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De vuelta y media

Las pajareras

Diversas especies compradas en Portugal entre los años 50 y 60 integraron un mini zoo avícola en Las Palmeras que tuvo una gran acogida popular

Las pajareras fueron, en cierto modo, la otra cara de los bambanes, una suerte de complemento en el proceso de embellecimiento de Las Palmeras, que tan buena acogida tuvo entre los pontevedreses.

Terminado el parque infantil y el estanque de los patos con sus dos palomares a lo largo de la marquen izquierda, pareció conveniente y adecuado al Ayuntamiento realizar lo propio en el lado derecho del gran paseo central, donde únicamente existía el histórico pilón de Alejandro Sesmero junto a un gran llorón y el monolito de Valle Inclán.

Las primeras aves de referencia llegaron a Las Palmeras de forma aparentemente casual en la primavera de 1953: el alcalde de Barcelona, Antonio María Simarro Puig, político de mucho peso como hombre de confianza del ministro de la Gobernación, Blas Pérez González, regaló una pareja de pavos reales a su homónimo pontevedrés, Juan Argenti Navajas.

A que respondió tan exótico obsequio pertenece al secreto del sumario. No constó ninguna explicación. La respuesta conocida de la corporación municipal no fue otra que encargar al arquitecto municipal la construcción de un jaulón para la pava y el pavo, y otro para aves sin detallar sus especies.

El arquitecto municipal Emilio Quiroga Losada tomó de nuevo a su cargo la dirección del proyecto, que salió a concurso entre constructores locales por un importe de 5.027,20 pesetas tras acordarse su ampliación sobre la marcha. Así empezaron las pajareras, que luego no dejaron de crecer y crecer, hasta configurar un pequeño zoo avícola.

A partir de enero de 1954 comenzaron las compras de pájaros y aves. Una partida inicial de 500 pesetas se invirtió en periquitos, que enseguida captaron a los primeros curiosos. Y dos meses después, el Ayuntamiento pagó 540 pesetas a la Pajarería Inglesa, de Madrid, por una pareja de cardenales de moño rojo, a 270 pesetas la unidad.

Aquella primavera fue cuando la corporación municipal se deshizo del monolito de Valle Inclán, que regaló al Ayuntamiento de A Poboa do Caramiñal. El arquitecto municipal diseñó en su lugar una pista de patinaje para niños, pero la corporación municipal se echó atrás y apostó decididamente por las pajareras. Allí mismo se ubicó otra jaula, que se inauguró en verano de 1955.

Entonces, pesaba sobre la soberbia cabeza del pavo real la declaración popular de enemigo público número uno de niños, sirvientas y militares sin graduación. Sus picotazos a diestro y siniestro probablemente tenían un carácter más defensivo que agresivo. El animal sufría salvajes asaltos de aguerridos mozalbetes para cobrarse sus cotizadas plumas destinadas a adornar jarrones de casas distinguidas.

El pavo pagó el pato y el alcalde Argenti no tardó en decretar su destierro de Las Palmeras para terminar con tales desmanes y tranquilizar a las angustiadas mamás. Algunos meses después, el pobre animal fue amnistiado y regresó de nuevo, aunque perdió su libertad de movimientos y dejó de campar a sus anchas por Las Palmeras.

Como contrapunto al antipático pavo, se conoció en aquellos días la tierna historia de una tórtola exonerada. La rápida multiplicación de estas aves en el jaulón existente motivó la liberación voluntaria de unos cuantos ejemplares. Pero hubo una que no emprendió el vuelo porque era feliz en su cautiverio y se pasaba el día revoloteando su antigua morada, incluso tratando de forzar la tela metálica para entrar en aquel pequeño mundo.

Las pajareras adquirieron carta de naturaleza en toda su amplitud entre 1956 y 1957, en buena medida gracias al entusiasmo mostrado en tal labor por el concejal delegado de parques y jardines. Ovidio Alén Ogando fue capaz de convencer e incluso también de contagiar su gran pasión a otros miembros de la corporación municipal. Así surgieron los jaulones de grandes dimensiones para facilitar los vuelos de sus pequeños inquilinos.

Jaime Landín asegura que cuando desapareció "La Abundacia", una finca cuidada con mimo por su abuelo, los pájaros y las aves allí existentes pasaron a manos del Ayuntamiento por generosa donación y enriquecieron las pajareras de Las Palmeras. Si Jaime lo dice, será verdad. Cualquiera se atreve a contradecir a un Landín en asuntos pontevedreses de altos vuelos.

Un pleno municipal celebrado el 28 de marzo de 1956 tomó un importante doble acuerdo:

Por una parte, encargó un estudio general de "las obras e instalaciones más convenientes para hermosear el parque central, tomando como referencia o modelo algunas instalaciones análogas del país vecino".

Y por otro lado, autorizó a los concejales José Puig Gaite, Eusebio Taboada Tabanera, José Hermida Vidal y Ovidio Alén Ogando, junto al interventor Luís Pérez Pontón, para viajar a Portugal con la finalidad de adquirir "elementos avícolas". La histórica tradición jardinera del país hermano, al tiempo que su estrecha relación colonial, parece que aunaron aquel interés.

El presidente de la Comisión de Policía Urbana, Eusebio Taboada Tabanera, recibió a su nombre un libramiento de 8.000 pesetas para realizar diversas compras avícolas.

Canarios, pardillos, periquitos, cardenales, ruiseñor argentino, teros, pájaros japoneses, loros, cotorras, palomas, pavos reales, guineas y faisanes por parejas (plateado, dorado y lady) compusieron aquel mini zoo avícola en verano de 1956, según un inventario efectuado Alén Ogando. La construcción de un acuarium fue su siguiente proyecto, pero nunca llegó a hacerse realidad.

Las adquisiciones de nuevas especies continuaron a lo largo de 1957, tanto por parte de Eusebio Taboada, como por Ovidio Alén, siempre en tiendas especializadas del país vecino.

Durante los años 60, las compras de aves se hicieron más puntuales y selectivas. Luego se construyó un canal veneciano alrededor del "llorón", frente por frente de los bambanes, que recorrían unos preciosos cisnes dorados y otros negros australianos. Allí tuvieron descendencia como muestra incuestionable de su buena aclimatación. Un mal día, un cisne negro se escapó hasta el río de Os Gafos y se perdió su pista. Nunca más volvió.

Si los bambanes generaban colas de niños y mamás para disfrutar con sus balanceos, tres cuartos de lo mismo ocurrió con las pajareras. Gentes de todas las edades se agolpaban delante de jaulas y jaulones para identificar a sus habitantes y seguir sus evoluciones, sobre todo los fines de semana.

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