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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Los goces de la vida

Hace tres años se conmemoró el centenario de la muerte de Nicolás Estévanez Murphy, nacido en Gran Canaria en 1838 y muerto en París en 1914, en el exilio. La celebración tuvo especial eco en Las Palmas de Gran Canaria, de donde era oriundo. Su madre dio a luz, de forma casual, en el edificio donde estuvo instalada la Inquisición, en la plaza de San Antonio Abad. No obstante, su residencia habitual fue la isla de Tenerife, a donde se trasladó con su familia desde muy niño, en concreto al barrio lagunero de Santa María de Gracia, lugar en el que transcurriría su infancia y adolescencia (1838-1852). Después se marchó a Toledo para estudiar la carrera militar y volvería a las islas solamente en tres ocasiones, en 1857, 1862 y 1866, durante cortas estancias. Posteriormente, en 1906, estuvo de paso en Tenerife cuando viajaba con destino a Cuba, en una escala técnica del trasatlántico en que navegaba. Todavía permanece en pie su casa familiar de Gracia -hoy en plena rehabilitación-, construida entre 1733 y 1735 por un miembro de la familia Meade, ilustre saga de comerciantes de ascendencia irlandesa. A esta familia pertenecía su madre Isabel Murphy y Meade, mientras que su padre fue Francisco de Paula Estévanez, un militar progresista de origen malagueño.

Estevánez fue un hombre polifacético de vida azarosa, controvertida, contradictoria y enigmática, que destacó como militar, político, narrador, poeta, traductor, periodista e historiador. A pesar de permanecer alejado de Canarias, su tierra natal ocupó siempre un lugar preferente en su pensamiento y en su obra literaria. El mejor ejemplo es su composición Canarias, publicado en 1878 en la Revista de Canarias. Es un extenso poema, dividido en siete partes, tantos como islas que, después de ignorado casi un siglo, pasó a ser su obra más conocida y celebrada. En él define al Archipiélago de este modo: "Mi patria no es el mundo; / mi patria no es Europa; / mi patria es de un almendro / la dulce, fresca e inolvidable sombra". De esta forma identifica el Archipiélago con el almendro de su casa, el que se encontraba en el jardín de su casa familiar y que hoy se ha convertido en símbolo de la insularidad. A lo que después añade: [?] "Mi patria es una isla, / mi patria es una roca, / mi espíritu es isleño / como los riscos donde vi la aurora".

No es mi intención analizar a este ilustre canario, de muy difícil exégesis, me siento incapaz de ello y tampoco es el lugar. Les remito a sus propias memorias y sus biógrafos, entre los que están Marcos Guimerá (1979), Teresa González (1997), o Nicolás Reyes (1988 y 2016). Lo traigo hoy aquí por la reciente lectura de una de sus obras menores, que he de confesar hasta ahora desconocía: Los goces de la vida (París: Garnier hermanos, libreros-editores; 1892). Forma parte de la "Biblioteca Selecta para la Juventud" y a los jóvenes está dirigida. Las cubiertas de la obra son muy bonitas, al igual que otras muchas de Garnier en esta época, realizadas en cartoné editorial rojo con grabados y letras doradas. Son de esas cubiertas que no pasan desapercibidas para un bibliófilo. Los dibujos de intención satírica fueron ejecutados por Grandville. Su contenido es de entretenimiento y divagación, con intención estimulante y lejos del ideólogo revolucionario, libertario, anarquista y hasta conspirador que fue Estévanez, según la interpretación de algunos. El libro se inicia con un prefacio y está dividido en 12 capítulos, cada uno dedicado a uno de los goces de la vida. Leamos y comentemos en alguno de estos sueltos dominicales ciertas páginas. Después, si lo estiman oportuno, lean ustedes mis caros lectores el libro completo y hagan su personal interpretación.

El prefacio comienza por la afirmación: "El hombre, la sociedad, la vida, son otros tantos misterios", que Estevánez juzga imposibles de definir, aunque pide el respeto para los pensadores, estadistas y filósofos que lo intentan e incluso tratan de mejorarlos. E igualmente para los escritores que buscan nuestro entretenimiento y ponen en evidencia lo ridículo de la sociedad y lo que tienen en vano las preocupaciones de la vida. "La vida está sembrada de escollos; la sociedad nos impone sus convencionales tiranías". Ante tales peligros, las dificultades para emanciparse de éstas y cómo sortear aquellos, la respuesta debe reducirse a sus justas proporciones, sin por ello suponga entregarse a un inconsciente fatalismo. Son muchos los hombres que todo lo ven negro, su propio temperamento "Les hace necesarias las que ellos creen sus desdichas" y no saben apreciar las felicidades. Por el contrario, hay desdichados que de todo ríen y las cosas más triviales son goces para ellos. Es la inevitable manera de ser: "Unos gozan hasta con sus mismos contratiempos. Otros padecen hasta con su propia dicha". Cuando el dolor pasa, queda el recuerdo y la ilusión de lo que se ha gozado. Gocemos pues de vida y sus encantos, ya sean reales o ilusorios. Busquemos dentro de nosotros mismos la compensación de las miserias de la vida. Es una tontería enfadarse por una pequeñez, además los leves enojos son la salsa de la vida. Y finaliza el exordio incitándonos a leer el libro, que nos confirmará: "Que la vida, para el que quiere, está sembrada de goces, que es un verdadero encanto; que no merece la pena de ser tomado en serio lo que es una pura broma de los nervios, de los sentidos o de la fatalidad".

