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El impacto del wólfram en Silleda (y II)

Las gentes vieron en la fiebre minera una salida a la crisis de los 'anos da fame' y una alternativa a la emigración; y la villa trasdezana era lugar de paso y punto de encuentro por sus comercios y servicios

La explotación del wólfram en las Minas de la Brea, Fontao, Carboeiro y Saidres, alcanzó la época de máximo esplendor entre 1936-1955, si bien el auge de la población minera se alcanzó en torno a los años 50, con la inauguración del nuevo poblado de Fontao en 1958. De este complejo minero, sobre todo de Fontao, se extrajeron estaño y wolframio desde finales del XIX hasta su cierre, en 1973, minerales que alimentaron la industria bélica de la I y II Guerra Mundial, de la G. Civil Española y la de Corea. Hoy está abandonada la actividad minera, si bien hasta el año 2063, no expira la prórroga por 90 años de la concesión a los actuales dueños. La explotación de estas minas dio vida a una zona vacía y desértica, creó una "ciudad peculiar" en Fontao, revitalizó la economía de los municipios cercanos, dio empleo a miles de trabajadores y generó mucha riqueza directa en la villa de Silleda.

Durante esos años de la fiebre del wólfram, las gentes de Trasdeza en general y, en especial, las gentes de Silleda, Merza, Cruces, vieron en la minería una salida a la crisis de la postguerra ( anos da fame) y una alternativa a la emigración. La riqueza estaba al lado del río, en los montes de Saidres, Carboeiro y Fontao. Esa riqueza estaba esperando ser extraída y convertida en dinero contante y sonante. Desde Silleda, la mejor comunicación con la zona minera, era a través de la carretera de O Castro, que estaba sin asfaltar y, desde allí, a través de caminos. Caminos, cada vez más transitados, que se fueron multiplicando y mejorando.

Para las parroquias vecinas a las minas, ésta fue una época de esplendor. Decía un vecino: "Con el wólfram todo cambió". Mejoraron las comunicaciones, las viviendas y, los adelantos, como el teléfono, electricidad o las modas, llegaron a esos rincones abandonados. El dinero corría por la zona. Mucha gente del campo obtenía un beneficio directo o indirecto, con salarios fijos y altos, con el alquiler de cobertizos, con la venta de pequeñas partidas de wolframio en el mercado negro o con nuevos negocios, sobre todo de servicios (tabernas, habitaciones de alquiler, casas de comidas). Aparecieron también nuevas gentes, nuevas formas sociales y sobre todo nuevas formas de hacer dinero. Nadie lo ponía en duda. El wólfram era una bendición.

Las brigadas

Ante la penuria económica, la necesidad, la falta de puestos de trabajo, la escasez de industrias y los bajos salarios, la manera más rápida de obtener beneficios, si no se trabajaba para la Empresa Minera, era la extracción directa y furtiva. Se organizaban pequeñas brigadas de amigos que, armados de pico y pala, iban a cavar al monte en busca del ansiado mineral. Fueron muchos los grupos de gente que, amparados en el conocimiento de la región y de las zonas de extracción al exterior, se lanzaban a la búsqueda del wólfram en montes y tierras ajenas. La habilidad en el manejo de las herramientas y la suerte, ya que había vigilancia armada y era fácil recibir un tiro o ser sorprendido con las manos en la masa, dieron sus frutos en esa aventura. Además de esas brigadas furtivas diurnas, había otras nocturnas a la luz de la luna o de las linternas. En una noche se podían sacar varios kilos, un saquete de mineral, como le llamaban, que en el mercado se traducían en varios miles de pesetas. Cantidad que no se ganaba en un mes trabajando de jornalero. Al ser tan elevado el número de furtivos, fueron muchas las detenciones realizadas por la Guardia Civil, si bien la mayor parte de las veces se quedaban en nada, porque al ser tantos los detenidos y carecer de pruebas, el juez único de Lalín, Mariano Rajoy -padre del actual presidente del Gobierno- decidía ponerlos en libertad sin tan siquiera juzgarlos.

Otra actividad similar dedicada a la obtención del mineral, más lenta y menos rentable, era la de buscarlo en las aguas del rio, lavando piedras y arena. En esta labor se implicaban también mujeres, quienes, provistas de una palangana y paciencia, podían obtener algunos gramos de wolframio entre la tierra y arenas arrastradas por el rio. Generalmente los hombres lo extraían, las mujeres lo lavaban.

Miembros de La Guardia Civil controlaban estas labores y, muchas veces, incautaban el mineral obtenido. Muchos propietarios probaron hacer catas en sus montes, para ver si encontraban algo de wólfram en sus tierras. Incluso, según testimonio de gentes de la época, algunos de los abundantes muros que cercaban las fincas, fueron desmontados ya que, en algunas piedras se encontraba el ansiado oro negro sin necesidad de extraerlo. El mineral generó mucha riqueza, no sólo a las empresas extractoras, sino a mucha gente de la zona a través de la extracción furtiva y posterior venta privada. En la villa y en la zona, hubo una serie de personas que hicieron verdaderas fortunas, no siempre de manera legal, base de sus posteriores empresas.

