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Cuba: poética y revolución

En un reciente artículo sobre la revolución cubana, el filósofo Slavoj Zizek se declaraba cansado de esa clase de "balances de tendero" que, en la columna del haber, anotan los logros positivos; y en la del debe, los negativos (y por supuesto depende del autor el valor atribuido a las diferentes anotaciones). Tal tipo de balances, cuando se trata de juzgar los grandes acontecimientos históricos, dejan escapar lo esencial por la malla de la red empleada y abren un debate estéril y circular sobre aspectos de un proceso cuyo desarrollo histórico global no captan. Como si hoy valorásemos la revolución francesa teniendo en cuenta el número de cabezas cortadas por la guillotina.

Por el contrario, es necesario un punto de vista que abarque lo acontecido en el campo de lo histórico y en el reino de la imagen. Lo que define a Cuba de 1898 a 1959 es su situación de colonia, más allá de los concretos asientos contables de que hablábamos al comienzo de este artículo. Una doble subordinación colonial en el terreno cultural y en el terreno político, lo que implica la ausencia de una poética y de una historia propias, tras las páginas fundacionales (y brillantes) de la guerra de independencia contra España.

En realidad, la revolución cultural había sido ya iniciada por Lezama Lima, la poética se adelantó a la política ya desde el comienzo de la década de los cuarenta. Ha sido señalada desde hace mucho "la importancia del pensamiento lezamiano de la descolonización". En un coloquio con Juan Ramón Jiménez, en 1937, hablaba Lezama de "levantar nuestra voluntad de poder", de "luchar contra el destino de escritor subordinado en una cultura subordinada" y de "la lucha por un espacio gnóstico americano".

Momentos decisivos de esa lucha son los largos años de la revista Orígenes, culminados con la aparición de "Paradiso" en 1966, buque insignia de toda la rica producción literaria cubana de los últimos sesenta años del pasado siglo.

La entrada de Fidel en La Habana en 1959 cancela la colonia política y funda una historia que, bajo la égida del pensamiento de José Martí, continúa y culmina en Bahía Cochinos la guerra de independencia. Abre así, de modo semejante a Lezama en la poética, un espacio político americano que irradia al resto del mundo en los ámbitos de la imagen y de la acción, que fecunda y decide los sueños y las prácticas de millones de seres (Por razones cronológicas, en este caso afortunadas, me constituye, irrenunciablemente, ese momento histórico).

La poética es siempre más clarividente que la política y comprendió inmediatamente el alcance de la revolución: "Cuba" -dijo Lezama, la colosal figura de la lucha por la emancipación cultural- "entraba en la era de las posibilidades infinitas". Son siempre conflictivas las relaciones entre poética y política, entre el poeta y el político en el curso de un proceso revolucionario. Los dos apuntan al mismo horizonte pero como paralelas que se encuentran en el infinito.

Lezama sufrió incomprensiones y marginaciones que nunca impidieron su trabajo creativo. Pero hoy, cuarenta años después de su muerte, decir Lezama, como decir Fidel, es decir uno de los nombres de Cuba.

Lezama y Fidel son vascos y gallegos en sus respectivos orígenes; son los símbolos de la cancelación de la doble subordinación colonial cubana. Ellos han hecho posible una Cuba soberana, cultural y políticamente.

Se ha dicho de Rusia (por sus gigantescas dimensiones geográficas y espirituales) que lindaba con Dios. Lezama y Fidel han transmutado el oceano aislador y lo han convertido en camino para que Cuba linde con todos nosotros, con la humanidad, como los demás grandes pueblos del planeta.

Sí es central en Lezama "la búsqueda de enlaces ocultos entre elementos separados por abismos de tiempo, espacio o sentido", la realización de esta búsqueda se ha llevado a cabo plenamente en lo histórico sucesivo por la revolución cubana. Si Lezama devolvió al mundo las grandes épocas culturales de la humanidad, pasadas por el mar Caribe y violeta "que siente nostalgia de los héroes" los soldados cubanos, entre ellos un gran número de descendientes de los esclavos llevados a América, volvieron a África, como nuevos heráclidas negros y en una geopolítica imposible, propia del reino de la imagen, salvaron la unidad de Etiopía (la segunda vez por gentes de lenguas ibéricas, la primera los portugueses hace quinientos años) y lucharon victoriosos en Angola y contra el apartheid sudafricano.

La revolución cubana pasará, como pasó la revolución francesa. Pero lo antiguo está cancelado definitivamente porque Cuba transitará "por las anchas avenidas" que abrieron la poética y la política.

Cuando los jóvenes cubanos de las generaciones venideras estudien su literatura y su historia no se interesarán "por las cuentas del tendero" sino que vivirán orgullosos esa Cuba universal que comenzó con la revista Orígenes y con el asalto al cuartel de La Moncada, una y otro envueltos en la claridad auroral de José Martí.

Un universo de imágenes y sueños, ausente del desierto de Miami, esa pequeña Habana, sin futuro.

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