El primer goce al que hace referencia es la independencia, sin ella la vida es ilusoria, porque ni siquiera es vida. En muchas naciones -y ya lo afirmaba el autor en el siglo XIX- todos los hombres somos dueños de nuestra voluntad. No por ello olvida que la voluntad nace después del hombre. No podemos elegir padres, ni punto ni hora de nacimiento. Sí, en uso de esa independencia, podemos escoger domicilio, generalmente en convivencia con otros vecinos, lo que nos ocasiona algunas pequeñas molestias pero también muchos goces. Sin embargo, la mayor independencia se alcanza en el medio rural. Cuando el hombre o la mujer se casan no pierden independencia, sino que la refuerza con la del cónyuge. Mas sí hay otras dependencias y entre ellas el autor cita la que tienen los fumadores, del tabaco; los curas, "de la Iglesia, los fieles cristianos y los pícaros infieles"; los ricos, de su fortuna; los pobres, de los ricos y los que escriben cartas -hoy diríamos mensajes, chats, whatsapp?- de su propia correspondencia. Y termina esta parte aseverando: "La independencia es una realidad para los que estamos exentos de humanas aspiraciones. Los que la pierden, hasta cierto punto, lo deben a sus pretensiones casi siempre excesivas e insensatas". Y entre estos cita a los que aspiran a diputados y dependen del cuerpo electoral. ¡Cuántas humillaciones y cuánta hipocresía hasta que consigue el acta!, ¡cuántas promesas que luego no ha de cumplir!

El segundo goce es la amistad. "Sentimiento consolador, pasión purísima, afecto correspondido, entrañable y duradero. Eso es la amistad. El sentimiento de la amistad es más puro, más indeleble y menos egoísta que el amor humano". Según entes ruines y prosaicos la amistad es un libro comercial, un debe y un haber. Para estos amigos de naturaleza comercial que anotan y divulgan lo que dan: "No hay préstamo sin interés. Ni deuda que no se pague. Ni apuro sin descrédito?" se les puede aplicar lo encerrado en estos cuatro versos: "No debas a tus amigos, / Pues mientras estés debiendo / Se cobrarán en tu fama, / Y después en tu dinero". Los verdaderos amigos son desinteresados, serviciales, constantes y discretos. Con ellos podemos contar con confianza, sin temor y sin escrúpulo en todas las circunstancias de la vida. El amigo goza a nuestro lado, contribuye a hacernos la vida amable y participa de nuestros sentimientos. Y si el amigo nos ha de dar, que lo haga aplicando lo dicho por La Bruyère: "Si lo difícil es dar, ¿qué cuesta, ya que damos, agregar una sonrisa?" Por todo ello es gran pérdida la de un amigo, procuremos no dilapidar nunca una amistad fundada en hechos y simpatía mutua, fortalecida por la intimidad y afirmada por el tiempo.

El tercer apartado está dedicado a el sport, cuyo vocablo critica, poseyendo una lengua tan rica y abundante. Después de enumerar los muchos ejercicios de fuerza y destreza que comprende, se refiere a algunos en particular. Comienza por hacer una sátira detractora de la equitación y la caza mayor, placeres que "No están al alcance de todas las fortunas". Califica a los cazadores antiguos como bienhechores de la humanidad y a los modernos como los que "Van a despoblar el mundo de especies útiles, sin gloria y sin provecho, solo para dar satisfacción a su anacrónico instinto". Mejor evaluación reciben los pescadores: "Hombres beneméritos, pacientes, inofensivos para los mismos pescados, que se dedican a una industria lícita al amparo de las leyes protectoras, a un placer honesto que no mortifica a nadie [?] Todas las burlas y murmuraciones de que es objeto la clase pescadora, revelan únicamente la envidia que provoca en las clases que no pescan. Se les envidia porque gozan. La pesca es uno de los más efectivos y más inocentes goces de la existencia humana".

Continúa el capitulo asumiendo la imposibilidad de tratar las múltiples ramas del sport, para decir algo de la natación y la esgrima. De la natación señala es difícil encontrar en esta vida goce más completo. Alaba "Los placeres de de bañarse en el mar salado o en el plácido río, que no está reservado a los nadadores"; pero con un peligro, la sorpresa de que al salir del agua le han robado desde la camisa hasta el sombrero. Y concluye afirmando que "El agua es de todo el mundo, como el sol y como el aire". En cuanto a la esgrima, no vacila en citar a Descartes, que la trató en un libro, por lo que "Puede decirse que es un ejercicio filosófico [?] Por otra parte, no hay educación completa sin esgrima". Y termina el apartado con estos versos: "No hablaremos del tiro de pichón. / Su utilidad es notoria / Su fama bien merecida".

He procurado solo hilar lo escrito por Nicolás Estévanez, júzguenlo ustedes en el tiempo en que fue redactado. Le daremos continuidad.

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