El estraperlo

El estraperlo era un comercio ilegal, ya que este metal estaba sometido a un fuerte control y a una serie de impuestos especiales por el Estado. Este tipo de actividad irregular, no era otra cosa que un auténtico mercado negro. Dada la situación de precariedad económica de la época y el alto valor alcanzado por el metal, más de 400 ptas. /Kg, no tardaron en aparecer osados compradores que vieron la oportunidad de hacer negocio.

En Silleda, en Fontao, Merza y alrededores proliferaron una serie de personas que se dedicaron a la compra, a la venta y al traslado furtivo del Wólfram. Unos compraban en grandes cantidades, para venderlo directamente y otros, compraban pequeñas cantidades para revenderlo. El precio variaba de unos a otros, pero en todos los casos se buscaba la seguridad y el dinero contante. Algunas de estas personas, se habían puesto unos originales apodos -práctica frecuente en los pueblos- a fin de ocultar sus verdaderos nombres y no ser reconocidos. Nombres por los que todavía hoy se les reconoce, aunque ya no existan. Entre la población, era de todos sabido, que muchas personas de la villa alternaban sus ocupaciones habituales, con otras relacionadas con el wolframio. Algunos, que tenían vehículo propio y lo usaban como medio de trasporte clandestino, fueron considerados auténticos aventureros, osados conductores en viajes nocturnos y sufridores de persecuciones y tiroteos, por caminos y malas carreteras, a fin de evitar los temidos controles de la Guardia Civil que incautaban el metal, ponían una multa, requisaban el coche y podían enviarlos a la cárcel. En Silleda, la Guardia Civil llegó a tener un depósito donde se almacenaba, temporalmente, el wolframio requisado.

Entre las leyendas que se cuentan sobre el estraperlo, se vio implicado el monasterio de Carboeiro. Este antiguo cenobio, cercano a las minas y a los montes ricos en wólfram, estaba totalmente abandonado, en ruinas, rodeado de maleza y prácticamente inaccesible. Al fin y al cabo era un lugar solitario y alejado de las vecinas aldeas. Cuando se iniciaron las obras de restauración del mismo, se encontraron una serie de agujeros en el suelo de la girola y de los sótanos bajo la cabecera de la iglesia. Unos los atribuían a buscadores de tesoros y otros, parece que con buen criterio, afirmaban que habían sido hechos por gente de la zona, que los habían usado como escondite seguro del wólfram, que iba a ser vendido en el mercado negro.

Fines de semana

El fin de semana, los obreros asentados en Fontao y alrededores, convertían el Poblado en una auténtica fiesta. Tabernas, fondas, casas de comida, clubs de alterne, cine, salas de fiesta con baile, se llenaban y el dinero corría a raudales. Otros iban a sus casas en los autobuses que les esperaban en el mismo Poblado. Y, otros muchos, llegado el sábado, día de cobro, con el dinero en el bolsillo, subían a Silleda para quedarse el fin de semana o, camino de sus respectivas casas, en los pueblos de los alrededores, hacían una parada en los comercios, bares, tabernas donde hacían gastos de ropa, alimentación y reponían fuerzas con comida y bebida abundante.

Aquellos obreros, a los que en Silleda llamaban los coreanos, con ropas remendadas, sucias, con barba de varios días, manos negras, duras y callosas, calzados con botas o zuecos, con las herramientas en una mano y un saco en la otra, convertían a Silleda en un pueblo como los de las películas del Oeste.

Además de las compras de rigor, había tiempo para juergas, bebida, grandes partidas clandestinas de naipes con dinero en juego, (prohibidas por la autoridad), borracheras, riñas a veces sangrientas, fruto del dinero fresco, del alcohol y de las ganas de diversión. Se cuenta que en algunos casos la bebida se pedía por botellas, no por copas y en alguna de esas partidas clandestinas de alto riesgo, había quien encendía el puro con un billete de cien pesetas.

La villa de Silleda era lugar de paso y punto de encuentro, por la variedad de comercio y servicios que ofrecía. Y en ese día también se compraban, las pequeñas cantidades de metal que los mismos obreros habían sustraído, y traían escondido, para obtener un sobresueldo. De esta marea humana, que se repetía semana tras semana, los comercios, fondas y bares del pueblo eran los más beneficiados, por el dinero que obtenían de las ventas, así como por los servicios de todo tipo que se ofrecían a estos trabajadores de paso.

A modo de conclusión se puede afirmar, que el auge espectacular de la minería en estos años, supuso una inyección económica sin par, que se tradujo en un impresionante crecimiento económico. Se podía observar el asentamiento diario de nuevas gentes, el crecimiento de la población en la villa, la aparición de nuevas oficinas bancarias, la consolidación del pujante comercio, el fortalecimiento de algunas empresas, el nacimiento de otras dedicadas a los servicios y construcción, así como la expansión del sector de transporte, camiones, taxis y autobuses ya existentes en la villa.

Los años del wólfram, sin lugar a dudas, constituyeron uno de los fenómenos sociales y económicos de mayor transcendencia y repercusión en la vida de la zona y, en concreto, en la villa de Silleda.

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