomía en 1944. A partir de este momento, Ramón Aller ya dispone de más medios que los que el mismo se creó en su Lalín natal e incluso recibe aportaciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Por ello, comienza a escribir numerosas publicaciones de sus avistamientos y observaciones desde la capital gallega. Sus logros, descubrimientos y conocimientos lo alzan hasta la Unión Astronómica Internacional de Zurich (Suiza) y a la Comisión Nacional de Astronomía.

A comienzos de la década de los sesenta, Aller comenzó a tener problemas de salud y regresó a Lalín, donde falleció en 1966. Muchos lalinenses aún recuerdan el enorme tumulto formado con motivo de su entierro y funeral, del que sostienen que fue el más concurrido de la historia del municipio. El oficio tuvo lugar en la iglesia de As Dores, pero la inhumación se localizó en el camposanto de su Donramiro natal. Su carácter humilde lo llevaron a solicitar ser enterrado, como cualquier otro, en la tierra, renunciando así a un panteón habitual para personalidades como la suya.

A lo largo de sus 88 años de vida, Ramón Aller publicó más de 80 trabajos, entre los que predominaron los artículos, aunque también figuran cuatro libros. Además, dirigió varias tesis doctorales, pero destacó sobre todo por el diseño de numerosos planos e instrumentos de observación en una época en la que el desarrollo de estos avances científicos era bastante complejo. El astronómico descubrió cuatro estrellas desconocidas hasta la fecha en el universo y por todo ello alcanzó un enorme y prácticamente unánime reconocimiento, aunque quedará para siempre en la eternidad desde el día en que su compañero Wilkins decidió que, ante tamaños méritos, uno de los cráteres de la luna debía llevar su nombre para honrar al lalinense que viajó a las estrellas.