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En el corazón de la desesperación vital

Sara Ares y Óscar Vífer vivieron en primera persona el drama de los refugiados en Grecia

La médico y el fotógrafo vivieron situaciones difíciles de asimilar para cualquier ser humano. // Muëiy

Sara Ares es una médica grovense de 33 años que ha hecho de su profesión la herramienta perfecta para maridarla con su amplísimo sentido de la ayuda y la colaboración. Nada más finalizar su periodo como Médico Interno Residente, no dudó lo más mínimo a la hora de hacer realidad su inquietud de ayudar en todo lo que estuviese en su mano en el conflicto internacional de refugiados que se estaba viviendo en Grecia.

"Fue una decisión personal. Llevaba varios meses pensando en ir y aprovechando que terminé el MIR me fui para allí". El periodo de estancia en tierras helenas fue de un mes. Un tiempo en el que también le acompañó su hermana Julia, recién llegada de una estancia de un año en Sudamérica. Y es que el historial familiar de ayudas a diferentes comunidades y ONGs es abundante. La propia Sara también estuvo en un campamento en la India, lo que da cuenta de su capacidad para ponerse en la piel de los más necesitados.

Sin ningún tipo de colaboración económica, las hermanas grovenses se costearon sus propios gastos para ayudar en todo lo que fuera posible. Conscientes de la problemática vital que allí estaba sucediendo no pusieron ningún tipo de reparos a lo material para ver cumplido su deseo. Grecia se convirtió en la puerta de entrada a una mejor vida para miles de personas que se exponían a la misma muerte con la esperanza como único pasaporte aceptado legalmente.

El campo de refugiados de Idomeni fue su primera parada. "Allí al principio fue todo un poco más duro. Era todo muy intenso. La gente llegaba desesperada en todos los sentidos. Ayudábamos en lo que se podía, si bien nos centrábamos en primeros auxilios y ayudas inmediatas".

Días después del paso por Idomeni, Sara y Julia se trasladaron a Atenas donde los servicios sanitarios ya estaban mucho más cubiertos. Ellos no era óbice para que, en una furgoneta de médicos voluntarios, se dedicasen a prestar ayuda a aquellas personas que lo necesitasen.

Sin haber tenido que atender situaciones vitales graves, lo que más impactaba a Sara era la angustia que desprendía el comportamiento de todas aquellas personas que no sabían que iba a ser de su vida. Que habían empleado todo lo que tenían en pagarle a mafias organizadas para costearse un mínimo hueco en una neumática con la que recorrer desde Turquía los escasos diez kilómetros que le separaban de Grecia, o lo que es lo mismo, la puerta de entrada en el paraíso después de vivir un infierno prácticamente desde el primero de sus días. La deportación a sus países de origen era algo que les aterraba hasta el mismo delirio.

"El no saber que iba a pasar con su vida les creaba una incertidumbre muy difícil de controlar. Había padres y madres con niños pequeños en plena agonía existencial. Nos comunicábamos como buenamente podíamos y su preocupación no era lo que habían pasado sino el no saber lo que les venía por delante", apunta Sara.

Acerca de una solución a una situación tan dramática, la médico grovense tiene claro que "se deberían abrir las fronteras. Es la única solución. Parece que se tiene miedo a convivir con personas que son como nosotros. Con otro idioma u otras costumbres, pero como nosotros".

El impacto de la experiencia le caló tan hondo que Sara tiene claro que volverá y sin demorarse en exceso. Tanto es así que a finales del presente mes de julio no descarta volver a prestar todos sus conocimientos y voluntades en favor de los refugiados allí concentrados.

En Lesbos, epicentro de la tragedia migratoria, también estuvo el vilagarciano Óscar Vífer. Fotógrafo de profesión y voluntario de vocación, se costeó su viaje hasta el punto más caliente del conflicto. "Iba para una semana y me quedé un mes. Pasé allí las navidades y trataré de exponer o publicar todas las fotos que allí pude hacer".

De lo que no le cabe duda al vilagarciano es de que "lo que allí ves es surrealista. No acabas de asimilar lo que estás viendo. Las personas, algunas en un estado crítico, llegan y van directamente a un campo de refugiados. Los desembarcos son un auténtico caos que te marca para siempre".

En la pequeña isla griega de Lesbos encontró imágenes que su cámara captaron como el llamado cementerio de chalecos. Un pequeño valle que se convirtió en el vertedero de los primitivos salvavidas que portaban los migrantes. "Fue impactante. Había miles y miles de chalecos amontonados allí. Era el reflejo de un problema que afecta a muchos millones de personas". Recuerda como su foto más simbólica la realizada debajo del agua, "fue en un desembarco y se podía ver como el pie de un recién llegado contactaba con la tierra deseada". Deja claro también Vífer que "los políticos tienen que parar esto. Nadie se merece pasar un calvario como pasan estas personas. No es humano".

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