Opinión | Parece una tontería
Ñu
La normalidad quedaba restaurada al instante con la pastilla
Justo antes de irte a dormir, y después de esas pequeñas e innumerables acciones que preceden a meterse en la cama, te tomas un trozo de pastilla. En mi caso es de color rosa. En unos pocos minutos te duermes, y así hasta que transcurren seis horas, y abres los ojos y es otro día; salvaste los muebles. No tienes a veces ni tiempo a decirte “Me duermo”. Durante meses pensaste que esa pastilla era la solución a un problema intrincado, el insomnio, quizá el fantasma más famoso del mundo. No hay nadie que no lo haya visto. El insomnio no se molesta en avanzar de puntillas, quiere que oigas sus pasos en la oscuridad. Aunque primero juega a que avives la esperanza del sueño. Desea que te confíes. Al fin y al cabo, ha sido un día duro y notas cierto cansancio. Deberías caer rendido. Además, no tienes preocupaciones, te sientes bien. Pero no consigues dormir. Esa es la parte más desesperante. No tienes problemas. Estás bien. Estás perfecto. Es solo que no puedes dormir.
Entonces, un día empiezas a tomar una pastilla. La pastilla es como presionar un botón con un dedo: al hacerlo, las cosas que están fuera de sitio lo encuentran al instante. Más fácil imposible. Porque qué hay más común que pulsar un botón. La vida puede llegar a ser bastante automática en algunas circunstancias. La normalidad quedaba restaurada al instante con la pastilla. No puede negarse que la idea misma es cómoda. Algunas pastillas encarnan la sencillez máxima y accesible, pues solo hay que llevársela a la boca, beber y al poco los problemas se disuelven.
Esta era mi forma de plantear mi relación con el insomnio, a través de la pastilla rosa. Pero empecé a leer Ñu, la primera novela de Pau Luque, y al alcanzar la página cuarenta y pico, Curiel, una amiga del narrador, decía algo que me doblegó. Trataba la mujer de resolver un crucigrama, y le preguntaba al narrador, que también se llama Pau: “Bóvido africano de mediano tamaño y hábitos migratorios, que habita las llanuras del oriente de este continente, dos letras. ¿Solución?”. Pau respondía al instante: “Muy fácil. Ñu”. Pero no. “¿Cómo que no? La respuesta solo pude ser ñu”, protestaba. “La respuesta es ñu, pero la solución no”, decía Curiel, argumentando que una respuesta no es lo mismo que una solución. “Encontrar una solución quiere decir que tienes algún problema que resolver, alguna dificultad que superar, alguna cuestión cuya respuesta exige darle vueltas al asunto. Cuando te preguntan por un antílope en un crucigrama y la respuesta tiene dos letras, no has tenido que superar ninguna dificultad”. Ñu es la solución a un problema que en realidad no es tal, y que nadie padece. Esto es, “no es una solución, es una obviedad, un autoengaño”.
Esa noche cerré el libro por la mitad y, antes de meterme en la cama, ingerí mi trozo de pastilla rosa. Pero entonces vi el medicamento de otra forma. Ya no como la solución a mi insomnio, sino como una fácil respuesta. No me dio tiempo a pensar nada más porque a los pocos minutos caí dormido.
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