Por alguna extraña razón, la solidaridad es un valor cada vez menos apreciado socialmente. Con esta misma etiqueta, nueve chicas y chicos procedentes del colegio La Salle de Valladolid participan durante una semana (terminan mañana) en un programa de voluntariado que les ofrece la posibilidad de viajar a otra región española para colaborar con los centros de Cáritas. Así es como han llegado al de San Cibrán, en Sobradelo, en donde pasan estos días en grupo acompañados de dos monitores, los trabajadores y voluntarios de la fundación y los numerosos usuarios del comedor y el invernadero.

Repartidos en dos grupos más pequeños, los jóvenes se reparten entre el local de la Praza da Constitución y el de Sobradelo, en donde cuatro de ellos comenzaron ayer a plantar verduras y preparar el terreno para nuevas cosechas.

Los otros cinco realizan funciones muy diversas, como colaborar en el ropero, el comedor sobre ruedas, que es uno de los servicios que más les llama la atención, el comedor social y la lavandería.

"Es gratificante sentir que a poco que le des a la gente te devuelve una sonrisa", afirma la benjamina del grupo, Patricia Sanz, que dice que le gusta "ayudar a las personas a sentirse mejor" y que le sorprende la "dignidad" con la que los necesitados acuden a Cáritas. "Es gente que no siente vergüenza y quiere seguir adelante, luchando".

"Esta experiencia ha cambiado mi forma de ver a la gente, de valorar tu propia vida", asegura otro de los jóvenes, Samuel Ureta. "A partir de ahora cuando vea a alguien pidiendo en la calle pensaré en la mala suerte que ha tenido en acabar así, porque sé lo que han sufrido las personas a las que ayudamos aquí".

Lola Álvarez, una de las cuatro chicas, apunta que "sabía que esta región había estado muy castigada por las drogas, pero no que hubiera tanta gente necesitada. Te das cuenta lo fácil que es verte en la situación de tener que pedir ayuda".

Jesús Benito, que ayer inició su trabajo en la huerta, admite que "a muchos de los usuarios que se pasan por aquí te costaría distinguirlos por la calle. Son personas que se han quedado en el paro y siguen viviendo en sus casas, pero necesitan algo de comer y vienen a pedirlo".

Esta realidad admiten que es "muy dura" de ver, pero también supone una "experiencia muy enriquecedora" que, para algunos, ni ha sido la primera ni será la última de este tipo.

A todos les cuesta elegir qué actividad les gusta más desarrollar, pues las del comedor son más variadas y de trato más cercano con la gente y las de campo les permiten trabajar al aire libre.

De Vilagarcía les sorprenden detalles como que "los conductores son muy amables y te dejan cruzar siempre", que "el paisaje es muy verde" y que las "calles son estrechas y poco cuadriculadas, mezclándose la aldea con la ciudad".

Además de las acciones de voluntariado, que les ocupan casi todo el día, también han podido disfrutar de visitas por los alrededores, aunque el turismo no es algo que les preocupe, pues su visita no se centra precisamente en eso, como explican.