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Pecado de coherencia

Joaquim Torra se convertirá hoy en presidente de la Generalitat. La CUP ha decidido que más vale Torra en mano que repetición de elecciones, pese a que la última encuesta del CIS catalán, aún calentita, les auguraba la ganancia de hasta siete diputados, casi triplicando el número de las actas que ahora ostentan (4).

Torra será president y el Gobierno tendrá que levantar el 155, mal que le pese a Ciudadanos, porque ese, y no otro, es el acuerdo al que llegaron los tres partidos "constitucionalistas" en octubre del año pasado.

(Lástima que entonces no acordaran también ponerle un bozal a TV3, porque ahora, con el clon de Puigdemont sentado en el Palau de la Generalitat -aunque, dicen, no en el despacho del libertador, por si vuelve-, la caja monotemática seguirá lanzando bulos a su antojo, hasta convertir en caricias los tuits faltosos del primer president "puigdemoniano".)

Torra va a beneficiarse de la guerra que Ciudadanos y el Partido Popular librarán a cuenta del mantenimiento/retirada del 155. Los parlamentarios naranjas se abalanzarán sobre los azules cada vez que el muñeco del ventrílocuo entre en colisión con el orden legal autonómico -que serán muchas- y eso no podrá sino perjudicar a los de Rajoy, aunque solo sea por puro desgaste oratorio.

El Gobierno central podrá -y deberá- estar vigilante ante las ilegalidades de palabra -ya veremos también si de obra- en las que Quim Torra va a incurrir, pero todo lo que puede hacer es ponerse en aguardo y esperar por los hechos del nuevo president y, si es menester, reactivar el precepto constitucional. Con lo que, llegado el caso, Albert Rivera empezará con la matraca: "Ya lo dijimos nosotros, el 155 no se podía levantar".

Grato de ver será también el papel que interpretará Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en las semanas y ¿meses? venideros. No me cabe duda de que si le dan tiempo, Torra terminará queriendo desligarse de Puigdemont, pero me barrunto que los republicanos, desde ya mismo, tratarán de impedir que el fugado dicte y Torra y su Govern ejecuten; sobre todo, si las iluminaciones le siguen perturbando el juicio como hasta ahora.

La disputa está servida entre la fiel Elsa (Artadi) y el crecido Pere Aragonès (ERC), a quien el encarcelamiento de Junqueras y la huida de Rovira han puesto a los mandos del partido.

Quiero terminar felicitando a la CUP por un ejercicio de coherencia que solamente puede perjudicarles, al menos en lo tocante al rédito electoral (anatema para el purismo extremoizquierdista). Pero no se hubiera entendido que después de abstenerse ante Turull (con aquella repentina conversión al autonomismo inspirada por el juez Llarena), hoy hubiesen votado "no" a un candidato que promete proceso constituyente, carta magna y república.

Claro que, bien pensado, estoy casi convencido de que, por la cuenta que le traía, Turull hubiera devenido en presidente autonómico si la justicia se lo hubiese permitido. En cambio, dudo, como el sábado dudaba con dolor, casi estreñido, el portavoz "cupero", Carles Riera, de que Torra vaya a ser algo más que una permanente molestia para Rajoy y un motivo de regocijo para Rivera.

Pero, en fin, la asamblea ha hablado, y cuando habla la asamblea el escepticismo cristiano de Riera se calla. Menos mal que no se resignan y no piensan facilitarle la gobernabilidad.

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