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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El lenguaje

A partir de la idea de que en democracia las formas son casi tan importantes como el fondo -y no pocos analistas creen que ambos conceptos se retroalimentan- podría deducirse que quienes ejercen el oficio público deberían cuidar las primeras para no deteriorar lo segundo. Y en esa reflexión no sólo cabe, sino que ocupa lugar destacado, el lenguaje, especialmente el que se emplea en las campañas electorales. Porque no son pocos quienes lo toman después como modelo.

En ese sentido, y con la campaña oficial a punto ya de inaugurarse, sus protagonistas, todos, deberían establecer un pacto, aunque sea de los que no se firman sino que sólo se practican, para renunciar al insulto del contrario a la hora de argumentar los motivos por los que se le oponen. Eso es pedagogía, y no sólo algunos discursos que se pronuncian, y a fe que es ciencia necesaria.

En esa línea, y al menos como opinión personal, parece estar bastante claro que hay ya muchos ciudadanos que a la hora de decidir su voto no se fijan no sólo en lo que dicen los candidatos, sino también en cómo lo dicen. Y existen pruebas, reflejadas en las encuestas, que ratifican eso de que para vencer hay que convencer, y para lograr las dos cosas uno de los peores instrumentos es el exabrupto, el insulto y la descalificación personal.

Sería bastante ajustado a la realidad decir que hasta ahora la mayor parte de los candidatos se han contenido en sus expresiones y apenas hubo en los mítines y arengas elementos descalificatorios para sus antagonistas. Argumentos de dura crítica a la actuación del gobierno sí que abundaron, pero eso es en cierto modo "normal": al fin y al cabo las elecciones no se parecen en nada a unos juegos florales.

Lo malo es que lo deseable casi nunca se da al completo, y menos en circunstancia electoral, que es cuando tantos se juegan tanto. Y ya se han producido en estos días algunos epítetos que, en opinión de quien esto escribe, distan mucho de respetar las formas calificadas como casi tan importantes como el fondo mismo del sistema.

Y valgan ejemplos: de Pablo Iglesias nadie esperaba lisonjas a sus rivales, pero las descalificaciones han sido demasiado. Antes, con lo de la "cal viva" a Felipe González y ahora con supuestas "amistades peligrosas" de Feijóo. Pero sí ha sorprendido el lenguaje de su candidato gallego Villares, que ya ha llamado "bacteria tóxica" y "miserable" al presidente Feijóo. Y no es un caso del montón precisamente por la cualificación del insultador; porque aquí también los jueces -aun en excedencia- son humanos: lo que deben evitar es ser mal educados.

¿Eh...?

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