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De vuelta y media

Fotógrafos callejeros

Los pontevedreses disfrutaron desde los años 40 de una saga inolvidable que compusieron las imágenes de sus vidas

Gervasio Alonso Montenegro seguramente fue el primer pontevedrés que ejerció el oficio de fotógrafo ambulante en esta ciudad, cuando Francisco Zagala montó su prestigioso gabinete Fotografía Madrileña en la segunda mitad del siglo XIX, salvo que Enrique Acuña cuestione tal apreciación con su reconocida autoridad en esta materia gráfica.

Aquel pionero de la fotografía en la calle no hizo fortuna en Pontevedra y optó por emigrar con su cámara en ristre a un lugar tan equidistante como Jerez de la Frontera. Allá le sonrió el destino y dispuso de estudio propio hasta su fallecimiento en 1888. Gervasio Alonso ocupa hoy un lugar destacado en la historia de la fotografía de dicha ciudad andaluza.

Los fotógrafos callejeros antecedieron a los minuteros, una especialidad que surgió más tarde, y proliferaron de forma notable en toda España después de la Guerra Civil. Los primeros, con su "Leica" al cuello, vestían como unos señoritos, incluida chaqueta y corbata, en comparación con los segundos, siempre caracterizados por unos míseros guardapolvos, amén de su rudimentaria caja con el trípode desvencijado.

Algunos protagonistas vivieron su mejor época con el denostado estraperlo, dado que los nuevos ricos no escatimaron en gastos para disponer de testimonios fehacientes de sus lustrosas imágenes, solos o acompañados.

Del gran Joaquín Pintos abajo, todos empezaron en Pontevedra como fotógrafos ambulantes, pateando las rúas y moviéndose por los pueblos, de romería en romería, durante los años 40. Y todos montaron en cuanto pudieron un gabinete, una tienda o un laboratorio de carácter estable, porque el oficio en la calle fue muy duro.

Andrés y Roberto Cernadas (Foto Fláquer) en Isabel II; Manuel Domínguez Yáñez (Foto Yáñez) en Peregrina; Arturo Rodríguez Ozores en Real; Rafael Vázquez González (Foto Rafa) en Santa María y Rúa Alta; José María Graña Grané (Foto Graña) en Flórez, Oliva y Benito Corbal; Fernando Frias López de Ossa en la Oliva; Francisco Garcia Louzao (Foto Paco) en Peregrina; Manuel Rodríguez Fernández en O Burgo; Armando López Chao (Foto Chao) en Riestra, y un largo etcétera para no cansar?.

En una división muy superior, además de Joaquín Pintos en la calle Michelena, impartía su magisterio fotográfico Enrique Barreiro en la plaza de la Estrella, donde medio siglo antes estuvo Francisco Zagala.

La distinción entre callejeros y minuteros enseguida se decantó del lado de los primeros en cuanto a número de ejercientes, tanto en España en general como en Pontevedra en particular. No obstante, los segundos nunca desertaron del fotomatón y mantuvieron a gala su respeto por el oficio, e incluso su veneración por el método calotipo.

La primera tanda de autorizaciones municipales para fotógrafos minuteros, que luego perduraron durante mucho tiempo, se formalizó a mediados de febrero de 1944 y el Ayuntamiento fijó su emplazamiento con precisión: Francisco González Jácome en la Alameda; Gerardo Jácome Rodríguez junto al Monumento a los Héroes de Pontesampaio; José Jácome Rodríguez en la entrada de Las Palmeras a mano derecha, frente a Villa Pilar, y Alfonso González Cadavid en el mismo lugar pero a mano izquierda, junto a la terraza del Blanco y Negro.

Cuatro años después, Gerardo Jácome Rodríguez también obtuvo un permiso para ejercer en la plaza de Curros Enríquez durante los días de feria.

Francisco González presumió de su condición de decano del gremio y trabajó como minutero durante cerca de medio siglo. En cuanto pudo no dudó en solicitar un cambio de lugar y puso su trípode en Las Palmeras "porque era el lugar más visitado de la ciudad", sobre todo desde que llegaron los bambanes y las pajareras. "Yo fotografío a un soldado y sale un general". Eso era la clave de su éxito, según reveló el propio González Jácome.

Posteriormente, Alfonso González Cadavid heredó el decanato de los minuteros pontevedreses y permaneció al pie del cañón hasta que no pudo más. Con su fallecimiento el 18 de abril de 2014 se extinguió para siempre en Pontevedra tan digno oficio.

Desde mediados de los años 40, la Dirección General de Seguridad y el Ayuntamiento de turno supervisaron la actividad de los fotógrafos callejeros. La primera concedía la preceptiva autorización y el segundo fijaba su ámbito de actuación, tarea que en esta ciudad desarrolló el jefe de la Policía Municipal, Salvador Omil.

Cuando la sindicación resultó obligatoria, intervino también la Delegación Provincial de Educación Popular, que expedía un carné profesional.

El control de la actividad de los fotógrafos callejeros no fue nada severo hasta mediados de los años 50, porque la policía tenía mucho trabajo con su función represora. Ni siquiera la alarma causada en las principales capitales europeas, de París a Berlín pasando por Roma, ante la supuesta existencia de un ejército secreto de fotógrafos callejeros al servicio de la Unión Soviética, encargados de abastecer un inmenso fichero, tuvo impacto alguno en la España franquista.

Esa postura laxa disparó el intrusismo a un nivel insospechado, hasta que el Ministerio de la Gobernación no tuvo más remedio que tomar cartas en el asunto por las quejas, cada vez más numerosas, de los gobiernos civiles como consecuencia de las denuncias recibidas.

Una circular dictada por la Subsecretaría del Ministerio de la Gobernación, fechada el 2 de julio de 1962, marcó un antes y un después en la actividad de los fotógrafos ambulantes. Los requisitos para la obtención de los permisos se hicieron más exigentes y fueron afinándose con el paso del tiempo, hasta derivar en la exigencia de un carné de empresa con responsabilidad, que se implanto a partir de 1969.

Poco después nació la Agrupación de Fotógrafos Profesionales Autorizados de la Provincia de Pontevedra, bajo la protección de San Juan ante Portan Latinam, que celebraba su festividad el 6 de mayo. Cuando el franquismo llegó a su fin en 1975, este colectivo apenas superaba los treinta asociados.

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